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La insoportable normalidad de la palabra de David Foster Wallace

Dos hombres en escena descalzos y una mesa. La situación pudiera parecer una 'pasada de texto', un ensayo, donde los actores miran un escrito que hay sobre la mesa de vez en cuando. Visten en jeans; todo es relajado, los textos, los cuerpos, la manera de decir. Y, poco a poco, va aflorando un texto quirúrgico que, sin dramatismo ni moralinas, describe una manera de pensar, de estar en el mundo, la de unos hombres que hablan con y sobre las mujeres, cómo se las llevan a la cama, cómo las entienden, cómo las manipulan. El ambiente se va cargando de una toxicidad, cómica a veces, ridícula incluso, pero que expone y denuncia los códigos de lenguaje y pensamiento normalizados de un sistema machista detentado por los hombres, por unos hombres que David Foster Wallace desnudó aislando sus voces, su discurso, sin más referentes que el lenguaje.

Del mismo modo, la puesta en escena no evolucionará en dramatismo ni acciones o propuestas teatrales. Simplemente esos dos hombres en escena, tranquilos, dejando aflorar la palabra de Wallace. Esa es la apuesta de Daniel Veronese, una de las grandes cabezas del teatro argentino que agitó en los noventa la escena con su compañía Periférico de Objetos, que volvió a hacerlo en 2001 con obra propia, Mujeres que sonaron caballos, y un elenco de actores irrepetibles; y que se confirmó como un maestro de la adaptación y la dirección de actores con una versión revolucionaria de Las tres hermanas del autor ruso Chéjov, Un hombre que se ahoga.

David Foster Wallace, el gran autor americano de finales del siglo XX, publicó esta recopilación de textos en 1999. 12 años antes había publicado La escoba del sistema, tres años antes su gran novela, La broma infinita. Entrevistas breves con hombres repulsivos (1999) es uno de los libros más leídos del autor. Una obra sin aparente estructura, que contiene textos disímiles en extensión y estilo. Poéticos como En lo alto para siempre (texto que llevó Juan Navarro al teatro hace dos temporadas), y bien crípticos otros como Tri-Stan: He vendido a Sisse Nar a Ecko. Y, entre esos textos, Wallace va intercalando ciertas entrevistas fechadas con hombres, como si se tratara de un estudio antropológico.

Las entrevistas son presentadas como transcripciones donde solo están las respuestas. Estos textos, no todos, son los que Veronese ha adaptado y presenta del viernes 10 al domingo 12 de noviembre en el Festival de Otoño. “No había leído mucho a Wallace. Todo surgió en una gira aquí en España, cuando entré en una librería y al subir una escalera vi expuesto el libro, vi el título, vi que era de Wallace y lo agarré”, cuenta Veronese a este periódico, “fui leyéndolo durante la gira y a medida que avanzaba no podía dejar de pensar que había que llevarlo a escena”.

Afirma Veronese que lo primero que tuvo claro fue la disposición: dos hombres y una mesa. “Los textos tienen una teatralidad implícita; simplemente, había que adaptarlos, romper el monólogo, que el texto estuviera dicho a otro. De ahí vino la primera decisión, todos los textos que escogí están dichos a una mujer, los que eran entre hombres quedaron fuera”, explica el director argentino que, como en otros montajes, decide extrañar la escena y que esa mujer que recibe los textos sea uno de los dos actores. Los dos actores de la obra, Marcelo Subiotto (que acaba de recibir la concha de Plata en el Festival de Cine de San Sebastián por su interpretación en la película Puan) y Luis Dziembrowski, van pasando de ser el hombre que habla a la mujer que recibe el discurso.

¿Dónde está la ironía?

Veronese, sin embargo, difiere sobre la lectura que se ha solido hacer sobre los textos de Wallace. “En todas las cosas que he leído sobre este autor se destaca su sarcasmo, la ironía de sus textos. A mí no me suena nada irónico, sin embargo. Me parece más un ser sufriente, cada palabra puesta en el papel parecer estar puesta con dolor, con sufrimiento”, asegura el director para luego apuntar que la ironía “se lleva a cabo para empatizar”. “Exageramos la realidad. En un texto irónico la verdad de las palabra no tiene que ver con lo que se está diciendo. En cambio, Wallace es muy honesto y directo, no opina, simplemente pone ante tus ojos cómo son las cosas, por eso es descarnado y uno no puede hacerse el boludo y decir que aquello no tiene que ver con él”, concluye.

En todas las cosas que he leído sobre David Foster Wallace se destaca su sarcasmo, la ironía de sus textos. A mí no me suena nada irónico, sin embargo. Me parece más un ser sufriente

Todos los textos en la obra se dirigen a un mismo punto: el machismo inherente en el pensamiento masculino, “la masculinidad en esta obra, que está escrita en los noventa, no tiene filtro. Y el autor lo escribió en una época donde esos comportamientos eran visto como normales y eran aceptados. Todo ha cambiado, a mediados de lo que llevamos de siglo, por lo menos en Argentina, se comenzó a expresar con fuerza una mirada muy crítica con la toxicidad masculina. Antes era todo más liviano, se perdonaban estos comportamientos, es impresionante como todo esto ha cambiado. Y él lo anticipó”, dice Veronese que, lejos de ser triunfalista, afirma que “aunque todo esto ha pasado, todavía sigue siendo el hombre el que permite que la mujer pueda tener poder, palabra. El hombre sigue siendo el dueño de la pelota y no sé cómo eso va a cambiar”.

La obra se enmarca dentro del ciclo montado por el director, Experiencias, donde con la misma puesta en escena se realizaron este texto, un texto del autor Marcus Lindeen, y otro texto del mismo libro de Foster Wallace, La persona deprimida, un relato muy duro sobre esta enfermad y sus derivas suicidas que interpretó la recientemente desaparecida María Onetto. Las tres se presentaron en el teatro Timbre 4 de Buenos Aires. “Cuando leí La persona deprimida me pasó lo mismo, vi que había que hacerla en teatro y que lo tenía que hacer Onetto, era la única actriz argentina que podía hacerlo”, recuerda Veronese que no quiere hablar mucho sobre la muerte provocada por una depresión de esta gran actriz y la ausencia que ha dejado. “Cada vez que nos juntamos dos o tres actores, acabamos hablando de ella; es imposible no extrañarla ―afirma― al festival en Madrid íbamos a venir con las dos piezas y entre función y función íbamos a dar choripanes [típico bocatín argentino], un Foster Wallace bien porteño, pero no pudo ser”.

Otro proyecto frustrado es el montaje que Veronese iba a realizar de esta obra en España. “Estaba hablado con el Teatro de la Abadía, con el antiguo director, Carlos Aladro, pero la dirección cambió y se cortó el proyecto”, afirma Veronese sobre este teatro que hoy dirige Juan Mayorga. “Íbamos a hacer una versión con actores y otra con actrices, y que el público pudiese elegir la que más le convocaba. Me imagino un montaje con actrices, creo que con mujeres me atrevería más a ridiculizar al hombre, imagínate a Susi Sánchez ahí en escena”, fantasea el director. Veronese ha realizado ya tres puestas en escena sobre la obra, la argentina que podrá verse en el Festival y otros dos montajes en Chile e Italia.

La fuerza de este montaje está, aparte de en la palabra del autor americano, en una adaptación netamente teatral, “el código del teatro es muy distinto al de la literatura, y yo sé cuál es ese código, sé lo que no va en el teatro, lo que no entra en el escenario, y lo sé intuitivamente”, afirma Veronese, “escribo como director, si pongo una palabra me tengo que hacer cargo de ella, cada segundo en el escenario tiene que estar justificado. El objetivo es poder reproducir la maravilla de esa escritura literaria, pero en la escritura dramática hay que llegar a producir una secuencia que haga que al espectador se le coja de la nariz y se le lleve así cogido hasta el final de la obra”, concluye.

La actuación

La otra pata de la fuerza del montaje reside en dos de los mejores actores de la Argentina entregados a una dirección que ya conocen. Subioto y Dziembrowski llevan años trabajando con Veronese, lo entienden y se entregan al juego. Hay un código actoral que le es propio a este director, un código que explotó en Un hombre que se ahoga, una versión de la obra de Chejov en la que el público llegaba a un ala del teatro bonaerense Camerín de las Musas y se sentaba. Entre los espectadores, con sus mismas ropas, alguien comenzaba a decir, parecía al principio que no era la obra, pero sí, aquello era puro Chéjov traído al presente. La misma magia que llevó Louis Malle a la película Vania, en la calle 42 (1994), Veronese supo llevarla al teatro.

Busco eso en la actuación que sean honestos y simples. Eso y no venir de casa con el texto y el modo de decir aprendido. Cuando empezamos un proceso no sé que obra va a ser, tenemos que descubrirla ensayando con los actore

Y esa magia está en la obra que ahora presenta en Madrid. Un teatro donde reina el actor, una manera de decir pausada, sin alharacas dramáticas, naturalista sin serlo, realista sin serlo. Para explicarlo, Veronese rememora aquel montaje del 2004: “Un día, en los ensayos de aquella obra, les dije a los actores: 'Fíjense cómo van vestidos, con un jean, con una campera, nada que ver con Chéjov y aún así cuando les veo actuar sí que está'. Les pedí que vinieran así vestidos, que se mezclaran entre el público y que así empezara la obra. Eso pone en un lugar de poder al actor increíble. Me acuerdo cómo llegaban al teatro, en autobús, en taxi. Llegaban y hacían. Me acuerdo de dos actores, Claudio Tolcachir y Marta Lubos, llegaban casi con la obra empezada, tenían otra función antes. Llegaban ahí tomando un vino y unos quesitos, entraban y comenzaban a decir, era maravilloso”, recuerda Veronese.

“No es que sea fácil, que no lo es; se trata de ser honestos y simples, busco eso en la actuación. Eso y no venir de casa con el texto y el modo de decir aprendido. Cuando empezamos un proceso no sé que obra va a ser, tenemos que descubrirla ensayando, con los actores”, afirma sobre la actuación el director. “Ah, y una cosa que no aguanto ni perdono es un actor que trabaje para el otro que no está escuchando, que no reaccione a lo que el otro le está diciendo, aunque sea la función 1.500, tiene que pasar eso”, concluye.

Al preguntarle por qué los actores van descalzos, el director argentino se sincera: “Quería que estuviesen desnudos, no lo logré ni en Argentina, ni en Chile, ni en Italia, quería decir 'mujeres del mundo miren lo patéticos que somos, no me lancen piedras, así somos los hombres', pero no quisieron y por lo menos quedaron tan solo los pies”.

Veronese acaba de estar en Madrid con un montaje de Pinter, Retorno al hogar, estrenará obra propia con Malena Alterio y David Llorente en Las Naves de Matadero en mayo de 2024, Los amigos de ellos dos. Es uno de los directores más prolíficos de España y Argentina. No para de montar. No siempre sale bien. Su vaivén entre el teatro más comercial y el teatro independiente a veces tiene sus tropiezos. Pero este montaje, aunque chiquito, es Veronese puro. Un teatro centrado en el actor y en un texto que, en esta ocasión, saca toda la fuerza descarnada, triste y furibunda de David Foster Wallace.