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El Macizo del Hornijo resguarda la segunda mayor sala subterránea de la Península Ibérica

Pasamos de acceso a la sala subterránea.

Pedro Merino Múgica

18 de octubre de 2021 20:04 h

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La entrada de la Torca de los Cubillones no se diferencia en nada de la miríada de otras grietas que tapizan los lapiaces -o garmas, como son conocidas en la comarca- del Macizo del Hornijo. Este macizo calcáreo, a caballo entre los municipios de Soba, Ruesga y Ramales, alberga miles de grietas y fisuras, algunas con la suficiente entidad como para ser catalogadas como “simas” o “torcas” por los espeleólogos. En las últimas décadas, los trabajos de exploración y cartografía han documentado varios centenares de cavidades, “la mayoría con escaso interés”, según Ángel García, secretario de la Agrupación Espeleológica Ramaliega (AER).

La AER comenzó la exploración del Hornijo a finales de los años 80. Los vecinos del barrio de Ancillo recuerdan como en aquellos años unos jóvenes con pesados petates pasaban muy temprano por delante de sus casas, para adentrarse en un escabroso terreno, apenas surcado por unos pocos senderos. “Fueron años de muchas pateadas y mucho esfuerzo, pero de pocos resultados”, rememora Ricardo Martínez. Catalogaron más de dos centenares de simas, de entre 10 y 100 metros de profundidad. Pero no lograron encontrar lo que ansiaban: el supuesto sistema de galerías subterráneas que durante milenios habría drenado todo ese macizo. Los geólogos aseguraban que esas galerías estaban allí… pero no aparecían. Entre las muchas cavidades descendidas, una llamó la atención de los exploradores: la única que aspiraba aire en toda la zona. Sin embargo, y pese a descender varios pozos y realizar diversas escaladas, no fue posible dar con la continuación.

En los años 90 los espeleólogos del AER cambiaron el escenario: se fueron al Macizo del Mortillano, donde a lo largo de 25 años explorarían casi un centenar de kilómetros de nuevas galerías, logrando la que sería durante años la mayor cavidad peninsular: el sistema del Mortillano, que actualmente cuenta con 147 kilómetros de galerías, y una profundidad de 950 metros. Desde hace unos años se ha de conformar con un honroso segundo puesto, al ser superado por el sistema del Alto del Tejuelo (Miera), con 175 kilómetros.

Con la pandemia y el confinamiento municipal, la AER volvió a centrarse en el entorno de Ramales, pateando de nuevo las ásperas garmas del macizo. La Torca de los Cubillones, vieja conocida, pronto vino a su memoria, pues la corriente aspirante “suele ser un buen indicador de conexión con sistemas grandes”, señala Ángel García. Su revisión permitió conocer nuevas galerías, pero las estrecheces frenaron los avances.

El descubrimiento

Este verano, los miembros del AER en colaboración con espeleólogos franceses del Spéléo Club de Dijon (SCD), volvieron a la carga. Tras desobstruir ingentes cantidades de barro, y descender un pozo de 23 metros regado por la lluvia de un afluente, llegaron a un estrecho pasaje, que de repente se transformó en una vasta negrura. “Las piedras que tiramos no rebotaban en ninguna pared y alumbrando desde el borde con nuestras linternas, no veíamos nada más que oscuridad. Estaba claro que no se trataba de un típico pozo, si no de una enorme sala”, explica García.

En una nueva salida, dos miembros del equipo de exploración, consiguieron equipar un aéreo pasamanos, que evitaba la caída del agua y descendían más de 60 metros desde el techo de la sala hasta poner el pie en el suelo. “Fue una sensación alucinante flotar en el espacio negro, sin ver paredes”, dice Cristóbal Ortega, que junto con Enrique Ogando (miembro del GELL) fueron los primeros en descender.

Efectivamente, la sala tiene unas dimensiones de 193 metros en su eje mayor, y 137 en el menor, además de una altura que va de los 50 a los 70 metros. Se convierte así en la segunda sala subterránea de la península por volumen, y la tercera por área (con más de 18.700 metros cuadrados) superada solo por la Sala del Carlista (ubicada en el subsuelo de Ramales y Carranza) y la Olivier Guillaume (en Arredondo) que, “pese a su mayor extensión sólo cuenta con unos 25 metros de altura”, apunta García.

Las exploraciones siguen en estos momentos. “La última incursión nos ha permitido descender hasta –250 de profundidad, en un pozo que se abre en el centro de la sala”, apunta García. La falta de cuerda les impidió continuar. Además, tienen otros pozos pendientes de descender en la misma sala, y “múltiples recovecos” pendientes de revisión concienzuda.

Futuras exploraciones

Sin embargo, el objetivo de esta exploración está 200 metros más abajo: conectar con las galerías de la cueva del Carcabón. Se trata de una cavidad con más de 10 kilómetros explorados, pero con un acceso muy comprometido: una oquedad que en cuanto llueve queda anegada. “Llevamos años entrando a explorar por allí, pero nos vemos muy limitados a las épocas de seca”, apunta Patrick Degouve, espeleólogo francés.

El hecho de que las exploraciones en esa cavidad obliguen a pernoctar supone que la meteorología siempre es una espada de Damocles. Una de las galerías de este sistema se encuentra ubicada prácticamente debajo de la descomunal sala, y la esperanza de los exploradores ramaliegos es poder conectar y así prescindir de la entrada inferior. “El sistema del Carcabón es particularmente interesante para entender la dinámica hidrogeológica del Hornijo y la zona alta del Asón”, señala Francisco Martínez, geólogo y miembro del AER.

El Alto Asón suma así otro punto de interés kárstico. A los ya mencionados sistemas del Alto del Tejuelo y Mortillano habría que añadir el sistema del Gándara (110 kilómetros), el mayor pozo de España (pozo MTDE, de 432 metros, ubicado en Ruesga) o los más de 200 kilómetros de galerías de los sistemas subterráneos de Matienzo.

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