La ola revolucionaria que recorrió Europa en 1848 para acabar con las monarquías tuvo su reflejo en Aragón. Manuel Abad, un líder republicano oscense, protagonizó un intento frustrado de insurrección entre Zaragoza y Huesca. Un episodio que, aunque efímero, refleja las tensiones políticas y sociales de la época en el Aragón decimonónico y el anhelo de cambio en un país dominado por el absolutismo y la monarquía de Isabel II. También fue una semilla del movimiento que un cuarto de siglo después desembocaría en la Primera República.
¿Quién fue Manuel Abad? Un político liberal republicano nacido en Huesca cuya figura se asocia con los ideales de libertad, igualdad y oposición al régimen del general Ramón María Narváez, el militar conservador que había asumido el poder en 1844 y que gobernaba con mano de hierro reprimiendo cualquier atisbo de disidencia. La España de 1848 vivía una profunda crisis económica, agravada por la corrupción, el desempleo y la desigualdad social. La influencia de las revoluciones europeas, especialmente la francesa, alentó a sectores progresistas y republicanos a organizar levantamientos para derrocar al gobierno y establecer una república. En este marco, Abad emergió como un líder carismático dispuesto a desafiar el statu quo.
El alzamiento encabezado por Manuel Abad se inició el 30 de octubre de 1848, cuando una partida republicana bajo su mando ocupó la ciudad de Huesca. Había partido de Ejea de los Caballeros (Zaragoza), con varios de sus correligionarios procedentes de la Comarca de las Cinco Villas, y esta iniciativa fue tanto una demostración de fuerza como un intento de galvanizar el apoyo popular en una región donde las ideas liberales y republicanas habían encontrado eco entre ciertos sectores de la sociedad, especialmente entre la pequeña burguesía y los artesanos.
Una vez en Huesca, liberaron a los presos políticos pero no encontraron apoyo popular, como señala en un estudio el doctor en Historia del Arte Jorge Ramón. Incapaces de defender la ciudad y ante la llegada de las fuerzas gubernamentales dirigidas por el general Ramón Anglés, los sublevados se dirigieron a la población de Siétamo (Huesca), donde fueron sitiados por las tropas oficiales. Tras algunas escaramuzas se pactó la rendición a cambio de la libertad de los rebeldes.
Sin embargo, el acuerdo no se respetó y el general Narváez ordenó el fusilamiento en Huesca de Manuel Abad y siete de sus cabecillas, llevado a cabo el 5 de noviembre de 1848. Dos días más tarde se ejecutó a otros seis soldados elegidos por sorteo entre los detenidos. Muy pocos de los arrestados quedaron en libertad, y varios de ellos fueron embarcados en Valencia con destino a Filipinas, entonces colonia española.
La ocupación de Huesca no fue un ataque improvisado; se trató de una acción planificada que buscaba tomar el control de una plaza estratégica y extender la revuelta hacia otras ciudades, como Zaragoza, la capital de Aragón y un centro político y económico clave.
La partida republicana de Abad logró entrar en Huesca con relativa facilidad, lo que sugiere que contaban con cierto grado de apoyo local o, al menos, con la sorpresa como aliada. Una vez dentro, proclamó sus ideales revolucionarios y trataron de consolidar su posición. Sin embargo, la falta de recursos, la escasa coordinación con otros movimientos revolucionarios y la rápida respuesta de las fuerzas gubernamentales pronto pusieron en jaque la empresa. La ocupación de Huesca duró apenas unas horas y las tropas leales a Narváez, bien entrenadas y equipadas, no tardaron en movilizarse para sofocar la rebelión.
El régimen no estaba dispuesto a tolerar ningún desafío a su autoridad, sobre todo en un año en que las revoluciones amenazaban el orden establecido en toda Europa. Las ejecuciones públicas sirvieron como advertencia a quienes osaran desafiar al gobierno y consolidaron el mensaje de que cualquier intento revolucionario sería aplastado sin miramientos.
En Huesca, la figura de Manuel Abad se convirtió con el tiempo en un símbolo de resistencia y valentía. Décadas después, en 1885, se levantó un mausoleo en el cementerio de Las Mártires, financiado por suscripción popular y con apoyo del Ayuntamiento de Huesca, para honrar su memoria y la de sus compañeros. Todos los 1 de noviembre, representantes de Huesca y de otros municipios como Ejea de los Caballeros rinden homenaje a estos republicanos, un acto que mantiene viva su memoria. Una plaza de la capital oscense recibe su nombre, como también la asociación republicana de la ciudad.
El levantamiento de 1848 pone de manifiesto las dificultades a las que se enfrentaban los movimientos revolucionarios en la España del siglo XIX. A diferencia de Francia, donde la revolución logró derrocar a Luis Felipe I, en España el régimen monárquico estaba firmemente arraigado, respaldado por una élite militar y sostenido por la Iglesia. Además, la falta de una burguesía progresista fuerte y la pasividad de amplios sectores campesinos, más preocupados por sobrevivir que por la política, limitaron el alcance de estas insurrecciones.
Aunque no logró sus objetivos inmediatos, el sacrificio de Abad y sus seguidores contribuyó a mantener viva la llama del republicanismo en España, un ideal que resurgiría con fuerza años después y culminó con la proclamación de la Primera República en 1873 y, más tarde, la Segunda en 1931. Su historia, aunque breve y trágica, es un testimonio del valor de quienes se atrevieron a soñar con un futuro diferente, aun a costa de sus propias vidas. En la memoria de Aragón, Manuel Abad sigue siendo un héroe olvidado cuya lucha, aunque frustrada, no fue en vano.