En DreamWorks tienen motivos para estar satisfechos con Robot salvaje, su último estreno animado. Las críticas han sido estupendas y el rendimiento en taquilla desde que vio la luz en EEUU el pasado 27 de septiembre ha sido de lo más sólido: actualmente lleva más de 230 millones de dólares recaudados en todo el mundo y a los analistas les sorprendió el vigor con el que venía aguantando su tercera semana en cartelera. Esos postreros 14 millones en las salas de EEUU probaban que Robot salvaje sigue atrayendo público, pero también suscitaban una sospecha: ¿y si esa taquilla extra fue posible gracias a que los jóvenes que pagaron su entrada lo hicieron para colarse en Terrifier 3?
Terrifier 3 ha sido calificada con una R que impide a los menores de 18 años entrar sin adultos. También es una producción independiente y alejada de las estructuras de Hollywood —la empresa más grande que la ha respaldado es Bloody Disgusting, un conglomerado mediático especializado en cine de terror—, con lo que tiene aún más mérito que Terrifier 3, con un presupuesto de apenas 2 millones, ya haya recaudado más de 55 en todo el mundo. Es un pequeño fenómeno que —impulsado por los rumores de que gente de Australia o Reino Unido vomitó y se desmayó en medio de la sala— podría haber estimulado la picaresca de algunos adolescentes para, una vez adquirida su entrada de Robot salvaje, colarse en una película célebre por su explícita ultraviolencia.
Es difícil aclarar si esto ha ocurrido y ha reforzado involuntariamente los ingresos de DreamWorks, a la vez que es mucho más fácil oponer el triunfo de Terrifier 3 —que llega a España de la mano de Selecta Visión a tiempo para Halloween— al fracaso de Joker: Folie à deux. No es que sean competidoras directas, pero ambas se estrenaron en un margen cercano de tiempo y están encabezadas por payasos. El famoso enemigo de Batman, protagonizando una secuela que crítica y público han rechazado y le va a hacer perder a Warner Bros. millones de dólares. Y frente a él, Art el Payaso, un despiadado asesino en serie que Damien Leone creó hace más de 15 años. Art ha aparecido en casi todas los trabajos de Leone tras las cámaras, y según ya ha confirmado el director volveremos a verle en Terrifier 4. O incluso Terrifier 5, por qué no.
Este neoyorquino de 42 años está muy contento del éxito de Terrifier porque, entre otras cosas, le ha permitido profundizar en su personaje mientras iba probando los extremos a los que podía llegar su apuesta por el gore. Lo que nos da la primera clave del fenómeno de Terrifier: su máximo artífice es un entusiasta irredento de la casquería, un tipo de ímpetu adolescente que no puede creerse la suerte que ha tenido de que la industria le permita hacer estas movidas. Suerte que, mientras conecte con el público, piensa aprovechar hasta el final.
Conozcan a Damien
Art debutó en un corto titulado The 9th Circle, una vez Leone ya había empezado a trabajar como especialista en maquillaje y efectos prácticos. Corría 2008, y tres años después Art reaparecía en otro corto titulado precisamente Terrifier, manteniendo como actor a Mike Giannelli. Eran cortos baratísimos que aun así hicieron ruido en los círculos adecuados, de forma que en 2013 Leone fue puesto al frente de una película de episodios titulada La víspera de Halloween. La idea del productor Jesse Baget era, al estilo de la recién inaugurada franquicia V/H/S, contar con varios directores, pero Leone logró tener control total. Así que La víspera de Halloween se componía de sus dos cortos previos más uno extra, y un metraje rodado como argamasa para integrarlos en el film.
Tan curioso andamiaje otorga a La víspera de Halloween una cualidad casi experimental, con las imágenes de los cortos alternando con el contraplano de una niñera y los críos que los ven en la televisión para invocar una suerte de estudio sobre cómo recibimos el terror más cruel. Esta vocación intelectual fue dejada de lado completamente con la definitoria película de Terrifier, financiada con crowdfunding en 2016 gracias al pequeño culto generado en torno a Art. Terrifier, de hecho, era un vaciado completo de cualquier cláusula argumental para limitarse a las sangrientas fechorías de su silencioso asesino, pero la prueba de que no había sido algo consciente la mostró el propio Leone al reaccionar a las críticas que le acusaban de eso mismo, de no tener argumento.
De cara a Terrifier 2 Leone se puso las pilas. Leyó manuales de guion, acudió a encuentros con escritores consagrados, y se esmeró por que nadie pudiera acusar a la secuela de ser un mero festival de carne. El resultado fue entrañable: Terrifier 2 duraba 138 minutos, casi una hora más que la primera, y trazaba en torno a Art una desmañada mitología que le emparejaba con una antagonista —Leone no perdió la oportunidad de explicar que el Joker había encontrado a su Batman— llamada Sienna Shaw, interpretada por Lauren LaVera. Sienna había sido elegida para combatir con el maligno payaso según la voluntad de su padre muerto, un dibujante entre cuyos diseños encontrábamos una armadura alada que llegado el momento debería vestir su hija.
Esta armadura, por supuesto, era una indumentaria incómoda e hipersexualizada, que en el marco de la noche de Halloween Sienna portaría heroicamente para sobrevivir al ataque de Art. Es lo que nos lleva a otro rasgo central del fenómeno Terrifier: no hay autoconsciencia por ningún lado. Es posible que Leone haya ideado al padre de Sienna como un álter ego de sí mismo, demiurgo que crea a la heroína para combatir el mal. Pero es algo más improbable que Leone se haya percatado de la fantasía onanista que esta ocurrencia no deja de suponer, limitándose a homenajear una iconografía heavy metal propia de los años 80. Como ocurre con la misoginia y la fijación por el sufrimiento femenino, son rasgos de un imaginario reconocible que Leone no tiene intención alguna de releer.
Es una actitud que ha hallado su público. Terrifier 2, pese al metraje absurdamente dilatado y a su poco convincente argumento, fue un éxito en taquilla como nunca pudo haber sido la anterior Terrifier (relegada a circuitos limitados y videoclubs moribundos), y sus ingredientes se han mantenido de cara a la tercera entrega sin eclipsar el atractivo central. Esto es, los asesinatos salvajes. La profanación creativa del cuerpo humano según los esfuerzos de un departamento de maquillaje y VFX, digámoslo ya, digno de ganar el Oscar. Terrifier 3 es una cima artística a este respecto, que más allá del temperamento atolondrado de Leone invita a que nos preguntemos por qué le gusta tanto a la gente, y qué espacio ocupa dentro del actual cine de terror.
Todos los payasos del pasado
El motivo principal es Art, claro. Se trata de una creación felicísima, interpretada con gran aplomo por David Howard Thornton luego de que Giannelli se retirara tras los primeros cortos de Leone. Su iconicidad viene tanto del aspecto en sí como de sus ademanes de mimo: Art no habla, solo hace gestos circenses y exagerados, bañando sus asesinatos en un humor negro enormemente efectivo. Por supuesto no es el primer payaso diabólico que circunda el cine de terror, pero este mutismo le separa del Pennywise de It a la hora de seguir exprimiendo una coulrofobia (miedo irracional a los payasos) provocada, precisamente, por la insistente afluencia de estos en la cultura pop.
Dentro del ADN de Terrifier, sin embargo, y antes que la sombra payasil, es más determinante la filiación de las películas a una coctelera donde el slasher se mezcla con el splatter —esto es, los asesinos en serie que acosan a adolescentes frente a las copiosas salpicaduras de sangre—, y el cóctel es servido con un acusado aroma vintage, sazonado por la memoria sentimental de Leone. Las películas de Terrifier están ancladas en el cine de serie B que tanto afloró en los años 70, a la hora de ofrecer barbarie sin coartada y efectos prácticos de admirable artesanía. Es un legado que empezó a ser bastante productivo a principios de los 2000 con Rob Zombie, cuyo formidable debut (La casa de los 1000 cadáveres) también tenía a un payaso como asesino: el Capitán Spaulding de Sid Haig.
Este repliegue sobre los 70 no ha perdido continuidad, apañándoselas para prosperar en un evento tan satisfactorio como Grindhouse —sesión doble que Tarantino y Robert Rodríguez montaron en 2007—, o movimientos como el torture porn —que trajeron Saw y Eli Roth— y el que más valioso podría ser para entender Terrifier: el mumblegore. Salido del cercano mumblecore que nos dio a Noah Baumbach y Greta Gerwig, el mumblegore probó a mediados de este siglo a refrescar el cine de terror estadounidense desde círculos independientes, donde la reflexión no tenía por qué eludir el homenaje añejo. Es justo en esa intersección donde surge Ti West, que entre La casa del diablo y su trilogía X (concluida este verano con MaXXXine) ha intentado combinar su reverencia a las esencias con un pensamiento elaborado —una actualización, incluso— sobre las mismas.
Esto no es lo que ha hecho Leone. Ni siquiera ahora que Terrifier 3 disfraza a Art de Papá Noel y sitúa sus nuevas aventuras en Navidad, vinculando la película con ficciones fundacionales del slasher estilo Navidades negras o Noche de paz, noche de muerte. Leone se parece a West en la esforzada recreación de texturas setenteras y ochenteras —la fotografía granulada de Terrifier 3, así como la banda sonora de sintetizadores a lo John Carpenter, son muy útiles para ello—, pero rechaza cualquier distancia. No observa la tradición slasher-splatter con ojos analíticos, sino febriles y apasionados: con una alegría contagiosa que sin dejar de ser mitómana, sí se ve capaz de interiorizar cuál era el motor primigenio. Y cómo podría engrasarlo en la actualidad.
Lo que sucede con las películas de Terrifier es que han triunfado porque son honestas. No engañan a nadie. Tienen el aroma gratificante y cálido de una baratija, unas pretensiones narrativas que se reducen a contar una historia sencilla sin levantar sonrojos —aunque esto sea lo que más le cueste, también en Terrifier 3—, y un objetivo central reducido a la metódica exhibición de atrocidades. Leone quizá piense en sí mismo como el padre de Sienna, pero no cuesta verle también en Art: una sonrisa radiante contemplando hasta qué punto puede romperse el cuerpo humano, jugueteando con órganos y tejidos para afrontar la levedad del ser mientras descubre, en un frenesí interminable, lo placentera que llega a ser esa levedad. A su manera, es hermoso.