En la sala de la comisión militar –una estructura industrial prefabricada, situada en un aeródromo en desuso, rodeado de alambre de espino–, los observadores no sentamos tras cuatro capas de vidrio insonorizante y vemos los procedimientos con un retardo de 40 segundos. El retardo permite al tribunal cortar el sonido a la tribuna si se da el caso de que a alguien se le escape algo considerado información reservada. Pero incluso con 40 segundos de retraso se nota la diferencia en el secretismo y el examen abierto de las pruebas propio de un juicio justo.
Los cinco acusados del 11-S –los yemeníes Walid bin Attash y Ramzi bin al-Shibh, el saudí Mustafa Ahmed al Hawsawi y los paquistaníes Khalid Sheikh Mohammed y Ammar al Baluchi (Ali Abdul-Aziz Ali)– han estado en la sala tres de cuatro días esta semana. Ninguno parece estar participando en la huelga de hambre que se ha declarado.
Aunque la base es un campamento militar autónomo, los acusados son transportados desde sus celdas, situadas a unos tres kilómetros, en un convoy armado, cada uno de ellos en un vehículo con protección especial. Los guardias los introducen por separado en la sala, sujetándolos cada uno de un brazo. Detrás va otro guardia con un recipiente de plástico que por lo general contiene una alfombrilla para la oración, un Corán y carpetas de documentos. Mustafa al Hawsawi trae también una almohada para sentarse. Se colocan al final de las mesas a las que se sientan sus equipos defensores, por lo que quedan alineados y pueden pasarse papeles y hablar entre ellos y con los abogados –Ammar al-Baluchi, en particular, no parece parar nunca–. No se levantan cuando entra el juez militar.
Los llevaban a las comparecencias judiciales con grilletes, y todavía hay una pesada cadena atornillada al suelo delante de cada asiento por si fuera necesaria. No llevan el uniforme carcelario, sino que todos van de blanco, con turbantes o pañuelos de cabeza, y Khalid Sheikh Mohammed y Walid bin Attash llevan también chalecos de camuflaje. Khalid Sheikh Mohammed se ha teñido la barba de naranja, y resulta algo llamativo. Creemos que utiliza zumo de fruta y bayas machacadas, pero el método exacto es secreto, pues todo lo relativo a su reclusión es información reservada.
La barba no es el único secreto. La información sobre los procedimientos está rigurosamente protegida. Los observadores nos sometemos a un registro como el de los aeropuertos y no podemos llevar a la sala más que papel y lápiz; no se nos permite dibujar, y se nos confisca cualquier cosa semejante a un diagrama o un bosquejo. No están permitidos los aparatos electrónicos ni siquiera en el perímetro exterior; el martes desalojaron de inmediato la sala, interrumpiendo a un testigo en mitad de la frase, al detectar un “inhibidor de móviles” una señal. Alguien había dejado el móvil en un maletín sin darse cuenta, y el juez amenazó con empezar a registrar a los equipos jurídicos si volvía a ocurrir.
Ha habido frecuentes demoras y recesos por problemas con una conexión de vídeo segura utilizada por algunos de los testigos.
Ayer, el comandante Ruiz, abogado de Ahmed al Hawsawi, pudo por fin comenzar su turno de repreguntas por teleconferencia al almirante David Woods, ex jefe de la base que instituyó una controvertida política de control de las comunicaciones entre abogado y cliente. El comandante Ruiz intentaba confirmar si las atribuciones del ex jefe de la base comprendían labores de inteligencia y preguntó: “¿Figura la CIA entre las entidades de la isla?”. El fiscal gritó de inmediato: “Protesto, esto… no es pertinente”.
“¿Es ése el motivo real?”, inquirió el juez, antes de añadir rápidamente que se admitía la protesta. El comandante Ruiz parecía exasperado: “¿Así que cada vez que mencione a la CIA se va a admitir una protesta?” Entonces dejó de llegar el sonido a la tribuna.
Cuando volvió, unos 20 sonidos después, el comandante Ruiz estaba todavía cuestionando la interrupción y propuso referirse a la CIA únicamente como “la agencia que no será nombrada”. Aunque el juez admitió que el eufemismo podría ser de utilidad, el comandante Ruiz sostuvo razonadamente que no quería que se le invalidara por motivos de falta de pertinencia cuando la información que intentaba presentar es absolutamente pertinente. Entonces dejó otra vez de llegar sonido a la tribuna, y se declaró un receso para una “audiencia 505”, que es lo que se hace cada vez que alguien quiere presentar información que pueda ser reservada. Parece que ocurre mucho.
El secreto en torno a todo lo relativo a la CIA y a otras operaciones de inteligencia es una táctica que se ha utilizado durante mucho tiempo para eludir la rendición de cuentas por los abusos –incluidos tortura y desaparición forzada– cometidos en el marco del programa de entregas y reclusiones secretas de Estados Unidos.
Los cinco acusados fueron sometidos a ese programa, y la información sobre lo que les ocurrió será esencial tanto en el juicio como en la posible condena: todos se enfrentan a la pena de muerte. Pero si los procedimientos se detienen cada vez que se menciona a la CIA, va a ser un juicio muy largo.
Las familias de varias víctimas del 11-S, algunas de las cuales estaban en la tribuna, llevan ya casi 12 años esperando. Como me dijo una de ellas, “es importante que esto se haga bien”.
A juicio de Amnistía Internacional, estas comisiones militares nunca han estado bien, y deberían haberse sustituido hace mucho tiempo por juicios en el sistema judicial penal ordinario de Estados Unidos, acordes con las normas internacionales sobre juicios justos y en los que no se recurra a la pena de muerte.