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'La vegetariana' de Han Kang, una 'Metamorfosis' femenina, sangrienta y desnutrida

“El libro me interesó porque no como carne”. Ese es el primer error de los lectores y el mayor acierto comercial de la surcoreana Han Kang. Antes de hacerse con uno de los premios literarios más importantes del planeta, La vegetariana atrajo al público por su conciso y ambiguo título. La sorpresa no se hizo esperar y el último Man Booker Prize se desveló en las primeras páginas como un testimonio oscuro, que nada tiene que ver con odas a los nutrientes vegetales.

Yeonghye, en palabras del cretino de su marido, no tiene, “ningún atractivo en especial ni defecto en particular”. La protagonista de La vegetariana trata con sumisión y diligencia a su esposo, le prepara la cena cuando tiene hambre y abre obediente las piernas si llega ebrio a casa y con ganas de cama. No lo hace por estar profundamente enamorada, sino porque piensa -o eso cree él- que es su cometido marital.

Una madrugada, de pronto, el marido la encuentra metiendo todos los manjares de la nevera en bolsas de basura: ternera para hacer shabu shabu, anguilas limpias y troceadas, calamares y empanadillas, todo. A partir de este momento, la creencia de Yeonghye se convierte en una afrenta feroz y en ocasiones sangrienta para sus familiares. Su decisión de no comer carne despierta unos instintos tan feroces entre los hombres que la rodean, que terminan convirtiendo la preocupación por su bienestar en puro ataque físico.

Es ahí cuando nos damos cuenta de que la metamorfosis de Yeonghye no responde a preferencias vegetales o a instintos suicidas. La vegetariana no es un cambio en la dieta nutricional. La vegetariana es una mujer que se ha desligado de todo lo que implica el animal humano, su violencia, su canibalismo y su intolerancia, hasta convertirse en un ser enteramente vegetal.

Nos reunimos con Han Kang en una librería del centro de Madrid. Su libro llega a nuestro país de la mano de la editorial :Rata_ y casi diez años después de ser editado en Corea del Sur. La escritora habla en susurros que se escapan por las estanterías y mueve con delicadeza las manos, las mismas que teclearon sin florituras los sueños sangrientos de Yeonghye, los fantásticos pasajes eróticos o una descarnada indiferencia por la muerte.

Han Kang ha sido la primera sorprendida con la resurrección de su novela. En 2007 apenas tuvo recepción y muchos de los que la leyeron la reseñaron con dureza por las emociones desagradables que despierta. “Hubo lectores que me dijeron abiertamente que el libro era demasiado perturbador, que les molestaba”, confiesa la escritora. “A las mujeres, en cambio, les gustó aunque les impactase. Comprenden mejor los sentimientos de Yeonghye”, remata.

“No son antiheroínas”

Al igual que muchos yerran al confundir el título de La vegetariana con un alegato animalista, otros lo hacen con la personalidad de la protagonista. Yeonghye ha sido catalogada como antiheroína por sus rarezas entre casi todos los críticos literarios.

Obstinada en su decisión de no comer carne y, más tarde, en la de no probar bocado en absoluto, la joven protagonista ha visto reducida su lucha a un trastorno alimenticio y a un problema psiquiátrico.

“Lo interesante es que muchos la ven muy débil, pero yo la escribí como una mujer fuerte y valiente”, explica su creadora.

Los que la comprenden mejor han comparado a La vegetariana con La metamorfosis de Kafka, porque el sueño de Yeonghye es abandonar su cuerpo humano y todas las flaquezas que pervierten a nuestra especie. “El epicentro de la novela no es el vegetarianismo, es una vía para conseguir un fin, que también pasa después por no comer vegetales, pues es otra forma de atacar a las plantas”, resume Han Kang.

¿Qué conduce a la protagonista a tan drástica decisión? Los sueños, dice Yeonghye ante el escrutinio de una sociedad que todavía mira con condescendencia a los que no comen carne. Cada noche es una pesadilla donde desfilan cadáveres, ríos de sangre, barbacoas y seres que le atraviesan los intestinos a dentelladas.

La novelista admite que tuvo que recurrir a estas quimeras, que rozan el gore, para ayudar al público a empatizar con su complicada protagonista. “Ella necesitaba, ya que no tiene voz, mostrar qué era eso tan doloroso que le llevó a tomar una decisión tan drástica”, confiesa. Las pesadillas son una mirada brutal en primera persona hacia la carne, pero también a sus instintos asesinos y el deseo de soledad.

Estar dormida implica luchar contra su siniestro subconsciente, pero abrir los ojos le enfrenta a un combate más agotador con la sociedad. Las mujeres miran con pena su cuerpo escuálido, cada vez más desnutrido, pero los hombres deciden actuar directamente con su físico. Ya sea para forzarla a comer a bofetadas o para reducirla a un objeto etéreo y sexual.

“La intención no era hacer un catálogo de las violencias que hay en la sociedad. Me enfoqué en la sensibilidad de la protagonista y todo lo que a ella le aberraba en el ser humano, como esos encuentros sexuales forzados”, explica Han Kang. La escritora se refiere a dos momentos en los que trata un tabú poco frecuente en la literatura: la violación dentro del matrimonio. El primero muestra al marido borracho forzando a una inerte Yeonghye y, el segundo, a su cuñado violando a su hermana, bañada en lágrimas, porque no puede contener el deseo hacia otra mujer.

Hace unos meses hablábamos de Hanya Yanagihara, autora del líder de ventas Tan poca vida, como una de las voces más perturbadoras de la actualidad. Una prosa que camina de la mano con la de la surcoreana Han Kang. La primera se enfrentó a un intento de censura en su propia editorial y la segunda fue relegada al ostracismo por un país entero, pero ambas salieron victoriosas y con varios millones de lectores (y dólares) que lo atestiguan.

Yanagihara y Han Kang nos dieron una lección que no conviene olvidar en los tiempos que corren: “Las escritoras deben pelear con uñas y dientes por su obra de arte y aprender a no hacer ninguna concesión”. Dos mujeres que fueron criticadas por incómodas y por una literatura “poco femenina”, y que se han convertido en una presencia obligatoria en la estantería de cualquier bibliófilo.