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El cine que no se atrevió con el franquismo hasta que acabó el primer socialismo

Chus Lampreave y Pepe Soriano en la película de Antonio Mercero sobre un doble de Franco: 'Espérame en el cielo'.

Peio H. Riaño

2 de mayo de 2022 22:15 h

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Los primeros gobiernos socialistas tras la dictadura de Francisco Franco favorecieron el espíritu acrítico, tibio y cobarde. Cualquier atisbo de discurso que cuestionara el pasado dictatorial fue neutralizado y la creación cultural se vio condicionada por el proceso político del silencio. La cultura de la transición también hizo mella en el cine, que fomentó la desideologización y las prácticas culturales neoliberales. Estas son solo algunas de las conclusiones de la historiadora Carmina Gustrán, que ha investigado 163 películas –estrenadas entre los años 1975 y 2000– para analizar cómo trató el franquismo el cine que recién estrenaba la democracia. Las malas noticias del pasado con que cualquier atisbo crítico fue frenado, que aquellas películas interesadas por el pasado histórico más cercano lo desactivaron. Algunos críticos, testigos del momento, definieron aquel decisivo proceso como “dimisión intelectual”.

Tinieblas (Marcial Pons) es el libro que analiza las primeras películas que retrataron la dictadura franquista y cuya mirada hiperactiva hace del arte cinematográfico un asunto político, histórico, cultural y antropológico. No solo económico. “Una película que consiga englobar toda la complejidad de la dictadura no se ha hecho, a pesar del gran número de películas que hay sobre ello”, asegura la historiadora durante el encuentro con elDiario.es. En el año 2000 se dispararon las películas sobre el franquismo con el boom de la memoria y a pesar de ello, Gustrán cree que entre todas esas historias filmadas no hay historia. “Para la mayoría de las películas, el franquismo es un mero decorado. Esto sobre todo se acusa mucho con el primer socialismo, los años ochenta y noventa”, añade. De todas esas películas salva El sur, rodada en 1983 por Víctor Erice y producida por Elías Querejeta, basada en la novela de Adelaida García Morales.

Escribe Carmina Gustrán sobre esta película que “no hay acusaciones directas ni discursos propagandísticos sobre el franquismo”, pero que “en esa sencillez aparente, en ese silencio y en esa amargura radica una de las denuncias más descarnadas de la miseria material y moral de la posguerra española”. Sin embargo, El sur fue una excepción –como El espíritu de la colmena– y quedaron marginadas por un pelotón de películas que impusieron el “cine del reconocimiento”, ese en el que el público se siente cómodo y en el que identifica con facilidad tópicos y estereotipos de aquella época. Esta opción mayoritaria ayudó a la homogeneización y estandarización del cine histórico español, según la autora.

Taquillazos franquistas

La historiadora se detiene en el polémico caso de El crimen de Cuenca, que fue censurada por posibles injurias a la Guardia Civil y por la que Pilar Miró, su directora, fue procesada por la jurisdicción militar en febrero de 1980. El Ministerio de Cultura le retiró la licencia de exhibición y todas las copias fueron secuestradas. Lo más llamativo es que fue un filme que no estaba ambientado en la dictadura “el que más explícitamente refleja en la gran pantalla la represión y la violencia de las fuerzas del orden”. Cuando pudo estrenarse, en 1981, tuvo una taquilla de 2,6 millones de espectadores.

La película sobre el franquismo más taquillera de los años tratados en esta investigación fue La guerra de papá (1977), con 3,5 millones de espectadores. Por delante de El perro (1977), de Isasi Isasmendi (2,5 millones de espectadores); Asignatura pendiente (1977), de José Luis Garci (2,3 millones); La escopeta nacional (1978), de José Luis García Berlanga (2 millones); y Los santos inocentes (1984), de Mario Camus (2 millones). ¿Cuál es el problema de La guerra de papá? La historiadora cree que es la culminación de la “moderación ternurista”, con una manera de hablar de la Guerra Civil sin decir nada, con una apuesta por la reconciliación apoyada en la equiparación de vencedores y vencidos.

“La película juega al engaño. Quiere llevar al ámbito familiar los dos enfrentamientos clave de la España de la Transición: el de esas dos Españas contendientes en la guerra y el del relevo generacional. Sin embargo, el conflicto no fue tal. No hubo dos fuerzas lo suficientemente fuertes o lo suficientemente opuestas como para comenzar la lucha”, cuenta Carmina Gustrán. La historiadora señala el último diálogo de la película como colofón de la moderación. “Mamá, ¿yo también iré a la guerra de papá?”, le pregunta Quico. Y la madre responde: “No, hijo, espero que no. Aunque hay muchos que quieren que esa guerra siga, en realidad terminó hace mucho. Ya no habrá más guerras de papá”. ¿Esperanza, promesa o advertencia?, se pregunta la autora de Tinieblas.

La tibieza del socialismo

Gran parte del corpus que ha manejado es “irrelevante” para el conocimiento del pasado. Cree que el franquismo apenas es un telón de fondo en la mayoría. Incluso Espérame en el cielo (Antonio Mercero, 1988), sobre el doble de Franco. “¿Cómo es posible que no te enteres de nada sobre la dictadura? Es una película de amor”, dice. “El franquismo sirvió para reforzar el socialismo, pero no para cuestionar e investigar. Era un cine muy tibio”, comenta. “Se impone el producto aproblemático. Es pura Cultura de la Transición”, añade.

En los setenta hubo muchas películas que sí dieron visiones del franquismo complejas, como el caso de Pere Portabella. Pero estos productos problemáticos se marginaron y arrinconaron. Y entonces llegaron los ochenta: “Al PSOE no le interesa recordar por qué durante el franquismo la oposición la hizo el Partido Comunista. Obviamente no negaron el franquismo, pero no les interesó abrir un debate de verdad. Querían construir una España moderna a cualquier precio y un cine con pasado incómodo no les interesó. Renegaron de todo lo que olía a ideología. Hasta que llega el PP con José María Aznar, en 1996, y la reclamación de la recuperación de la memoria y de las fosas”, indica Gustrán. La autora explica cómo desaparece el documental en los ochenta. No volverá a aparecer hasta finales de los noventa y, sobre todo, con el siglo XXI, en el rearme de la memoria. “Es muy curioso cómo, cuando llega el PP, al PSOE le interesó recuperar la historia y usarla como arma política. En 1999 llevan al Congreso la condena del franquismo”, dice.

Uno de los aspectos más interesantes de Tinieblas es la llamada de atención sobre cuatro temas ausentes en estas producciones: no hay papeles protagonistas para mujeres, ni delante ni detrás de la cámara. Dos, la violencia institucional y la represión franquista. Tres, los militantes antifranquistas convencidos, con intención de rebelarse para luchar, no existen. Y cuatro, las clases trabajadoras tampoco protagonizan las historias filmadas. Estas ausencias, explica Carmina Gustrán, son provocadas por una sociedad capitalista, neoliberal y patriarcal, sumida en la desmovilización política y social durante los años del Partido Socialista de Felipe González. “El PSOE había ido moderando su discurso y en una significativa maniobra buscaba desvincularse de la herencia socialista de los tiempos de la República”, indica la autora. Ese sería un quinto asunto ausente, el golpe mortal contra la República.

Gran pantalla, pequeña memoria

Tinieblas es una referencia de los estudios culturales, que navega entre varias disciplinas. El cine no es mirado desde la historia del arte, ni es considerado como algo autónomo a la sociedad en la que surge. La autora toma estas películas como testigo de la comunidad española de los setenta, ochenta y noventa. Le interesa cómo la expresión cuenta la historia: “Yo no hago solo análisis de contenido y la forma, me interesa el contexto. Hay películas como Mambrú se fue a la guerra (1986, Fernando Fernán Gómez) que, si contextualizas en el año en que fue producida, cómo encaja en la sociedad del momento, el análisis es mucho más interesante”, explica la autora.

Cuenta de La escopeta nacional que no es tan bueno como lo que hizo durante la dictadura. “Plácido, El verdugo o Bienvenido Mr. Marshall fueron mucho más críticas y complejas. Desde luego está en el top ten, pero en la Transición se podría haber esperado mucho más de él. Retrata muy bien las miserias internas del propio régimen. Le sentó mejor la dictadura y es lo que le pasa a Carlos Saura”, asegura Carmina Gustrán. ¿Hay alguna película que se atreva con el franquismo? “Sí, pero es una miniserie de RTVE: Carta a Eva (2013), de Agustí Villaronga”, responde sobre la historia de tres mujeres, Juana Doña, Carmen Polo y Eva Perón.

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