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Una isla de calor subterránea: cómo el aumento de temperatura en las ciudades hunde el suelo y daña las infraestructuras

Sara Acosta

22 de julio de 2023 22:22 h

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Las ciudades están creando una isla de calor mucho mayor de la que conocemos. El subsuelo de las grandes urbes se calienta, y esto ya tiene efectos, como en Chicago, donde el suelo ha cedido milímetros y se están deformando infraestructuras.

Todo ese calor procede de los cimientos de los edificios, los sistemas de calefacción, las tuberías de todo tipo, los túneles, aparcamientos subterráneos o el metro, por constantes pérdidas térmicas. Pero también se ha generado a través de los materiales que sirven para construir estas infraestructuras, como el cemento, pues son como esponjas que absorben la radiación solar.

Los científicos llaman a este fenómeno ‘cambio climático subterráneo’, cuyo impacto se caracteriza por contaminar el agua o inducir problemas de salud como el asma, pero hasta ahora no se había puesto el foco en su impacto en las infraestructuras urbanas. El primer lugar donde este aspecto se ha investigado es el distrito financiero de Chicago, conocido como el ‘Loop’. Para analizarlo, el investigador Alessandro Rotta Loria, profesor de ingeniería civil y ambiental de la Universidad de Northwestern y autor del estudio, colocó con ayuda de sus estudiantes más de 150 sensores de temperatura en distintas localizaciones en la superficie y en el subsuelo de la ciudad.

Su equipo también instaló sensores en Grant Park, un espacio verde situado junto al lago Michigan, alejado de los edificios y de los medios de transporte. Los datos de su sistema de sensores indicaron que la temperatura del subsuelo bajo el distrito financiero sube hasta 10 °C respecto a Grant Park.

La temperatura del subsuelo bajo el distrito financiero sube hasta 10 °C respecto a Grant Park, un espacio verde junto al lago Michigan

Los resultados, tras tres años analizando estas mediciones, se cruzaron con una modelización de numerosos espacios subterráneos: aparcamientos, túneles o estaciones de tren, habituales en ese distrito, para simular cómo se ha calentado el suelo desde 1951, cuando se construyeron estas infraestructuras, hasta hoy; y establece una proyección desde el momento actual hasta 2051.

Según el estudio, hasta los 100 metros de profundidad el suelo se ha calentado a una media de 0,49 °C al año, y en este momento se está calentando 0,14 °C al año. El análisis plantea que el calentamiento probablemente se haya ralentizado debido a que las capas de suelo subterráneas hayan llegado a un punto de saturación térmica; es decir, a medida que la temperatura en la superficie ha ido aumentando y también la del subsuelo, la diferencia entre ambas ya no es tan significativa, de modo que cada vez es menos posible que el calor pueda moverse de una a otra.

“El suelo se está deformando debido a las variaciones de temperatura, y ninguna estructura ni infraestructura civil está preparada para resistir estos cambios. Aunque el fenómeno no es peligroso para la seguridad de las personas, sí afectará  a las operaciones cotidianas de estos sistemas y, a largo plazo, a las infraestructuras”, dice Rotta Loria.

La principal hipótesis de la investigación, incide Rotta Loria en su análisis, es que “estas islas de calor en el subsuelo representan un peligro silencioso para las áreas urbanas, en detrimento del correcto funcionamiento de las infraestructuras civiles”. El ingeniero pone como ejemplo el sobrecalentamiento de los raíles del metro, que fuerzan a reducir la velocidad del suburbano o a detenerse para evitar incidentes, con “significativos costes económicos asociados por el retraso de los servicios de transporte público”.

Este cambio climático subterráneo no es un fenómeno que se esté dando únicamente en el distrito financiero de Chicago. Como se plasma en el estudio, otras investigaciones recientes apuntan a que estas islas de calor han generado aumentos de temperatura de entre 0,1 °C y 2,5 °C por década en varias ciudades del mundo, hasta los 100 metros de profundidad.

Rotta Loria concluye: “No hay que estar en Venecia para vivir en una ciudad que se hunde, aunque las causas de ese fenómeno sean completamente diferentes”. 

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