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Certezas y exageraciones sobre el estreno del 'Joker' y su relación con la violencia

Ni siquiera el aire fresco que corría en San Sebastián la mañana del sábado fue capaz de sofocar la asfixia de los asistentes al Joker. El bullicio que normalmente impera a la salida de cualquier pase del festival se sentía más callado ese mediodía, como si la gente necesitase digerir en silencio lo que acababa de presenciar.

“Brutal”, “intensa”, “demasiado violenta”, “angustiosa”, eran las breves críticas que se oían en la puerta del teatro principal. Algunas de ellas se escapaban entre muecas de fascinación o risas nerviosas, como la del protagonista de DC que muchos se llevarán de recuerdo estas próximas noches antes de dormir. Para su desgracia.

La película dirigida por Todd Phillips e interpretada por una bestia llamada Joaquin Phoenix es una proeza del cine de superhéroes. Como escribió el famoso diseñador de videojuegos Hideo Kojima de su puño y letra, Joker está llamada a “transformar la historia del cine. Igual que El Exorcista cambió radicalmente el género de terror, esto ya no es una película de cómics estadounidense”.

A la espera del estreno mundial -el próximo 4 de octubre- para abordar la crítica en condiciones del filme, nos permitimos hacer unos breves apuntes sin spoilers sobre la enorme polémica que ha surgido en relación a la violencia representada. ¿Es tan problemática la nueva imagen del villano más adorado de Batman?

El guion de Philips alude a los orígenes y juega con la deleitosa -y peligrosa- idea de humanizar al villano. La persona antes del Joker. El marginado con sed de venganza. En definitiva, la presentación en sociedad de Arthur Fleck, un payaso de clase obrera que sufre un extraño trastorno que le provoca una risa incontrolable en el momento menos oportuno.

Arthur vive en Gotham con su madre y sueña con ser monologuista y con tener su propio programa de late night. Pero Gotham no está hecho para un enfermo mental del que no quiere ocuparse ni el humor de sus habitantes para algo que no sean chistes asquerosos sobre el coito. Así es como director y actor consiguen hacernos empatizar con el personaje: a través de la culpa.

Arthur es incómodo e inquietante, pero, como explicó Phoenix en el estreno en Venecia, al comienzo su única lucha es “por conectar y por recibir calor y amor”.

Pero no olvidemos que se trata de uno de los ejercicios cinematográficos más oscuros de los últimos años y de la semilla del diablo ficticio por antonomasia. Y es ahí donde en EEUU han visto los problemas. Porque sí, Joker es violenta. Mucho. Pero el debate de si eso generará un efecto espejo en la sociedad norteamericana es otro que habría que tomar con pinzas.

La película “apolítica”

Muchos han querido ver en el Joker de Joaquin Phoenix un antihéroe incitador de la violencia en la clase obrera, tal y como pasa tras ciertos acontecimientos en Gotham. La diferencia es que este Gotham ha sido y seguirá siendo ficticio, por mucho que la estética sea calcada al Nueva York de los años 80, década en la que fue azotado por una ola de criminalidad.

La representación de una gran urbe asediada por bates de boxeo, bengalas y fuego ha despertado preocupación entre ciertas asociaciones, sobre todo por parte de los supervivientes del ataque terrorista de 2012 perpetrado en un cine de Colorado tras la proyección de El caballero oscuro.

A tal punto ha llegado el fragor que Warner Bros tuvo que lanzar un comunicado en el que se solidarizaba con las víctimas de los tiroteos y desvinculaba la película de cualquier oda a la violencia. Probablemente, si Phoenix no se hubiera levantado de mala manera de una entrevista con The Telegraph cuando le preguntaron al respecto y si el FBI no hubiese emitido otra nota oficial, la polémica habría desaparecido entre el ruido de Twitter.

Todd Phillips ha repetido hasta la extenuación que las películas son a menudo espejos de la sociedad, pero que “este no es un filme político”. Algo que reitera Arthur en su vida cotidiana y luego el Joker en una entrevista. Pero, aunque no lo pretenda, hay mucha ideología en Joker. Y esta es una de sus principales contradicciones y controversias.

Todo el proceso de envilecimiento de Arthur está rodeado de política. Desde el abandono por parte de los servicios sociales de Gotham y la marginación del distinto a través de brutales palizas, hasta la estigmatización de las enfermedades mentales y el discurso denigrante de la derecha adinerada.

Joker es una fluctuación continua entre la justicia social a modo V de Vendetta y la ridiculización de una masa pobre sin oficio ni beneficio ni mayor creencia que la de acabar con los ricos. Y, sin embargo, ese choque de sentimientos que contagia en el propio espectador es una de sus mejores virtudes.

Puedes odiar a los Wayne (a todas luces los villanos de la película del villano) y al mismo tiempo odiar a quienes hacen de las protestas pacíficas contra ellos un campo de batalla salvaje. Así, Joker se cuida de no incitar a coger las antorchas y prender las calles como le acusan a menudo.

De hecho, lo verdaderamente polémico, y que apenas ha llegado a los medios ni a las redes sociales, es el vínculo inconsciente que establece entre la violencia y las enfermedades mentales. “Lo peor de la enfermedad mental es que la gente se espera que actúes como si no la tuvieras”, escribe Arthur en su diario. La primera parte del filme aboga por un discurso conciliador que, sin embargo, desaparece de un plumazo cuando se relaciona el nacimiento del Joker con esta misma condición.

En cualquier caso, nada de todo esto ensombrece a la película de Philips y a la mejor interpretación de Phoenix desde The Master. Que se preparen los palmarés, porque con el León de Venecia la racha no ha hecho más que empezar.