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La mosca, el animal más persuasivo

«Todos los animales terrestres descienden de células que alguna vez vivieron en el agua, y no han sido capaces de desprenderse de esta herencia acuática. Nunca han podido arreglárselas sin agua. Algunos son más esclavos del agua que otros; por ejemplo el sapo común, que cada primavera tiene que volver al charco o pantano a poner sus huevos. La mayoría de los demás animales han logrado liberarse de esta compulsión, pero incluso aunque ya no bañen con agua el exterior de su cuerpo, lo engañan deslizando periódicamente agua por su interior. A esto se le llama beber. Algunos miembros de la especie humana han luchado mucho por liberarse completamente de la necesidad de ingerir agua sustituyéndola por otros líquidos, pero este intento ha logrado un éxito parcial».

Este párrafo pertenece al libro To Know a Fly [Conocer una mosca], del entomólogo estadounidense Vincent Dethier, claramente dirigido a un público amplio, no a sus colegas. Dethier dedicó muchas vidas al estudio de las moscas (la suya y las de la mayor parte de sus investigadas) y no es, ni mucho menos, el único biólogo que escribe para el público en general acerca de estos insectos. Sin salir de mi confinada biblioteca encuentro Clones, moscas y sabios, de Antonio López Campillo, que cuenta del papel que jugaron en el descubrimiento de la insulina. Y Javier Sampedro en ¿Con qué sueñan las moscas? habla, en fin, de los sueños de las moscas. (Que los animales sueñan se sabe desde que Michael Jouvet demostró en la década de 1950 que los gatos lo hacían. Claro que de los gatos podemos creernos con facilidad que sueñen, que pertenezcan a sociedades secretas y que especulen en bolsa. Pero las moscas…).

Se ha publicado una infinidad de libros sobre ellas (descontando la sección que las trata como cebo para la pesca, porque entonces el total ascendería a dos infinidades y media). No solo biólogos, también insignes literatos las han elegido como tema: Los hombres y las moscas, de OPS; Moscas, árboles y hombres, de Arturo Uslar Pietri, El señor de las moscas, de William Golding; Por una mosca de nada, de Gracia Iglesias y Ana Gómez…

Es decir, los humanos tenemos un interés intenso en las moscas. No hay constancia de que ellas hayan escrito sobre nosotros, pero sabemos que nuestro interés es perfectamente correspondido, porque nos acompañan desde que nacemos hasta que morimos y más allá. Ambas especies convivimos de antiguo, y todo apunta a que las cosas seguirán así, por mucho que las pandemias cambien costumbres.

Los humanos pertenecemos a las especies que nos hemos liberado parcialmente de la compulsión del agua: no volvemos a ella para poner huevos, pero la bebemos por la parte de arriba de nuestros cuerpos. Dice Dethier que expulsarla por el mismo sitio solo sirve para limpiar las gafas (¿en Estados Unidos nadie pega sellos con la lengua?), por lo que el grueso se elimina por la parte inferior. Pero mientras que los dos sexos de la especie ingieren líquido de la misma manera, la expulsan de modo diferente: los machos pueden hacerlo contra la pared. En locales públicos la colocación de urinarios para varones es sencilla y barata, por lo que es preferida a la instalación de cabinas cerradas. El problema viene con la higiene: al parecer, los varones humanos no tenemos buena puntería al desalojar agua, que salpica bastante fuera del artilugio que debe recogerla, y los gastos de limpieza se disparan.

Dethier dice en To Know a Fly que los hombres siempre quieren matar a las moscas. No sabemos si Jos van Bedaf, jefe de limpieza del aeropuerto de Ámsterdam, le había leído o sabía esto por otras fuentes: el caso es que se le ocurrió poner una mosca en cada urinario, cerca del desagüe. No una mosca de verdad, que hubiera habido que alimentar y convencer para que se quedara quieta, sino una mosca grabada en la cerámica, indistinguible de una auténtica a la distancia de uso del urinario. La idea era que los regantes apuntaran a la mosca y, así, salpicaran menos.

El método fue muy eficaz y ha aparecido en diversos informes y tratados sobre los procedimientos para convencer a la gente de que haga cosas. Las salpicaduras que salían fuera del urinario se redujeron en un 80 %. (Me gustaría saber si solo el 80 % de los hombres atendió el reclamo y apuntó al animalito, o si todos lo hicieron pero la puntería no mejora más allá de ese porcentaje, pero esto no lo aclaran los informes).

La experiencia es citada por científicos sociales especializados en conducta humana, como Richard Thaler, Premio Nobel de Economía 2017.

Ha habido una entomóloga que ha despreciado el hallazgo del aeropuerto de Ámsterdam, alegando que en los urinarios victorianos ya había dibujadas abejas. Es cierto. Pero la entomóloga no tiene en cuenta que los caballeros victorianos tenían una excelente formación en latín. Y en latín abeja se dice apis. Es decir, veían la abeja y leían: un pis.

Conclusión: la abeja hace un chiste. La que persuade es la mosca.

Dethier no vivió lo suficiente para enterarse de todo esto. Así que nos cuenta muchísimas cosas apasionantes sobre las moscas, pero no dice nada de su capacidad de persuasión. Seguramente le hubiera gustado saberlo. Tras él, nadie se ha molestado en declarar a la mosca común como la campeona de la retórica animal, pero me parece justo reconocérselo. La próxima vez que se le ponga una detrás de la oreja, piénselo, sonría y escuche con atención: seguramente quiere convencerlo de algo.

«Todos los animales terrestres descienden de células que alguna vez vivieron en el agua, y no han sido capaces de desprenderse de esta herencia acuática. Nunca han podido arreglárselas sin agua. Algunos son más esclavos del agua que otros; por ejemplo el sapo común, que cada primavera tiene que volver al charco o pantano a poner sus huevos. La mayoría de los demás animales han logrado liberarse de esta compulsión, pero incluso aunque ya no bañen con agua el exterior de su cuerpo, lo engañan deslizando periódicamente agua por su interior. A esto se le llama beber. Algunos miembros de la especie humana han luchado mucho por liberarse completamente de la necesidad de ingerir agua sustituyéndola por otros líquidos, pero este intento ha logrado un éxito parcial».

Este párrafo pertenece al libro To Know a Fly [Conocer una mosca], del entomólogo estadounidense Vincent Dethier, claramente dirigido a un público amplio, no a sus colegas. Dethier dedicó muchas vidas al estudio de las moscas (la suya y las de la mayor parte de sus investigadas) y no es, ni mucho menos, el único biólogo que escribe para el público en general acerca de estos insectos. Sin salir de mi confinada biblioteca encuentro Clones, moscas y sabios, de Antonio López Campillo, que cuenta del papel que jugaron en el descubrimiento de la insulina. Y Javier Sampedro en ¿Con qué sueñan las moscas? habla, en fin, de los sueños de las moscas. (Que los animales sueñan se sabe desde que Michael Jouvet demostró en la década de 1950 que los gatos lo hacían. Claro que de los gatos podemos creernos con facilidad que sueñen, que pertenezcan a sociedades secretas y que especulen en bolsa. Pero las moscas…).