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¿Cuarenta años no es nada?

26 de mayo de 2022 20:38 h

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23 de mayo de 1982, primeras elecciones al Parlamento de Andalucía. El hecho de que este aniversario coincida con un clima electoral no debería ser un impedimento para que las instituciones andaluzas, especialmente el propio Parlamento, intentaran trasladar a la ciudadanía el recuerdo de aquel entonces y, sobre todo, del recorrido de nuestra tierra en estas cuatro décadas. No está siendo así, con la notable excepción de la Asociación de la Prensa de Sevilla que una vez más es fiel a la profesionalidad informativa con la celebración de una exposición de prensa escrita de aquellas fechas.

En estos tiempos de desmemoria y de reescritura de la historia más reciente de Andalucía, parece más necesario que nunca dejar sentadas algunas afirmaciones incuestionables. La primera es relativa a saber de dónde veníamos aquel entonces, porque si no lo hacemos alguien puede pensar que la Andalucía del final del franquismo era una sociedad moderna, desarrollada, y con unos indicadores económicos y sociales positivos: muy al contrario, éramos una región en el límite del subdesarrollo, nuestros pueblos eran la expresión viva de una agricultura atrasada y sustentada en la explotación de la mano de obra jornalera al compás del capataz de turno, con una tasa insoportable de analfabetismo, y unas infraestructuras de saneamiento y de comunicaciones claramente tercermundistas. De ahí venimos, y el salto impresionante que Andalucía experimentó en esas décadas no es ni el fruto de la divina providencia, ni del efecto arrastre de la entrada en la Unión Europea – ahí está el Mezzogiorno italiano para demostrarlo – como tampoco lo es de la cooperación de una derecha andaluza que sistemáticamente se ha negado a arrimar el hombro todos esos años.

La interpretación del voto clientelar que hacen algunos, además de ser ofensiva para el pueblo andaluz, no resiste la comparación con Castilla y León o Madrid, comunidades donde gobierna desde hace décadas la derecha

El progreso experimentado por Andalucía, la modernización de su economía, la mejora de sus dotaciones de capital físico y humano, los avances en la cohesión social y territorial y la explosión cultural que ha vivido han sido posibles por la voluntad inequívoca de la sociedad andaluza de salir del atraso y del subdesarrollo de la mano del PSOE de Andalucía. Esta segunda afirmación es tan incuestionable como la primera, porque ha sido la voluntad libremente expresada en las urnas la que ha decidido que fuera ese partido quien la gobernara; la interpretación del voto clientelar que hacen algunos, además de ser ofensiva para el pueblo andaluz, no resiste la comparación con Castilla y León o Madrid, comunidades donde gobierna desde hace décadas la derecha, esa misma que denunció la administración paralela hasta que formó gobierno y se volcó en utilizarla clientelarmente para su provecho.

Todo ello es tan cierto como que han sido las políticas impulsadas desde los gobiernos de la Junta de Andalucía las que han favorecido la consolidación de sectores industriales estratégicos como el aeroespacial, el agroalimentario, o el tecnológico. Por todo ello, resulta ridículo, además de mentiroso, que Feijóo hable del “éxito” de Andalucía como fruto de estos tres años y medio de Gobierno de las derechas. Los datos están ahí: desde 2018 reducimos el paro en menor proporción que el conjunto de España, en 2018 éramos la segunda comunidad en exportaciones tras Cataluña, ahora somos la tercera, por primera vez el peso de la industria ha bajado del 10%, y hemos perdido 11 puntos de renta por habitante respecto a la UE, reduciendo el grado de convergencia que teníamos en 2018.

Llegamos a un punto en que escuchando la propaganda y los corifeos varios que nos rodean pareciera que "cuarenta años no son nada”, casi como en el tango Volver. Manchan el buen nombre de la socialdemocracia estirando su proyecto ómnibus

Pero claro, no cabía esperar otra cosa de quienes, a pesar de la victoria del PSOE, llegaron al Gobierno de Andalucía sin esperarlo, con el apoyo negociado de la extrema derecha, y han consumido dos terceras partes de legislatura y gran parte de sus esfuerzos en presentar la herencia socialista como una pesada losa y no como la base desde la cual podrían haber impulsado políticas auténticas de progreso. Más preocupados por crear una imagen irreal de Moreno Bonilla como un presidente moderado, se inventaron hasta un escudo propio cual nuevo Julio César con corona de laurel incluida, crearon una distinción andaluza para proclamar a Manuel Clavero como padre del “andalucismo moderno”, todo ello de acuerdo al popular refrán de “dime de qué presumes y te diré de qué careces”: Ni un Presidente con fuste y auctoritas, ni andalucismo de ningún cuño, nada de nada. Por eso, para hacer posible lo que ni las políticas aplicadas – privatización de la demanda sanitaria y educativa, fiscalidad favorable para las rentas altas, entre otras – ni la gestión cotidiana de los abundantes recursos públicos que el Gobierno central puso a su disposición iban a permitir, por eso, insisto, había que montar un potente aparato de propaganda, incrementando de forma notable la financiación de la publicidad institucional para captar las voluntades de los medios de comunicación privados, retorciendo la labor de los profesionales de los medios públicos hasta convertir Canal Sur en un boletín al servicio de la estrategia de confrontación con el Gobierno central y de ocultación de la realidad andaluza así como de la labor de la oposición.

Y de esta forma, llegamos a un punto en que escuchando la propaganda y los corifeos varios que nos rodean pareciera que “cuarenta años no son nada”, casi como en el tango Volver. Manchan el buen nombre de la socialdemocracia estirando su proyecto ómnibus como si fuera de goma para distraer algún incauto. Por eso se atreven a pedir el voto a los votantes socialistas, como si padecieran amnesia colectiva y anosmia total, y no supieran quién es quién en nuestro pasado reciente y en este presente difícil que vivimos. Pues sí, esos cuarenta años existieron, y son la prueba del éxito de un pueblo como el andaluz, que se puso en pie para escribir y protagonizar su historia. Cuarenta años con aciertos y errores, con avances y con frenazos, pero con dignidad, que nadie se llame a engaño.

23 de mayo de 1982, primeras elecciones al Parlamento de Andalucía. El hecho de que este aniversario coincida con un clima electoral no debería ser un impedimento para que las instituciones andaluzas, especialmente el propio Parlamento, intentaran trasladar a la ciudadanía el recuerdo de aquel entonces y, sobre todo, del recorrido de nuestra tierra en estas cuatro décadas. No está siendo así, con la notable excepción de la Asociación de la Prensa de Sevilla que una vez más es fiel a la profesionalidad informativa con la celebración de una exposición de prensa escrita de aquellas fechas.

En estos tiempos de desmemoria y de reescritura de la historia más reciente de Andalucía, parece más necesario que nunca dejar sentadas algunas afirmaciones incuestionables. La primera es relativa a saber de dónde veníamos aquel entonces, porque si no lo hacemos alguien puede pensar que la Andalucía del final del franquismo era una sociedad moderna, desarrollada, y con unos indicadores económicos y sociales positivos: muy al contrario, éramos una región en el límite del subdesarrollo, nuestros pueblos eran la expresión viva de una agricultura atrasada y sustentada en la explotación de la mano de obra jornalera al compás del capataz de turno, con una tasa insoportable de analfabetismo, y unas infraestructuras de saneamiento y de comunicaciones claramente tercermundistas. De ahí venimos, y el salto impresionante que Andalucía experimentó en esas décadas no es ni el fruto de la divina providencia, ni del efecto arrastre de la entrada en la Unión Europea – ahí está el Mezzogiorno italiano para demostrarlo – como tampoco lo es de la cooperación de una derecha andaluza que sistemáticamente se ha negado a arrimar el hombro todos esos años.