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Por favor te lo pido

El aprendizaje de la estupidez es como el de una lengua. No me pregunten que me lleva a decir tal cosa o cómo lo he adivinado, simplemente se me ha venido a la cabeza al escuchar la forma en la que Marimar Blanco, la hermana de Miguel Ángel Blanco, se dirige a Manuela Carmena al terminar su fraternal discurso en la Plaza de la Villa.

“Te pido por todas las víctimas que coloques la imagen de mi hermano, que representa a todas las víctimas”, se oye decir a la hermanísima. Pero no es el uso de esta palabra, “víctimas”, sino el de “todas” (“todas las que yo diga”) lo que chirría en sus labios y asigna a ese “todas” el valor de una singular amenaza al tiempo que despoja a la palabra de su verdadero significado porque, ¿qué quieren que les diga? “Esas no son formas”, que respondería Carmena.

Dicen que la ambición es la fuerza impulsora de los hombres y las mujeres que se hacen a sí mismos y yo sin duda –en algún momento–  creí compartir plenamente esa idea. Con el tiempo he comprendido que el desarrollo del verdadero talento implica un elemento de habilidad, de hacer bien algo por el hecho mismo de hacerlo bien y que es esta habilidad –que a mi modo de ver Marimar Blanco no tiene– la que da a los seres humanos un sentido interior de respeto por sí mismos al tiempo que, con suerte, se consigue también el respeto de los demás.

No es el caso. Y es que a veces, por un momento, se levanta el telón y deja ver una escena que sabemos que contiene una clave importante –acerca de algo– aunque  vuelve a caer enseguida antes de que podamos descubrir qué es exactamente lo que acabamos de ver. Por lo que a mí se refiere, lo que me descubrió ese “levantamiento” no fue el hecho de que desde el minuto uno esta señora se arrogara la propiedad intelectual de un terrible dolor sino esa manera –tan poco empática– de posicionarse como icono/hermana, de arrogarse tan desconsideradamente el dolor de algunas víctimas y el hecho mismo de su crueldad para con las demás. 

La piedad, sabemos, es una virtud peligrosa que corre el riesgo de travestirse en menosprecio. La compasión, por su parte, está a veces íntimamente ligada a la desigualdad y por eso sabemos –no podemos olvidar– que para que la compasión sea operativa hubiera sido tal vez mejor que esta señora atenuase el exclusivo sentimiento fraternal hacia su hermano. Al menos, un poco. Pero por lo visto, tampoco es el caso.

Trasponer las fronteras de las diferencias solo puede conseguirse con generosidad y respeto. Respeto mutuo. Pero mucho me temo que Doña Marimar ha demostrado, una vez más, que no tiene ni pajolera idea de lo que significan ninguna de esas dos palabras. Doña Manuela, a diferencia suya, sí: “No se hacen así las cosas”. Punto.

El aprendizaje de la estupidez es como el de una lengua. No me pregunten que me lleva a decir tal cosa o cómo lo he adivinado, simplemente se me ha venido a la cabeza al escuchar la forma en la que Marimar Blanco, la hermana de Miguel Ángel Blanco, se dirige a Manuela Carmena al terminar su fraternal discurso en la Plaza de la Villa.

“Te pido por todas las víctimas que coloques la imagen de mi hermano, que representa a todas las víctimas”, se oye decir a la hermanísima. Pero no es el uso de esta palabra, “víctimas”, sino el de “todas” (“todas las que yo diga”) lo que chirría en sus labios y asigna a ese “todas” el valor de una singular amenaza al tiempo que despoja a la palabra de su verdadero significado porque, ¿qué quieren que les diga? “Esas no son formas”, que respondería Carmena.