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Los camareros de festival, los nuevos jornaleros del verano: “La gente no sabe lo duro que es”

Jordi Sabaté

20 de agosto de 2024 21:51 h

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Un festival como Sonorama Ribera, al que acuden entre 35.000 y 40.000 asistentes diarios, necesita casi medio millar de camareros. En la tierra de los mil festivales, servir en las barras es uno de los trabajos temporales de verano más habituales. “El grueso del cuerpo de camareros somos estudiantes que hacemos tres o cuatro festivales en verano y de este modo nos sacamos un dinero”, explica Mario, un joven estudiante valenciano que lleva dos temporadas trabajando en distintos festivales –cita al FIB, Arenal Sound Festival, Festival de Les Arts y este año Sonorama Ribera–, tanto de auxiliar de seguridad como de camarero, “según se tercie”.

Mario compara estos trabajos con las campañas de la fruta o la uva, donde se trabaja muy intensamente durante una o dos semanas y luego se regresa al lugar de residencia. “Vamos como jornaleros, la gente a la que servimos el mojito no sabe lo duro que es”, suelta. Aunque en general es trabajo para jóvenes, “hay alguna gente de más edad que trabaja aquí porque no tiene otra cosa”, dice.

Otros jóvenes valencianos como Rubén, al que sus amigos llaman Kala, o Marisa, también se “hacen” un par o tres de festivales cada verano. Se sacan así “unos 100 euros diarios más los complementos por las horas extra, que no son pocas”, según Mario.

Llegan de toda España

“A Cullera (Medusa Sunbeach Festival) o la misma València (Festival de Les Arts) voy y vengo en el mismo día”, explica Marisa, que alterna los festivales con su trabajo como fisioterapeuta. “A los otros tienes que ir por tu propio pie y buscar donde dormir, aunque a Sonorama nos llevaron en autocares desde toda España”, añade. Kala y Mario, que al igual que Marisa han acudido este año a trabajar de camareros a Sonorama Ribera, explican que la subcontrata que gestiona la contratación de camareros los distribuyó por zonas de España donde debían acudir para tomar el autobús hasta Aranda de Duero, donde tiene lugar el festival.

“A nosotros nos tocaba el bus de Alicante, así que tuvimos que bajar 180 kilómetros desde València; no había otra alternativa”, aseguran los jóvenes. Kala, que actualmente trabaja en el sector audiovisual televisivo catalán, explica que una vez solucionado el tema del transporte, el siguiente reto es dónde dormir durante los días que dure el festival.

Resume la situación de la siguiente manera: “Hay dos alternativas según el festival al que vayas y si no quieres, o puedes, buscarte la cama por tu cuenta: la primera que te ofrecen es el camping, sobre todo en los de València, y la segunda es la colchoneta en el polideportivo”. “La mejor con diferencia siempre es la segunda”, que es la que ofrece Sonorama, sentencia Kala, convencido tras haber probado ambas alternativas.

Tienda en el camping o colchoneta en el polideportivo

Mario y Marisa corroboran su opinión. “Hasta hace poco el camping consistía en un pedregal aledaño al festival a donde tenías que llevar tu propia tienda y tu propia colchoneta y montarte el dormitorio”, explica el joven. “Ahora, por lo menos, te ponen ellos la tienda ya montada y una colchoneta, aunque es todo muy precario y deficiente”, agrega.

“Es imposible dormir en esas condiciones”, valora Mario, “porque pongamos que terminas de trabajar a las 6:30 horas de la madrugada y te acabas durmiendo sobre las 7:30. A las 10:30 ya tienes la tienda a 35ºC y empieza el ruido de la música, así que descansas como mucho tres horas”.

Kala agrega que “las duchas del camping son exteriores, sin ninguna intimidad, y muchas veces van con agua congelada y no potable, aunque sí hay un grifo con potable para que te laves los dientes que no está tan fría”. En cuanto a los baños, aseguran que suelen ser “un par o tres de lavabos policlean [químicos] que usa todo el personal”. Es decir, cientos de personas.

Se trata de estructuras de plástico que se calientan con el sol. “Yo he salido deshidratado de tanto sudar tras intentar cagar ahí dentro”, asegura Mario, que también agrega que en las tiendas, tanto en Arenal como en FIB, “a veces te suben garrapatas por el cuerpo”. El asegura que sufrió la experiencia en Benicàssim.

La alternativa al camping es el polideportivo, que se ofrece en festivales como Sonorama Ribera, que tiene lugar en Burgos. “Es mucho más confortable que el camping”, destacan tanto Kala como Marisa, que añade que “por lo menos a las diez de la mañana, aunque también hace calor, no te estás ahogando como en la tienda”.

Agrega que “se puede descansar más horas” aunque están todos “tumbados en colchonetas, un poco sucias”, y no les proporcionan “sábanas ni ningún otro elemento protector”, que deben llevarlos ellos mismos. Marisa lo resume así: “En el pabellón [en Sonorama] solo nos dan una taquilla, el colchón, enchufes y hay neveras comunes donde podemos dejar algo de comida o bebida, arriesgándote a que te la roben”.

“También nos ponen máquinas de agua potable tipo aquaservice [las usadas en oficinas]”, puntualiza. Kala, por su parte, sí destaca la ventaja de baños y duchas bajo techo, segregadas por sexos y con separadores en los vestuarios del pabellón. “La verdad es que es infinitamente más cómodo que el camping de los festivales de València”.

Los Ayuntamientos de Borriana y Aranda de Duero, donde se realizan respectivamente los festivales Arenal Sound y Sonorama, han contestado a la petición de elDiario.es una vez ha sido publicado el reportaje. Ninguno de ellos se responsabiliza de las condiciones laborales o de alojamiento de los trabajadores de los festivales, a pesar de que en el caso burgalés, ceden el polideportivo y asumen los costes de climatización.

Infinidad de horas y poco descanso

Tanto Kala como el resto de sus compañeros se quejan de las largas jornadas: “Pueden comenzar a las cinco de la tarde y acabar a las seis o las siete de la madrugada, dependiendo de si te toca recoger o no”. Marisa dice al respecto: “Yo me he llegado a hacer 13 horas seguidas alguna noche en Sonorama y sin apenas descansos”.

Por su parte, Mario asegura que él sí pudo “descansar pausas de unos 10 minutos tres o cuatro veces cada noche” a lo largo de las 12 horas que calcula que duraban sus turnos. Kala, no obstante, asegura que sus descansos eran de un máximo de cinco minutos, “sentado en un barril y para echar un pitillo”.

“El descanso depende mucho del jefe de barra que te toque”, asegura Marisa, que explica que ella se ofreció a ayudar en la carga y descarga de cajas y barriles, y afirma que sus superiores terminaron obligándola a hacerlo todas las noches, a pesar de que no estaba entre sus cometidos. “Terminé con las piernas amoratadas y con una lesión de espalda”, dice, y enseña fotografías de los moratones al periodista. Una lesión que le llevó a visitar la enfermería del festival y que, a pesar del dolor, asegura que se sintió presionada para seguir cargando peso.

Preguntado por este medio, Javier Ajenjo, fundador y director del festival Sonorama Ribera explica que contratan “a empresas que reclutan a los camareros, más de 500 por edición de Sonorama”, y aduce que “es muy difícil controlar lo que pasa en cada una de las barras, pero la voluntad es que se cumpla el convenio a toda costa”. “Aquí no queremos explotar a nadie”, remacha, si bien reconoce que “es un trabajo muy intenso”.

Pero matiza que “no lo es todo el rato, sino que en una jornada hay tres horas muy intensas y el resto del tiempo es bastante más relajado”. “Si contratáramos nada más para las horas intensas, en lugar de 500 solo necesitaríamos unos 150 camareros”, sentencia para agregar que prefieren dar un buen servicio todo el tiempo. Ajenjo subraya que en su festival “todo se hace según convenio y siempre respetando los turnos de descanso y para comer de los camareros”.

Horas extra

Los camareros entrevistados para este reportaje afirman que es habitual hacer horas extra. “Todas las horas trabajadas por los camareros se pagan, sean las que sean, y el precio es de 12 euros brutos la hora [algo más de 10 euros netos], cosa que no se paga en ningún otro festival”, afirma el director de Sonorama Ribera, que este 24 de agosto tendrá una edición satélite en Santander, el Sonorama Ribera Day.

“Yo no he bajado de 12 horas trabajadas cada día en Sonorama”, explica Marisa, que asegura que alguna noche ha superado las 13, cuando su jornada laboral es de 10. Kala asegura encontrarse en la misma situación, aunque reconoce que “las horas de más en Sonorama se pagan todas y se pagan bien”.

Marisa, Mario y Kala indican que en algunos de los festivales en los que han trabajado, sus coordinadores les han dado indicaciones sobre qué deben decir en caso de una inspección laboral. “Los jefes de barra nos dicen que si viene un inspector digamos que estamos cumpliendo más o menos con el horario de nuestro contrato”, asegura Kala y corrobora Mario. “Nos piden que digamos que estamos dos horas arriba o dos abajo del horario contratado”, puntualiza este último, que seguidamente reconoce que fácilmente desbordan las horas contratadas, que en el caso del Sonorama Ribera son 40 para los cuatro días del festival.

A este respecto, Javier Ajenjo insiste en que la organización no puede estar totalmente encima de lo que ocurra en las barras y destaca las numerosas inspecciones de “gran rigor” que han tenido que atender, además de señalar que los contratos de camareros los hacen empresas terceras, que son las que aportan además los encargados y jefes de barra.

Pagos en efectivo

El último día de trabajo en el festival burgalés, a las seis de la mañana, se reúne a los camareros y se les entrega “un sobre con 150 euros”, refiere Kala. A algunos trabajadores les surgen las dudas de qué les están remunerando con ese dinero y por qué se hace así. El director de Sonorama Ribera explica que se trata de “un anticipo para que los camareros tengan algo de dinero ya, puesto que todavía tardarán dos semanas en cobrar el total de lo ganado”. El resto se cubrirá por transferencia bancaria.

Ese total incluirá el salario base y las horas extra, que se calcula con el registro que hace la organización de la hora de entrada y salida de cada uno de ellos, que en Sonorama se hace en papel pero en los festivales de The Music Republic, con una aplicación móvil, indican los trabajadores.

Pero los sindicatos no aconsejan este anticipo en efectivo pues consideran que hace más vulnerables a los trabajadores a la hora de cobrar el salario convenido: “Nadie te va a discutir si le pagas de más o de menos cuando le das el dinero de este modo”, dice el responsable de hostelería en Bizkaia en el sindicato LAB, Íñigo Alonso.

Sin agua corriente en las barras

Kala también denuncia que no disponían de agua corriente para lavarse las manos en la barra. “Pasa en todos los festivales, no solo en Sonorama”, dice en base a su experiencia. Aclara que él se arregla para lavarse con el agua que acumulan las bolsas donde se deshace el hielo, que vierte en un cuenco. “Allí nos lavamos las manos, pero también los trapos y lo que haga falta”, revela.

La legislación vigente europea indica que en el establecimiento o barra “deberá haber un número suficiente de lavabos, situados convenientemente y destinados a la limpieza de las manos”. “Los lavabos para la limpieza de las manos deberán disponer de agua corriente caliente y fría, así como de material de limpieza y secado higiénico de aquellas”, agrega el Reglamento (CE) número 852/2004.

A este respecto, el director de Sonorama Ribera reconoce que se trata de una exigencia legal y asegura que “para la próxima edición todas las barras tendrán agua corriente”. Desde elDiario.es también hemos preguntado a The Music Republic, responsable entre otros del Arenal Sound Festival, el FIB o el Medusa Sunbeach Festival, pero no hemos recibido respuesta.

Falta de un marco regulatorio

Para Marcos Gutiérrez, secretario de Política Institucional y Comunicación de Comisiones Obreras Servicios, hay dos problemas concretos en este sector: “Por un lado está el tipo de convenio que prima en hostelería, que no destaca precisamente por sus condiciones de trabajo”. Por otro lado destaca que “en el plano concreto del sector de los festivales, la especificidad ultratemporal de este tipo de empleos hace que sea muy difícil aplicar los convenios existentes, que además son distintos para cada región o provincia”.

La consecuencia es un sector falto de regulación. Gutiérrez cita como ejemplo el caso de los riders, para los que finalmente se ha desarrollado una normativa, y explica que en octubre presentarán una petición a nivel estatal para que también se aborde el caso de los trabajadores de los festivales de verano.

Desde el sindicato LAB indican que los trabajadores tienen que conocer mejor sus derechos para que se respeten sus garantías. Por eso LAB lanzó hace este verano una campaña en X con este objetivo.

Íñigo Alonso, representante de este sindicato vasco, termina cuestionado el propio modelo de los macrofestivales: “Los festivales venden que atraen riqueza y turismo pero, ¿a costa de qué condiciones laborales?”, reflexiona. “Debería ser a costa de unas condiciones que por lo menos dignifiquen a quien va a trabajar allí”, señala. “Si se van a enriquecer solo tres personas a manos llenas, quizás no sea el modelo ideal ni de ciudad ni de evento cultural que queremos”, concluye el representante sindical.