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In šāʾ Allāh

Una vecina a la que le falta una década para cumplir un siglo se despide de mí siempre que nos vemos de la misma manera. Hasta mañana, digo yo. Si dios quiere, dice ella. Y si no quiere también, le suelo replicar. Ella me mira como si no tuviese ni idea de nada y creo que tiene razón. Porque tras su “si dios quiere” lo que hay no es un dejar en manos de la divinidad el futuro sino el reconocimiento de que lo que pasará mañana es algo que no depende sólo de nosotros.

“Si dios quiere” expresa el deseo de que algo suceda y la aceptación de que el hecho de que suceda escapa de alguna manera a nuestro control.  Mi “y si no quiere también” lo que refleja es una soberbia y una ingenuidad porque lo cierto es que yo no puedo decidir del todo ver a mi vecina mañana y por eso conviene dejar en el aire, como hace ella, ese deseo de que nos veamos y no dar por sentado que ese encuentro llegará a producirse.

Al deseo de querer ir a algún sitio le tienen que acompañar, para que el deseo se cumpla, la voluntad y las acciones. Pero el deseo, la voluntad y las acciones no son todopoderosas, siempre hay algo que se nos escapa: otros deseos que entran en colisión con los nuestros o el propio azar.

Mi vecina acompaña un deseo tan sencillo, como es verme al día siguiente, con un “si dios quiere” porque es una manera de decir “ojalá”, porque es una manera de decir que al día siguiente quiere estar viva y que yo lo esté y que nos encontremos y podamos charlar un rato sentados en el banco que hay en la puerta de su casa. Dice “si dios quiere” porque la experiencia le ha dicho que existe la posibilidad de que algo tan sencillo como ese encuentro no llegue a producirse. Cuanto más difícil es que un deseo se cumpla más fácil es que digamos “ojalá”. Mi vecina dice que nos veremos mañana “si dios quiere” porque tiene casi noventa años y ve cada vez más difícil que eso suceda. Yo, a mis cuarenta y uno, doy ingenuamente por sentado que nos vamos a ver y no suplico a nadie por eso. A partir de ahora, cada vez que mi vecina me diga que nos veremos “si dios quiere”, yo le responderé con un “ojalá”.

Busco el origen de la palabra “Ojalá” y encuentro sus raíces árabes: “In šÄÊ¾ Allāh”. Los seres humanos llevamos miles de años dejando flotar en el aire esas palabras que, en un idioma u otro, manifiestan el íntimo deseo de que algo, sobre todo algo que vemos difícilmente realizable, se llegue a producir. “Ojalá” o  “In šÄÊ¾ Allāh” o “Si dios quiere” encierran un ruego, un rezo misterioso con o sin divinidad, una súplica para que todo lo que no depende de nosotros avance en la misma dirección que nuestros deseos.

Una vecina a la que le falta una década para cumplir un siglo se despide de mí siempre que nos vemos de la misma manera. Hasta mañana, digo yo. Si dios quiere, dice ella. Y si no quiere también, le suelo replicar. Ella me mira como si no tuviese ni idea de nada y creo que tiene razón. Porque tras su “si dios quiere” lo que hay no es un dejar en manos de la divinidad el futuro sino el reconocimiento de que lo que pasará mañana es algo que no depende sólo de nosotros.

“Si dios quiere” expresa el deseo de que algo suceda y la aceptación de que el hecho de que suceda escapa de alguna manera a nuestro control.  Mi “y si no quiere también” lo que refleja es una soberbia y una ingenuidad porque lo cierto es que yo no puedo decidir del todo ver a mi vecina mañana y por eso conviene dejar en el aire, como hace ella, ese deseo de que nos veamos y no dar por sentado que ese encuentro llegará a producirse.