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Picasso, el 'Guernica' y el horror eterno

Hay obras de arte que conmueven. De forma universal, por encima del tiempo y de las culturas. El escultor Juan Muñoz (1953-2001) comentaba cuando montaba su gran conjunto escultórico Double Bind (2001) en la Tate Modern de Londres, que una imagen como la de la diosa azteca Coatlicue, perfectamente extraña a nuestra cultura europea, está llena de fuerza aunque no conozcamos su historia y, gracias a la energía que desprende, es capaz superar de los prejuicios excluyentes sobre lo que ha de ser el arte.

Esto mismo puede servir para La balsa de la Medusa (1818-19) de Gericault, la Nefertiti de Berlín o la Victoria de Samotracia del Louvre. O, directamente relacionadas con esta exposición, algunas Pietás y Mater Dolorosas que ha ido generando la cultura cristiana a través de los tiempos. Son imágenes que sí, conmueven sin prejuicios, no aparecen muchas en cada siglo y el Guernica es una de ellas.

La exposición que se inaugura esta semana en el Reina Sofía (hasta el 4 de septiembre) con motivo del octogésimo aniversario de la pintura, no persigue establecer algo que ya tiene carácter axiomático: la importancia de la misma. Pero sí trata de hacer algo casi imposible en casos como los mencionados antes debido a la escasez de documentación y de conocimiento del contexto: entender cómo llega a generarse una obra de ese tipo, diríase que eterna.

La exposición se titula Piedad y terror en Picasso. El camino a Guernica y aunque largo, es un buen título. No pretende ser la gran exposición sobre Picasso (haría falta utilizar todo el Reina para una antológica medio decente) y en realidad eso la hace más grande. No se trata de una exposición-muestrario, en la cual saltamos de otra maestra en obra maestra, sino de una exposición reveladora y fruto de un comisariado de investigación a cargo de T.J. Clark y Anne M. Wagner.

Quizá no sea lo más importante, pero es cierto que aquí se ven pinturas muy poco frecuentes, alguna que ni siquiera se había expuesto con anterioridad y muchos dibujos que en algún caso son prácticamente desconocidos. Esto aún es posible en gran parte porque la obra de Picasso es inabarcable: el famoso Catálogo Razonado de Christian Zervos, cuya última revisión fue en 1978 y fue reeditado hace solo tres años, es un 'tocho' de 33 volúmenes con más de 16.000 imágenes. Por cierto, el Catálogo completo original se valora ahora en unos 180.000 euros.

Esta es una exposición que se basa en textos. Lo cual se refleja en su catálogo, cuyas dimensiones casi de bolsillo, indican que está pensado para ser leído con comodidad, no tanto para contemplar imágenes.

Manuel Borja Villel, director del Reina, piensa que “Picasso, en la época del Guernica, ya se sabía el pintor más importante de la modernidad. Y al mismo tiempo veía cómo esa modernidad, esa idea de progreso que debía marcar el siglo XX, había sido hecha añicos por la brutalidad de la I Guerra Mundial y el ascenso de los fascismos”. No fue el único. Aquella llamada Gran Guerra, dio lugar al dadaísmo de los intelectuales refugiados en Zúrich, al surrealismo, al expresionismo más desolador...

La intelectualidad europea había visto heridos de muerte, a veces de forma muy literal, los ideales con que la burguesía se había alzado al poder en el XIX. El desgarro interno de Picasso, a pesar de ciertas protestas de ensimismamiento que pueden leerse en algunas paredes y de su fama ya intocable, no fue en lo absoluto menor que el de sus coetáneos.

La búsqueda del asco

La exposición comienza en 1924 con una serie de cuadros que pueden llamarse tardo-cubistas (no tan rigurosos como el cubismo analítico o el primer cubismo sintético) que vienen anunciando lo que aparece luego: una búsqueda denodada para pintar el asco y el horror. Como viene a decir el comisario T. J. Clark, todo tiene su origen en la tragedia.

Una tragedia que en Picasso vemos expresada en la monstruosidad o en el sueño devenido pesadilla. En la segunda sala, presidida por la famosa y posiblemente inacabada Las tres bailarinas (también llamada La Danza, de 1925) se reúnen muchas de estas búsquedas, realmente obsesivas. Y no solo de las figuras y sus rostros, sino del mismo espacio, siempre confinado, casi claustrofóbico y que, parece deducirse de los textos y de su propio testimonio, parecían significar el interior de la mente del mismo Picasso.

Lo interesante de esta exposición es que se estudian también momentos que conducen al Guernica pero no de forma tan inmediata. De lo monstruoso y encerrado, también erótico, se pasa a figuras relacionadas con un sueño infantil del mismo Picasso sobre deformidades, cuyos trazos son más fluidos y se sitúan en el exterior. Un exterior tan indefinido como los interiores, pero cuyo cielo azul y la luz que lo invade, hacen pensar en el Mediterráneo.

Tendencia hacia la monocromía

En este punto, estamos más o menos en 1928, tampoco todo es tan lúgubre. Además de pintar exteriores inequívocos, cuadros de ese año como varios Baigneuses au ballon (no presentes en esta exposición) son relativamente coloristas y lúdicos. Pero ya había en esos cuadros una tendencia hacia la monocromía. Algo que tampoco era nuevo para un Picasso que muchos años antes había saltado a la fama con sus periodos azul y rosa o el cubismo analítico, básicamente monocromático. Una monocromía que es uno de los rasgos principales del Guernica.

A esto le siguen repasos por trabajos de aquellos años que condujeron a los fascismos, a la Guerra Civil española y a la exposición internacional universal de París de 1937. Obras como la revisión de la Muerte de Marat de Jacques-Louis David (1748-1825), a quien Picasso consideraba el prototipo de artista político.

Lecturas 'picassianas' que el surrealista y por entonces comunista Breton consideraba como el arte realmente revolucionario. Luego vienen las Mater Dolorosas mencionadas al principio y sobre las cuales casi no hace falta insistir dado que una de ellas domina el lado izquierdo del Guernica.

Durante los meses previos al Guernica, Picasso apenas pintó, algo poco característico en él. Pero dibujó mucho, la exposición está llena de dibujos, y también escribió. Era muy consciente del reto que suponía el cuadro. Para empezar, este era un encargo sobre un tema exterior muy concreto. Picasso había aceptado realizar 'figurines' para el ballet de Diaghilev (1872-1929) pero el encargo del Guernica, con toda su carga ideológica, documental, psicológica y otras que puedan imaginarse, suponía una profunda quiebra en la autonomía del arte de la modernidad. Este hecho fue ya destacado por Vernon Clark en 1941 al escribir:

En términos de la evolución histórica del arte el Guernica significa una cesura menos publicitada pero de parecida importancia a Las Señoritas de Avignon (1907). Y, ha de recordarse, en julio de ese 1937 tuvo lugar otro hecho decisivo a este respecto, la exposición Arte Degenerado montada por el nazismo, precisamente contra la modernidad.

No deja de resultar significativo que la exposición 'Picassos Surrealismus' que tuvo lugar en la Kunsthalle de Bielefeld en 1993 abarcara un periodo casi idéntico al de esta del Reina Sofía: 1925-1937. Siempre ha habido un gran debate sobre el surrealismo y Picasso, con estudiosos como Robert Rosemblum o Dominique Bozo muy a favor, William Rubin bastante más escéptico y Gertrud Stein muy en contra. Pero la relación existía. Al fin y al cabo Picasso expuso en la primera exposición surrealista de 1925 y colaboró con la revista Minotauro (1933-1939).

Pero la dificultad para encuadrar a Picasso junto a Aragon, Breton, Eluard o Peret, por no hablar de pintores como Ernst, Klee, Arp o Miró, es que Picasso entendía el surrealismo de una forma sui generis: “Procuro no perder nunca de vista la naturaleza. A mí me preocupa el parecido, un parecido más profundo que la realidad y que así alcanza lo surreal. Así entendí el surrealismo, pero la expresión ha sido utilizada de forma completamente distinta” (en Brassaï Conversaciones con Picasso, 1966). Surrealismo ortodoxo o personal, esta frase ayuda a entender las intenciones del pintor.

De todo lo anterior, que en gran parte se muestra en esta exposición, surge un cuadro que recuerda un hecho pero lo trasciende. Lo que sucede en el Guernica, con todos sus enigmas y evidencias, representa algo tan actual ahora mismo como en 1937, cuando la aviación alemana bombardeó a los habitante de la localidad. Pero también representa la destrucción y el terror repetidos antes miles de veces, desde que la humanidad lo es. Comprender esa terrible verdad forma parte de la fuerza brutal del Guernica