Cada día aparecen nuevas noticias sobre las consecuencias del cambio climático y también cada día son más y más las personas que están preocupadas por sus efectos globales y locales. Una preocupación que desemboca en distintos grados de ansiedad y que se ha bautizado con el nombre de ecoansiedad. El término ecoansiedad se recoge en numerosos reportajes e informes de diferentes instituciones y ha pasado a formar parte del vocabulario habitual con el que se expresa este temor a la crisis ambiental en general y a la climática en particular.
A las personas que manifiestan esta preocupación por la vida se les achaca con frecuencia sentimientos de afecto y desasosiego exagerados, se les señala por extraer consecuencias desmesuradas, sembrar alarmas infundadas, ser pesimistas, tremendistas o extremistas. Incluso la ecoansiedad se ha asociado con trastornos psicológicos serios. En el estudio publicado por The Lancet en 2021, hasta el 45% de los jóvenes menores de 26 años manifestaban que las emociones desencadenadas por el cambio climático tenían secuelas perjudiciales sobre su proyecto vital. Sin embargo, dado el abrumador consenso científico sobre el deterioro de los ecosistemas, ¿no sería esta una forma adecuada de responder ante la amenaza que supone el cambio climático? ¿O acaso es más prudente o lógico evitar, negar o reprimir el pensar en esas consecuencias tan preocupantes? La pregunta no es trivial y, de hecho, muchas investigaciones tratan de esclarecer cómo se supone que debemos de reaccionar ante la amenaza del calentamiento global que cada día es más visible, más cercana y menos abstracta.
En las investigaciones más recientes acerca de este término se analizan las respuestas que provoca la información científica sobre las amenazas del cambio climático, y también los mecanismos que ponemos en marcha para afrontar los riesgos a los que nos enfrentamos. La emergencia climática representa un riesgo emocional precisamente porque se pueden anticipar las consecuencias que conlleva en varios ámbitos de la vida: sobre la salud, la alimentación, la economía, los estilos de vida o los flujos migratorios. Algunos de estos efectos ya se están padeciendo en algunas partes del mundo y otros son imprevisibles, repentinos y fulminantes. En algunas investigaciones se considera que la ecoansiedad engloba otras muchas emociones. Entre estas emociones se pueden nombrar como las más relevantes la tristeza, la impotencia, la ira, el miedo, la indignación o la esperanza. Estas son las emociones que aparecen con más consistencia en los diferentes estudios y sobre las que más investigación existe. Para otras muchas investigaciones la ecoansiedad constituye una emoción en sí misma y representa un aspecto específico de la preocupación por la crisis climática.
En ambos casos, tanto si dispara otras emociones o es una emoción en sí misma, la ecoansiedad cabe dentro de los desórdenes de ansiedad. La ansiedad se define como la preocupación anticipada a una amenaza futura que surge cuando se percibe como potencialmente dañino un estímulo que es común o neutral, evocando un estado de inquietud, agitación e hipervigilancia. La ansiedad aparece como reacción emocional ante la perspectiva de alguna amenaza o peligro. Estas emociones han permitido que la humanidad pudiese sobrevivir desde el principio de los tiempos. Identificar los peligros para mantener la vida es absolutamente necesario. Se diferencia del miedo en la precisión con la que se puede identificar la amenaza; en el miedo la causa suele estar clara o ser obvia; sin embargo, en la ansiedad las sensaciones son más difusas y vagas. A nivel teórico se pueden diferenciar diferentes tipos de ansiedad como los trastornos de ansiedad social, los obsesivos compulsivos, las fobias o el estrés postraumático.
En cuanto a la ansiedad relacionada con la emergencia climática se distinguen dos tipos principales. El primero se identifica con una sensación de desasosiego general que causa un alto grado de preocupación. Esta preocupación podría desencadenar en una limitación para realizar las actividades cotidianas. El segundo tipo se refiere más bien a un estado de nerviosismo o agitación que impulsa a preocuparse para buscar una buena solución a esa situación que genera conflicto. Ha sido precisamente esta reacción emocional que conduce a la preocupación para la búsqueda de soluciones lo que ha permitido la resolución de conflictos y la mismísima supervivencia de la especie. Esta supervivencia de nuestra especie se aborda desde esta preocupación que detecta no sólo los hechos que amenazan el bienestar individual, sino también las ideas que afectan a los intereses de la humanidad. Así pues, no todas las preocupaciones son iguales.
La preocupación no constructiva, que se experimenta como no deseada, incontrolable y reiterativa, se vincula a una manifestación patológica asociada con la búsqueda de soluciones ineficaces, con su negación, represión o aislamiento. También tiende a eludir el enfrentamiento con la causa. Por otro lado, se puede hablar de una preocupación constructiva que se centra en la búsqueda de soluciones. En este caso, el pensamiento y las emociones guían la conducta con la intención de que las cosas cambien en el sentido deseado. Esta situación funda un compromiso sólido con la causa que lo desencadena y se encamina a la exploración de otras respuestas competentes y adecuadas.
Esta preocupación constructiva también se puede denominar ansiedad práctica. Aparece cuando se medita sobre los enfoques más adecuados para enfrentar con éxito situaciones peligrosas o nuevas. Emerge en el momento en que se reconsideran las acciones que se deberían tomar para zanjar la preocupación que la origina. Aflora cada vez que los esfuerzos por minimizar el malestar se centran en buscar las mejores opciones para resolver el problema.
La ecoansiedad o malestar que se experimenta ante la emergencia climática actúa como una alarma que trata de advertir sobre la necesidad de cambiar ciertos comportamientos para que la vida continúe. Si simplemente reprimimos, evitamos o negamos esa emoción que representa un desafío a la manera de estar e interpretar el mundo, será mucho menos probable que se exploren otras respuestas para contrastar las ideas. En otras palabras, si la alarma emocional que supone sentir ecoansiedad conduce a un replanteamiento de las opciones conductuales para cambiar las respuestas y estilos de vida altos en emisiones de CO2, será más probable que muchos hábitos instalados en la sociedad comiencen a cambiar. Reducir el uso del automóvil, moderar el consumo de carne, disminuir el consumo de plásticos etc. podrían ser los primeros pasos para llegar al objetivo de cero emisiones. Por el contrario, si la alarma de la ecoansiedad es desoída será mucho más probable que aparezca el enfado, la cólera, el fastidio, el cabreo, el hartazgo o el disgusto ante las informaciones que aparecen del calentamiento global.
Aquellas personas que, al confrontar situaciones nuevas o potencialmente amenazantes, como es la crisis climática, sienten una ansiedad práctica que les conduce a investigar, recopilar, analizar datos y a realizar un esfuerzo para no actuar de manera automática e irreflexiva, tienen mayores posibilidades de tomar decisiones informadas, legítimas y en cierto modo tranquilizadoras. El acompañamiento de la razón a las emociones que causa el cambio climático es una condición indispensable para cambiar los hábitos que perjudican el medio ambiente.
De esta manera, la preocupación constructiva que se centra en la resolución de problemas puede provocar el compromiso con las circunstancias y motivar la adopción de medidas protectoras para proteger la naturaleza. El afrontamiento de la ansiedad ecológica centrado en el significado permite generar estrategias para reevaluar las situaciones, asignar otros significados y reflexionar sobre las emociones positivas y negativas que la acompañan. Si la preocupación sobre el cambio climático se califica como una forma de pensamiento habitual constructivo, entonces esta inquietud actúa como una motivación intrínseca que guiará la acción hacia un cambio de paradigma económico y social más justo.
Estas formas de regulación emocional junto a una educación centrada en la atención y en el cuidado de las personas y la naturaleza son indispensables para variar el rumbo de colapso que lleva la humanidad. Una regulación que requiere una educación inclinada a consultar los estados emocionales antes de tomar decisiones y que aproveche su conocimiento para proporcionar más bienestar. Una formación que tenga en cuenta los vínculos y relaciones más allá de los criterios meramente económicos. Porqué para realizar una suma no necesitamos consultar a las emociones, pero para elegir un lugar de vacaciones, lo que apetece comer o cómo se quiere vivir, necesariamente hay que preguntar por lo que se desea o se anhela. Es tarea de todos, pero especialmente de los gobiernos, proporcionar las herramientas educativas que permitan construir un mundo más justo, compasivo y solidario, en el que las emociones y la reflexión guíen la acción en concierto con la razón. Solo así se conseguirá poner fin a los problemas causados por las estructuras económicas, culturales y sociales que engendran y mantienen la desigualdad, la subordinación y, en definitiva, el malestar y la enfermedad.
En general, las investigaciones revisadas desvinculan la ecoansiedad de otras patologías con síntomas de ansiedad. Más bien la relacionan con actitudes y comportamientos pro ambientales. Aunque esto no quiere decir que para algunas personas la ecoansiedad pueda no ser constructiva y derivar en patologías. Al contrario de lo que pueda pensarse, las personas que sienten habitualmente preocupación de una manera constructiva, es decir, que sientan ansiedad práctica, tienen más probabilidad de mantener actitudes, tomar decisiones y actuar en beneficio de la humanidad. Se puede considerar que con frecuencia la ecoansiedad es una respuesta adaptativa que permite prepararse para enfrentar situaciones potencialmente amenazantes. Permite buscar informaciones alternativas, tomar decisiones con criterios favorables e incorporar recursos a un comportamiento que conlleva mayores beneficios al mantenimiento de la vida en general y de la vida humana en particular.