Donald Trump empezó su segundo mandato en la Casa Blanca con la promesa de transformar la economía de Estados Unidos. Millones de estadounidenses, que soportaban la subida de los precios y el aumento de las facturas, eligieron a un presidente que prometió reactivar el corazón industrial del país y dejar que el resto del mundo pagara la factura.
Trump y su equipo han proclamado el 2 de abril como el 'Día de la Liberación'. El mandatario ha prometido pasar al ataque e imponer un aluvión histórica de aranceles a los productos procedentes del extranjero que, según él, representarán una gran entrada de dinero y supondrán una reactivación extraordinaria para la economía de EEUU.
Cuando han pasado diez semanas desde su investidura, Trump ha dicho que aumentará los aranceles sobre todos los productos de los países que cobran aranceles a las exportaciones estadounidenses. Impondrá aranceles generalizados a los productos de Canadá y México; aplicará aranceles elevados a los automóviles, los chips informáticos y los medicamentos extranjeros; y gravará con aranceles las exportaciones de EEUU a los países que importan petróleo y gas de Venezuela.
Según Trump, es “la gran oportunidad”. En cambio, parte del sector empresarial y de los economistas están muy preocupados por la envergadura de su estrategia comercial, que la Tax Foundation estima que podría reducir el producto interior bruto (PIB) de EEUU en aproximadamente un 0,7% y suponer la pérdida de unos 500.000 puestos de trabajo.
Según Eswar Prasad, catedrático de Política Comercial de la Universidad de Cornell y exfuncionario del Fondo Monetario Internacional, “la escalada arancelaria es un duro golpe para el sistema comercial mundial”.
Se analice como se analice, una medida de esta envergadura constituiría una sacudida radical y sentaría las bases para una revisión fundamental de la economía estadounidense. Y, sin embargo, aunque la retórica de Trump sobre medidas arancelarias ha ido subiendo de tono, en realidad sus pasos han sido más cautelosos.
Amenazas inmediatas, acciones más lentas
En su toma de posesión en enero, el presidente prometió “iniciar inmediatamente la revisión de nuestro sistema comercial para proteger a los trabajadores y las familias estadounidenses”. En ese sentido, señaló que “en lugar de gravar a nuestros ciudadanos para enriquecer a otros países, impondremos aranceles e impuestos a los países extranjeros para enriquecer a nuestros ciudadanos”.
Aunque las amenazas fueron inmediatas, no pasó inmediatamente a la acción. Tomemos el caso de Canadá y México. La Administración ha adoptado una postura sorprendentemente dura contra los socios comerciales más grandes y cercanos de EEUU, pero su imposición de aranceles generales se ha visto afectada por una vertiginosa serie de plazos cambiantes, retrasos y retrocesos.
La promesa inicial de imponer aranceles desde el “primer día” se aplazó, sin explicación alguna, hasta febrero. Cuando llegó febrero, un acuerdo de última hora lo retrasó a marzo. Cuando finalmente se impusieron los aranceles, pasaron poco más de 24 horas antes de que los fabricantes de automóviles obtuvieran una exención temporal, y 48 horas antes de que todos los bienes cubiertos por un acuerdo comercial existente entre EEUU, México y Canadá se libraran durante un mes más.
Durante todo ese tiempo, Trump y sus más altos colaboradores han aceptado lenta, pero firmemente, los riesgos que están planteando para obtener las recompensas que han prometido.
En enero, Trump afirmó que “los aranceles no causan inflación”. Un mes más tarde, admitió que los precios “podrían subir algo a corto plazo”. Y en marzo, puntualizó que los aranceles producirán una “ligera perturbación”, subrayando que le parecía bien.
A principios de este mes, el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, admitió que es muy posible que se produzca un “ajuste de precios puntual” como consecuencia de los aranceles de Trump. Precisó que “acceder a productos baratos no es la esencia del sueño americano”.
Mientras Trump pronostica que la imposición de elevados aranceles estadounidenses a los productos extranjeros provocará que las empresas internacionales fabriquen sus productos en EEUU, en lugar de hacerlo fuera del país, a las empresas y a los inversores de todo el mundo ya les está costando seguir el ritmo de la errática política comercial de su Administración.
Desde su investidura, Trump ha subido los aranceles a las exportaciones chinas a EEUU y ha elevado al 25% los aranceles sobre el acero y el aluminio extranjeros. Según la Tax Foundation, la tasa arancelaria media de Estados Unidos se ha disparado del 2,5% al 8,4% este año, el nivel más alto desde 1946.
Alex Durante, economista jefe de esa entidad, afirma que el país se está “acercando” al tipo de aranceles que no se veía desde la década de 1930, cuando la ley Smoot-Hawley, una de las más criticadas de la historia de EEUU, introdujo aranceles a miles de productos. Según Durante, “con cada medida arancelaria nos acercamos rápidamente a un arancel universal que sería perjudicial para la economía”. “Entre bastidores, creo que probablemente hay cierta preocupación, incluso entre algunos miembros del equipo [de Trump], de que se están acercando rápidamente al punto de no retorno”, agrega.
“Un momento muy emocionante”
La semana pasada, mientras su gabinete lidiaba con las consecuencias de la inclusión involuntaria de un periodista en un chat de grupo sobre planes militares secretos para atacar a los rebeldes hutíes de Yemen, Trump convocó a los periodistas al Despacho Oval para preanunciar aranceles a los coches extranjeros. “Es un momento muy emocionante”, les dijo. El entusiasmo dista mucho de ser generalizado.
Prasad, el catedrático de Cornell, señala: “Estamos virando hacia un mundo en el que un conjunto de normas comúnmente aceptadas está siendo desplazado por acciones unilaterales que aparentemente promueven un sistema de comercio justo, pero que en cambio crearán volatilidad e incertidumbre, inhibiendo el libre flujo de bienes y capital financiero a través de las fronteras nacionales”.
Según Dan Ives, analista de Wedbush Securities, los aranceles sobre los automóviles supondrían “un viento en contra similar a un huracán para los fabricantes de automóviles extranjeros (y para muchos estadounidenses)”. Según sus estimaciones, podrían subir los precios hasta 10.000 dólares en EEUU.
“Seguimos creyendo que se trata de algún tipo de negociación y que estos aranceles podrían cambiar de aquí a una semana”, señala el experto. “Aunque este arancel inicial del 25% sobre los automóviles procedentes de fuera de Estados Unidos es una cifra casi insostenible para el consumidor estadounidense”. Además, se espera que estas medidas provoquen represalias, con los exportadores estadounidenses en el punto de mira.
Aunque un portavoz de la Comisión Europea ha subrayado que es demasiado pronto para detallar la respuesta de la Unión Europea a las acciones “aún no implementadas” por Estados Unidos, ha dicho: “Puedo asegurarles que será oportuna, que será sólida, que estará bien calibrada y que logrará el impacto previsto”.
Trump está muy atento. Mientras los países y mercados afectados por los nuevos aranceles estadounidenses estudian cómo contraatacar, el presidente ha advertido públicamente a la UE y Canadá de que les impondrá aranceles “mucho mayores” si se oponen a sus políticas.
Algunos dudan de que el Gobierno federal tenga capacidad suficiente para ejecutar la embestida comercial que Trump ha asegurado que se avecina. Durante no cree que el Representante de Comercio de Estados Unidos “disponga ahora mismo de personal suficiente ni siquiera para averiguar cómo aplicar algunos de estos aranceles”.
Pero después de innumerables pasos en falso y mucha fluctuación, la cuestión persistente –a pesar de todos los ataques, advertencias y promesas– no es hasta dónde puede llevar Trump sus guerras comerciales, sino hasta dónde llegará él. El presidente es, en el fondo, un vendedor. En los negocios, vendió bienes inmuebles, con éxito desigual. En televisión y, luego, en política, vendió historias, con gran éxito.
Millones de estadounidenses compraron la imagen que construyó de sí mismo en el reality The Apprentice, en el que se presentó como un empresario de éxito descomunal. Millones más compraron su promesa durante la campaña electoral de compartir ese éxito descomunal con el resto del país.
Trump ya no vende una promesa, sino su estrategia para cumplirla. Ha ganado las elecciones presidenciales en dos ocasiones gracias a relatos, a veces desvinculados de la verdad, que han servido para cambiar percepciones, romper normas y recabar apoyos. Pero la retórica, por audaz y descarada que sea, no puede cambiar la realidad.
El presidente afirma que desencadenar una oleada de aranceles y provocar un brusco aumento de los costes en EEUU y en todo el mundo solo causaría una “ligera perturbación”.
En caso de que la medida del 2 de abril resulte tan drástica como se anuncia, las empresas y los consumidores podrían tener dificultades para conciliar el concepto de “ligera perturbación” con lo que se van a encontrar. La Administración Trump ha denominado el 2 de abril como 'Día de la Liberación'. Quizá Día de la Responsabilidad legal podría llegar a ser una nominación más apropiada.