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Necesitamos educación financiera

Reconozco que la primera vez que en ASUFIN oímos hablar de educación financiera para los consumidores nos recorrió un escalofrío por el cuerpo. En pleno auge de la litigación bancaria, swaps, preferentes, cláusulas suelo, hipotecas en divisas… nos preguntábamos hasta qué punto no se estaba culpando al consumidor por su ignorancia, dando por hecho que el banco no solo no era su amigo, sino que engañar a sus clientes era lo normal y solo si el cliente tenía conocimientos económicos podría evitar la contratación de un producto tóxico.

Con el tiempo, sin embargo, nuestra aproximación a la educación financiera ha evolucionado. Seguimos pensando que en ningún caso ha de servir para justificar una mala praxis, porque si un banco activa su maquinaria para colocar en el mercado un producto inadecuado, nada podrá salvar al consumidor. Pero es cierto que un mayor conocimiento puede llevarle a hacer preguntas pertinentes en el momento de la comercialización, fomentar la competencia en el mercado, gestionar mejor sus finanzas personales, mejorar su salud financiera y, en suma, prestar un consentimiento informado.

Finaliza así una década en la que los usuarios financieros hemos perdido la inocencia, muchos incluso la confianza, y estamos modificando nuestra relación con las entidades financieras. Ello nos ha llevado a tener más interés en probar nuevas formas de financiación, sistemas de pago o inversión desde nuestros dispositivos móviles gracias a nuevas empresas distintas de la banca tradicional: las Fintech.

Sin embargo, estas nuevas finanzas tecnológicas llegan con un desafío mucho mayor que el mero control de nuestro dinero: la gestión de nuestros datos. Internet y los teléfonos inteligentes forman parte de nuestras aceleradas y siempre digitalizadas vidas. Los usuarios estamos continuamente conectados para acceder de manera rápida a nuevos productos y servicios. Ahora bien, lo nuevo —y aparentemente gratuito— no necesariamente significa mejor o exento de riesgos, todo lo contrario, los consumidores hemos de interiorizar un principio básico: nada es gratis, o dicho de otra manera, si es gratis, es porque el producto eres tú.

Efectivamente, en este mundo globalizado, los usuarios estamos ofreciendo referencias personales, hábitos de consumo, desplazamientos, consultas, intereses, trabajo y un sinfín de datos dentro y fuera de nuestras fronteras, tanto a redes sociales y aplicaciones varias, como a entidades financieras tradicionales o disruptivas. Hablamos de bancos, pero también de aseguradoras, agregadores financieros, asesores de inversión, neobancos y un largo etcétera a los que no podremos obviar en la gestión de las actividades económicas que marcarán nuestro futuro y el de nuestras familias.

Aprender de quien más sabe

Conscientes de este nuevo escenario, en ASUFIN no podíamos más que afrontar el inmenso desafío que plantea el ecosistema de las Fintech, analizándolo, aprendiendo de los que más saben y poner en marcha un programa de educación financiera y digital que ayude a los usuarios financieros a gestionar mejor la economía digital en la que ya estamos inmersos. Con este objetivo hemos organizado congresos, talleres y una serie de documentales para ahondar en las claves que marcan lo que está sucediendo y lo que está por venir, contando con algunas de las voces más autorizadas del mundo académico, regulador y empresarial.

Así mismo, hemos querido pulsar el conocimiento de las disruptivas Fintech entre nuestros conciudadanos y para ello hemos llevado a cabo el primer Estudio sobre conocimiento, hábitos y uso de Fintech en España, que arroja algunas conclusiones de suma relevancia. Según el mismo, el 15% de españoles operan de modo habitual con empresas Fintech, fundamentalmente para efectuar pagos (el 85%) o usar agregadores (todos los bancos en una misma aplicación) para gestionar mejor sus finanzas (el 38%); hasta el 25% está familiarizado con neobancos o compra de divisas. Este usuario habitual tiene entre 26 y 45 años. Sin embargo, el grado de conocimiento de lo que ofrecen estas empresas es muy acusado en la franja de edad más joven, de 18 a 25 años, y llega a representar un 36%, lo que da cuenta de la juventud del fenómeno.

En el estudio también nos hemos interesado por saber qué ocurre con la muestra de la población total, qué grado de relación tenemos con estas nuevas tecnológicas, seamos consumidores financieros avanzados y conocedores de las Fintech o no. Pues bien, hasta un nada despreciable porcentaje del 4% declara haber comprado criptomonedas o haber hecho uso de los servicios de un neobanco. Sin embargo, son los servicios de pago y los que ofrecen los agregadores que permiten gestionar las finanzas los de uso mayoritario por la población en general, con independencia de si lo ofrece una Fintech o un banco tradicional. Solo el 2% de la población reconoce haber empleado un servicio de inversión por Internet.

Gran parte de los consumidores declaran haber perdido la confianza en su entidad tras la crisis financiera. Por ello, la confianza que inspiran las tecnológicas es un apartado del estudio que nos interesaba especialmente: los españoles confiamos más en la banca y aseguradoras tradicionales, así como en organismos públicos como la Agencia Española de Administración Tributaria (AEAT), Seguridad Social y Tribunales españoles y europeos que en las grandes compañías tecnológicas conocidas como las GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) o Bigtech: aproximadamente el 60% frente a algo más del 30%.

Así mismo, el 78% de los consumidores declara que es consciente de que las GAFA conocen tanto sus datos personales como el uso que hace de sus finanzas, frente al 88% que afirma lo mismo de su banco, y el 83% en el caso de la AEAT. En todos los casos, les preocupa este conocimiento de su vida personal y financiera, pero lo asumen como pago inevitable para acceder a los productos o servicios que ofrecen.

Este mayor recelo, insisto absolutamente contradictorio, se aprecia claramente a la hora de preguntar si los españoles cederían aún más datos personales a las grandes compañías tecnológicas: solo el 15% responde de forma afirmativa destacando que el 83% lo haría solamente si ello supusiera un ahorro económico en los servicios que recibe y solo el 35% lo haría a cambio de una mejora en la calidad de atención del servicio.

En un mundo cada vez más globalizado, una educación financiera que permita a la sociedad civil mirar de tú a tú a sus Administraciones públicas, entidades bancarias y reguladores de mercado, es más necesaria que nunca. Así mismo, que la información ofrecida al consumidor le permita comprender las consecuencias económicas del contrato que está a punto de firmar —a golpe de clic desde cualquiera de sus dispositivos móviles— es hoy uno de los desafíos más importantes que afrontamos Fintech, reguladores, banca y asociaciones de consumo.

La gestión de nuestras finanzas, base sobre la que se edifican nuestros proyectos vitales y profesionales, seguirá como centro de nuestras preocupaciones sea a través de la banca tradicional, las Fintech o las Bigtech. Por eso, el compromiso de ASUFIN con la educación financiera y defensa de los derechos de los consumidores desde hace ya una década permanece intacto, aunque el paisaje siga cambiando.

Patricia Suárez es presidenta de la Asociación de Usuarios Financieros (ASUFIN).

[Este artículo ha sido publicado en el número 77 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

Reconozco que la primera vez que en ASUFIN oímos hablar de educación financiera para los consumidores nos recorrió un escalofrío por el cuerpo. En pleno auge de la litigación bancaria, swaps, preferentes, cláusulas suelo, hipotecas en divisas… nos preguntábamos hasta qué punto no se estaba culpando al consumidor por su ignorancia, dando por hecho que el banco no solo no era su amigo, sino que engañar a sus clientes era lo normal y solo si el cliente tenía conocimientos económicos podría evitar la contratación de un producto tóxico.

Con el tiempo, sin embargo, nuestra aproximación a la educación financiera ha evolucionado. Seguimos pensando que en ningún caso ha de servir para justificar una mala praxis, porque si un banco activa su maquinaria para colocar en el mercado un producto inadecuado, nada podrá salvar al consumidor. Pero es cierto que un mayor conocimiento puede llevarle a hacer preguntas pertinentes en el momento de la comercialización, fomentar la competencia en el mercado, gestionar mejor sus finanzas personales, mejorar su salud financiera y, en suma, prestar un consentimiento informado.