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Cambio climático: el mayor reto moral y una gran oportunidad

En este inicio de siglo, el principal reto moral que tenemos como habitantes del planeta es el del cambio climático. Nada va a afectar más a la humanidad. Un cambio que como generación vamos a ser los primeros en sufrir y los últimos en poder evitar sus daños más catastróficos.

Pero al reto moral se le suma un escenario de oportunidad en la transición energética. España, un país del sur de Europa con una fuerte dependencia energética del exterior (más del 74%, sin contar con el uranio que importamos para hacer funcionar nuestras centrales nucleares, 20 puntos más que la mediana europea). Dicha dependencia se divide a tercios entre el consumo en transporte, en residencia y en nuestra industria.

Mientras tanto, el escenario energético ha dado un vuelco extraordinario. Hoy, la generación eléctrica más barata es la renovable. Así, la reducción de costes, particularmente en fotovoltaica, es entre el 60 y el 70% en los dos últimos años. Y por primera vez en la historia, la generación energética deja de ser extractiva para pasar a ser renovable; puede dejar de ser un modelo de gran generación centralizada a un modelo de generación descentralizada y en que muchas y muchos puedan producir.

Pero el reto no es producir más y más verde; es necesario cambiar pautas de consumo. En primer lugar, disminuyendo los comportamientos y actividades más “energívoras”, mediante señales de precios y avanzando en fiscalidad ambiental, haciendo lo que las directivas en materia energética marcan: “primero eficiencia”, o lo que es lo mismo el mejor kWh es aquel no consumido.

La ecuación de menor dependencia energética, más eficiencia y más renovables es lo que marca el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima. Dicha propuesta ha sido considerada por la Comisión Europea como la más ambiciosa de las presentadas por parte de los Estados Miembros, con objetivos para 2030 del 42% de energía renovable en el consumo energético final, el 74% de generación renovable en el mix eléctrico y una reducción de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero del 20% respecto al año 1990.

En este contexto, el primero de los retos es la eficiencia. Y para ello hay que encarar uno de los campos en los que se tiene que protagonizar un mayor cambio cultural: el de la movilidad. Así, no se trata solo ni principalmente de introducir el vehículo eléctrico –que también–, sino de protagonizar un cambio modal, particularmente en nuestras ciudades, donde la batalla se entrelaza con la salud y la calidad del aire. Para ello hay que limitar el acceso del vehículo más contaminantes a los centros, pero a la vez, definir nuevas estrategias de financiación del transporte público, colectivo y compartido. Seguidamente, es hora de entrar a fondo en la ciudad, en sus usos residenciales, terciarios e industriales, consiguiendo mejores aislamientos, nuevos autoconsumos, y un desplazamiento de consumos térmicos por consumos eléctricos o por renovables térmicas.

El segundo de los retos es el de la generación renovable, en la que, sobre todo, hay que garantizar que las renovables y su penetración vayan asociadas a la reducción de los precios. Para ello hay, en primer lugar, que hacer que en acceso y conexión haya normas y criterios objetivos, y no se produzca un proceso especulativo. En segundo lugar, hay que prever un calendario de subastas que permita desarrollar las renovables con precios de generación bajos (como han hecho otros países).

A más renovables, es necesaria una mayor electrificación de los consumos. Y eso, después de la eficiencia, debe suponer un paulatino cambio en la señal de precios que acompañe esa mayor electrificación de nuestros consumos.

La mayor penetración de energía de origen renovable debe ir vinculada a un modelo en que haya más generación distribuida; en el que haya mayor participación de la ciudadanía en los proyectos; en que dicha generación sea una palanca para el desarrollo de la España vaciada. A su vez, la generación renovable, debe suponer no sólo más renovables, sino desarrollo industrial, haciendo que reverdecer la economía también suponga reindustrializar la economía.

Además, dicha entrada de renovables debe ir asociada a una reflexión y una propuesta necesaria, y que a la vez es compleja de articular, en torno a si el modelo marginalista es el más apropiado para la gestión del sistema, en un momento en que dicha gestionabilidad es clave (la tecnología que cerró el 54% el mercado fue la hidráulica, cuando dicha tecnología pasa por ser la renovable gestionable por excelencia y sus costes marginales están muy por debajo de los precios de venta de dicha electricidad). A su vez, la gestionabilidad debe suponer que la respuesta ante escenarios de menor producción de origen renovable no debe responderse solo con generación no renovable, sino con la gestión de la demanda. En este último aspecto es determinante una modificación de la tarifa donde cada vez pesen menos los términos fijos y pese más el momento de consumo y cuánto se consume. A ello habrá que sumar la necesaria agregación de consumos, que permitan responder a los momentos de puntas de producción así como a los momentos de menor generación.

Por último, si realmente queremos empoderar a la ciudadanía y situarla en el centro del modelo energético, tal y como rezan las nuevas directivas europeas en materia energética, debemos entender que el autoconsumo, el autoconsumo compartido, la comunidad local de energía o la comunidad ciudadana de energía, pasan a ser las piezas a partir de las cuales no sólo se crea conciencia energética ciudadana, sino que también se cambia y articula la economía del país. Para ello necesitamos que la electrificación vaya de la mano de una mayor digitalización, y a la vez, de garantías de competencia en el sector energético. Es clave un acceso a los datos de consumo eléctrico y energético, que permita al usuario el acceso a todo el detalle, la cesión a terceros, y la entrada de la gestión de la demanda como nuevo actor. Mientras, las baterías, y particularmente las baterías de los vehículos eléctricos, no solo permiten el acceso a una movilidad electrificada, sino que agregadas, pueden suponer un instrumento poderoso para almacenar energía cuando esta sea barata y excedentaria, y a la vez, para aportar la energía previamente almacenada cuando no haya energía de origen renovable.

Se habla frecuentemente del papel de la economía española en el contexto global, en un escenario de desmaterialización de la economía. En un contexto global, se reserva a la economía española un rol de terciarización de su actividad económica. Pero la energía, la transición energética, es aquello que en función de cómo se encare, puede permitir no solo conseguir disminuir nuestra fuerte dependencia energética, sino una fuente de creación de riqueza y de reparto de la misma. Se trata de decidir si hacemos de la energía un vector de control o un vector de cambio y empoderamiento del conjunto de la ciudadanía.

Joan Herrera es abogado, ex director del Instituto para la Diversificación y el Ahorro Energético (IDAE) y ex coordinador de Iniciativa per Catalunya Verds.

[Este artículo forma parte del número extra de la revista Alternativas Económicas dedicado a la Transición Energética, que contiene 46 propuestas de políticas públicas, iniciativas ciudadanas y actuaciones empresariales destinadas a garantizar la sostenibilidad del sistema energético y afrontar la crisis climática. A la venta en quioscos, librerías especializadas, contacto@alternativaseconomicas.coop o el teléfono 93 611 63 05. Ayúdanos a sostener nuestro proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

En este inicio de siglo, el principal reto moral que tenemos como habitantes del planeta es el del cambio climático. Nada va a afectar más a la humanidad. Un cambio que como generación vamos a ser los primeros en sufrir y los últimos en poder evitar sus daños más catastróficos.

Pero al reto moral se le suma un escenario de oportunidad en la transición energética. España, un país del sur de Europa con una fuerte dependencia energética del exterior (más del 74%, sin contar con el uranio que importamos para hacer funcionar nuestras centrales nucleares, 20 puntos más que la mediana europea). Dicha dependencia se divide a tercios entre el consumo en transporte, en residencia y en nuestra industria.