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Más mujeres y más pintura social: así ha modernizado su discurso sobre el siglo XIX el Museo del Prado

El Museo Nacional del Prado vuelve a abrir al público las salas dedicadas a la colección del siglo XIX con “una visión más profunda, audaz e integradora”, según un comunicado de la institución. Se trata de una reordenación de muchas de sus salas expositivas, que ha venido acompañada de una revisión de su discurso, modernizado y adaptado a muchas de las demandas del público contemporáneo como la escasa presencia de mujeres artistas, o una descripción más depurada en las cartelas que acompañan los cuadros.

La nueva museografía de las salas del siglo XIX cuenta esta vez con 275 obras, frente a las 170 del montaje anterior y “plantea una exploración más profunda de esta colección, dotándola de una mayor continuidad con el arte predecesor, para finalizar en las primeras décadas del siglo XX”, según la pinacoteca. Más de 130 artistas diferentes, con 57 nombres que hasta ahora no habían estado jamás representados en las salas. También aumenta la presencia de mujeres: ahora son 13 las que cuentan con representación, aunque la inmensa mayoría siguen siendo hombres (117 obras). También se incluye, por primera vez, una muestra de pintores nacidos en las Islas Filipinas cuyas obras fueron mostradas inicialmente en la Exposición de Filipinas que tuvo lugar en 1887 en Madrid.

Esta revisión llega doce años después de la inauguración de estas salas en 2009 y pretende contextualizar mejor el arte español dentro del arte europeo “ofreciendo una perspectiva más global de las manifestaciones artísticas decimonónicas”. También dispone de una mayor presencia de la pintura social, la más importante en la última década del siglo, y se presenta una sala dedicada a los retratos y autorretratos de artistas “a modo de parnaso pictórico y escultórico español”.

Desde Las pinturas negras de Goya en la sala 67, pasando por el gusto por la mirada al pasado nacional en la sala 75, para terminar en la apertura al siglo XX con la renovación artística e intelectual en España, el recorrido por las 15 salas de este ala sur del edificio Villanueva (unos 1.600 metros cuadrados), “plantea diálogos entre autores, pinturas y esculturas, y asociaciones que hablan de influencias y admiraciones”, sostiene el Prado. “Nuevas narrativas que procuran mayor espacio a la pintura social, a nuevas geografías, al mundo en femenino y a las artes decorativas”.

El nuevo siglo XIX en el Prado

¿Cómo son ahora las salas del XIX? Pues bien: en la sala 64 el visitante del museo descubrirá obras realizadas durante las dos primeras décadas del siglo XIX, una época marcada en España por la crisis política y bélica derivada de la expansión napoleónica. Aquí el clásico lienzo de El 3 de mayo en Madrid de Goya ahora se enfrenta expositivamente a La muerte de Viriato, jefe de los lusitanos de José de Madrazo, junto a su boceto, obra marcada por el canon neoclasicista.

El movimiento neoclásico supuso, durante las últimas décadas del siglo XVIII y primeras del XIX, la revitalización del arte europeo pero en las colecciones del Prado de este periodo se cuentan principalmente con obras españolas. Ahora, además, se incluyen ejemplos de artistas europeos destacados como Thomas Lawrence, británico, Pierre Guérin, francés, o Gottlieb Schick, alemán, en la sala 63.

El triunfo del Neoclasicismo en España abarca el primer tercio del siglo XIX y se puede contemplar en la sala 62 a través de obras de algunos de los autores más destacados de su tiempo como José Aparicio, Juan Antonio Ribera o José de Madrazo.

En esta misma sala hay una vitrina con 40 miniaturas, cinco de ellas obra de mujeres, entre las que destaca La amabilidad, una aguada sobre marfil de Marcela de Valencia adquirida por el Museo Nacional del Prado en abril de este mismo año. Tras la sala dedicada al Romanticismo en la que se incluyen ejemplos de la recuperación de la tradición pictórica del Siglo de Oro, con Esquivel y Federico de Madrazo, y del influjo de Goya, en Alenza y Lucas, y la escultura romántica San Jerónimo en bronce de José Piquer, se avanza hacia la sala dedicada a Eduardo Rosales, uno de los más grandes nombres del arte español de todo el siglo XIX, que volvió su mirada desde el purismo académico hacia la lección realista del arte de Velázquez.

El paso hacia la sala 75, gran galería abovedada, sumerge al visitante en un conjunto de acontecimientos y personajes históricos al servicio de los valores nacionales entonces emergentes a través de obras de gran formato que, en ocasiones, pueden contemplarse junto a su boceto. Aquí se puede contemplar la evolución estilística, igual que en la escultura, desde el purismo académico inicial al realismo y al naturalismo. Una obra en material no habitual, la cera policromada, el modelo del sepulcro de Colón en la Catedral de Sevilla, realizado por Arturo Mélida, amplia la visión finisecular.

En la sala 62B, Paul Baudry, Jean-Louis Ernest Meissonier, Rosa Bonheur y Franz von Lenbach representan el arte cosmopolita europeo. Junto a ellos, Martín Rico y Raimundo de Madrazo se desarrollaron profesionalmente en París, el centro artístico más importante de Europa, el primero a través del paisaje, y el segundo del retrato.

Entrando en el tercer cuarto del siglo XIX, el visitante se encontrará con Fortuny en la sala 63 B, pintor reconocido internacionalmente por su extraordinaria habilidad y relacionado aquí con la tradición pictórica española a través de una de sus obras más destacadas, el Viejo desnudo al sol.

La evolución del paisaje del Romanticismo al Realismo llega de la mano de Carlos de Haes, Martín Rico, Luis Rigalt y Muñoz Degrain, entre otros, en la sala 63A. Mientras que en la 62A se reúnen ahora 54 retratos y autorretratos, imágenes de los principales artistas, entre ellos, todos los que fueron directores del Prado en el siglo XIX.