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Trabajadoras del hogar simpapeles fundan un sindicato en Barcelona para luchar contra los abusos

Cinco mujeres alrededor de una mesa comentan el acto sobre asilo político que se celebrará la próxima semana. Muchas de ellas son colombianas y les interesa la cuestión porque han entrado a España tras pedirlo. Han traído barquillos de chocolate, que van sacando de su envoltorio de plástico y comiendo mientras comentan si alguna asistirá al evento. Pronto llegarán dos más. Y, aunque hoy cuenten con alguna baja, en total suman diez miembros. Todas ellas mujeres, trabajadoras del hogar, indocumentadas, sin ningún tipo de apoyo y la mayor parte recién llegadas. A pesar de no tener nombre oficial se hacen llamar 'Mujeres cuidadoras sin papeles' y son un proyecto de sindicato para defender los derechos de este colectivo tan vulnerable.

Empezaron siendo tres y, hablando entre ellas, surgió la necesidad de compartir su situación de abuso y sobrecarga laboral. “Nos encargamos de cuidar de los niños y los ancianos, pero ¿quién cuida de nosotras?”, exclama Claudia. Desde el mes de junio formalizaron los encuentros y ahora se reúnen cada martes de 18 h a 20:30 h en el Espai de l'Immigrant en el Raval (Barcelona), un espacio ocupado donde se reúnen diversos proyectos de activistas migrados que este jueves intentará ser desalojado.

La dinámica de la reunión no está pautada. Van llegando, comentan sus historias personales y entre ellas se ofrecen recursos. Algunos martes, por ejemplo, asiste una trabajadora de Creu Roja que las ayuda a obtener la tarjeta sanitaria, tras ver que esta era una problemática compartida. También se ayudan con las gestiones del padrón, comparten los precios que se suelen cobrar por hora de limpieza y otras informaciones de interés. “Todo lo que aprendemos lo compartimos”, resume Sílvia.

Son muy conscientes de la necesidad de formarse, por lo que ya han entrado en contacto con un abogado que las asesora sobre sus derechos laborales. Muchas están aprendiendo catalán y, si la reglamentación se lo permitiera, también se sacarían el certificado de atención sociosanitaria. “Pero sin el NIE está difícil”, se lamenta una de ellas.

Se estima que en Catalunya en 2019 había aproximadamente 47.000 trabajadoras del hogar con nacionalidad extranjera, que representan poco más de la mitad del total de mujeres que se dedican a esta actividad. La diferencia entre el número de afiliadas a la Seguridad Social, 5.329, y el de ocupadas en el sector, 47.262, muestra el porcentaje de irregularidad: solo el 11% está regularizada.

Una memoria presentada en 2019 por el Centre d'Informació per a Treballadors Estrangers (CITE), una asociación promovida por CCOO, muestra que el principal sector de empleo de la población migrada es el del trabajo familiar, que ocupa el 36,3% de los casos. El mismo informe destaca que el 42,1% de las personas en situación administrativa irregular también se dedica a ello. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE) el 97,8% de estas trabajadoras son mujeres.

Un sector en situación de semiesclavitud

Cada una de las mujeres de el colectivo tiene una historia personal diferente, pero todas ellas se asemejan en aspereza. Muchas trabajan internas, por lo que sus jornadas laborales alcanzan las 24 horas. Ante la imposibilidad de establecer un contrato, sus empleadores se inventan las condiciones. Las acogen diciendo que se encargarán de los cuidados de una persona mayor y luego les ordenan el mantenimiento de la casa, el cuidado de la ropa, la preparación de la comida e innumerables tareas más que no estaban acordadas desde un principio.

Nathaly, por ejemplo, explica que se enteró gracias a estos encuentros semanales que tiene derecho a descansar un par de horas por la tarde. “¡Ni el derecho al descanso nos conceden!”, exclama.

Estas jornadas maratonianas se suman a un sinfín de horas que no se retribuyen en el salario final y al desamparo laboral más absoluto. Según datos de Barcelona Activa, entre el 50 y el 60% de las trabajadoras del hogar cobra menos de 18.000 euros brutos anuales y una de cada cuatro cobra menos de 10.500 euros.

Dos de las integrantes del sindicato explican que, además, han sido víctimas de situaciones de abuso sexual. A una el señor por el que trabajaba la manoseó y a otra le pidieron que limpiara con ropa interior transparente. Un estudio de 2019 de la Fundación Josep Irla, vinculada a ERC, constata que el acoso sexual a mujeres migradas trabajadoras del hogar y de los cuidados es “una de las formas de violencia machista más oculta e invisibilizada de nuestra sociedad”.

El informe recoge que el 41% de las mujeres encuestadas afirmaba haber sido objeto de groserías -insinuaciones, proposiciones o comentarios de carácter sexual y el 28% había sufrido tocamientos o acercamientos excesivos. A su vez, el 10% recibió demandas de relaciones sexuales y el mismo porcentaje afirmó que habían abusado sexualmente de ellas.

Un sindicato para dignificar su labor

Con la puesta en marcha del sindicato pretenden animar a las más jóvenes a no dejarse pisar: “Nosotras ya tenemos más experiencia en la vida y sabemos afrontar este tipo de sucesos, pero a una chica joven puede resultarle más difícil”, apunta Nathaly, que añade que muchas chicas tienen miedo adherirse a su grupo porque piensan que sindicarse les va a traer problemas.

Esta iniciativa, sin embargo, no es la única que pretende reivindicar los derechos de este sector. Entre ellas se cuentan Mujeres Migrantes Diversas, Mujeres Pa'lante, Las Libélulas y el Centro de Información para Trabajadores Extranjeros (CITE) de CCOO, que el pasado diciembre presentaron una campaña con el eslógan: 'No tener papeles no significa no tener derechos' con la que pretendían ofrecer herramientas a las personas en esta situación.

Ana esboza el que será el logotipo de la entidad. Todas comparten estar viviendo su primera experiencia política y quieren ir despacio y con buena letra. Reivindican que no es un sindicato con grandes demandas, ni recursos, ni reconocimiento; simplemente es un grupo de mujeres organizadas que buscan que se dignifique su labor. Y subrayan que todas las alianzas serán bienvenidas para extender su voz.

Al acabar el encuentro, Sílvia muestra una nota escrita en un papel con esta frase: “Nadie tiene derecho a tocar nuestro tiempo, nuestro cuerpo y nuestra dignidad”.