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Alaya en busca de la pirámide perdida

La juez de los ERE impone 3,3 millones de fianza al exdelegado de Empleo

Juan Carlos Blanco

Aviso para todos los que la quieren incluir en el santoral laico como patrona de los incorruptibles y azote de desalmados: la jueza Mercedes Alaya no es una heroína de la Marvel ni reúne los requisitos necesarios para una canonización exprés. Es humana. Y como tal, también se equivoca. No sé si mucho o poco, pero sí lo suficiente como para que el sector más entregado a las virtudes de la magistrada no deba considerar cualquier comentario negativo sobre su instrucción como la enésima prueba humeante de una presunta campaña de acoso y desprestigio que abanderarían a brazo partido el Gobierno de la Junta y el PSOE.

Lo podemos comprobar en estas últimas semanas en las que la jueza busca afanosamente pruebas para avalar su teoría de que el caso de los ERE responde a una pirámide delictiva organizada por la propia Junta y en cuya cúspide se situarían los expresidentes Chaves y Griñán y otros cinco exconsejeros.

De momento, intentar lo intenta, pero sigue sin encontrar alguna prueba concreta de la existencia de una pirámide que cada día recuerda más al continente perdido de la Atlántida o al bulo de la niña que aparece de noche en la curva de una carretera. En suma, a una ficción que no se sostiene salvo desde el hooliganismo.

En esta búsqueda casi arqueológica, comete errores. O por decirlo con el espíritu conciliador de Adolfo Suárez, dicta autos y toma decisiones que, cuando menos, son discutibles o, al menos, manifiestamente mejorables.

Sin ánimo de aburrirles en exceso, ahí van algunos ejemplos del esoterismo procesal de la señora jueza: 1. La preimputación o bien ‘invitación a la autoimputación’ de Chaves y Griñán; 2. La anticipación de la futura condena de la exministra Magdalena Álvarez; 3. La llamada a declarar a imputados tres años después de su imputación (Antonio Rivas); 4. La no imputación del exconsejero de Innovación José Antonio Viera pese a los informes de la Guardia Civil; 5. La imposición de fianzas descomunales con cifras más propias de fichajes futboleros; 6. Su alergia a los jueces de ayuda y 7. Su obsesión por quedarse hasta el siglo XXIII con toda la instrucción de los ERE cuando hasta la misma Fiscalía Anticorrupción le ha pedido esta semana que eleve de una santa vez la causa al Supremo en aquellas líneas de investigación que afecten a quienes están aforados por su condición de diputados.

Como repito siempre cada vez que se habla de los ERE, no resto ni un miligramo de gravedad a lo que ha pasado. Es patético y vergonzante. Y como cualquiera, exijo que todos los trincones se den una vuelta por los banquillos de la Justicia y ‘disfruten’ de las urbanizaciones carcelarias con barrotes en las ventanas. Pero nadie me va a quitar de la mente que, en esta fase de la instrucción, hay ocasiones en que la mayor enemiga de la jueza Alaya es la propia jueza Alaya, víctima de sus obsesiones y empecinada en montar un rompecabezas conspiratorio que no se sostiene si no es desde la fe más inquebrantable en sus intuiciones y sospechas.

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