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“Lengua madre” en escena: maternidades en plural y poco normativas

Una escena de 'Lengua madre', dirigida por Lola Arias para el Centro Dramático Nacional

Rocío Niebla

11 de marzo de 2022 22:28 h

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En 1983 una jovencísima Susana Cintado se quedó embarazada y viajó aterrada a Londres a abortar. Con la cresta punky y las ganas de cambiar la legislación antiaborto, sus compañeras feministas y ella pelearon para que, en 1985, entrara en vigor la despenalización —parcial— del aborto. Pero no fue hasta 2010 que las “susanas” consiguieron que se permitiera hacerlo hasta la semana 14 por decisión propia. En el escenario del Teatro Valle-Inclán de Madrid, la sala grande del Centro Dramático Nacional, el resto del elenco corea los cánticos propios de las manifestaciones feministas mientras ella lo narra: “Mi cuerpo, mi vida, mi forma de follar, no se arrodilla ante el sistema patriarcal”. Susana Cintado tuvo una niña cuando ella decidió tenerla. Dice que durante todo el embarazo estuvo trabajando de fontanera y parió a Alba en una okupa, “en silencio”, para no molestar al resto de personas que vivían en la casa.

Lengua madre dirigida por la performer y escritora Lola Arias (Argentina, 1976) es el “territorio escénico para pensar la institución de la maternidad”. Por supuesto, el aborto, la educación sexual, el deseo de maternar —“que no derecho”—, la no maternidad, el parto y la crianza entran dentro del globo sonda llamado maternidad. Hasta el 10 de abril, siete personas —cuatro mujeres, dos hombres y una persona no binaria— se interpretan a sí mismes en este abanico amplio, colorido y variopinto de seres que paren (o no) a otros seres y cuidan (esto seguro) con tanto amor como pueden. El proyecto viene replicado de Bolonia, con protagonistas tan dispares como en la versión de Madrid. Y como medida de conciliación, guiño a las madres y sus escasos espacios de ocio, el sábado 2 de abril hay un taller para niños a partir de cinco años mientras en la sala grande se reflexiona y se piensa sobre el hecho de maternar.

Cande Sanz es una persona no binaria y escenifica cómo parió en casa —en el espacio Vaciador de Carabanchel (Madrid)— con más de veinte “compañeres” arropando. “Las primeras horas estuve sostenide por todes con un palo, como si fuera una virgen en procesión”. Momento cómico cuando prosigue: “¡Vamos a hacer un bricoparto!”, y entre sus veinte “hermanes” metieron en la casa una bañera —hasta ese momento, macetero repleto de flores— y la limpiaron para que Cande pudiera parir en el agua. Criar en comunidad o en comuna, compartiendo cuidados y responsabilidades es posible. Así lo está haciendo Cande, que tiene una relación abierta con su novia, y relata en escena: “Hemos compartido la crianza de Simone, su transición, su decisión de tomar estrógenos, mi transición a persona no binaria, fiestas, viajes... Nos amamos tanto que caben otros amores”.

En Lengua madre también podemos visitar la historia de Rubén Castro: una persona autodefinida como transmasculina no binaria que ha parido y que ha tenido que salvar no pocos obstáculos. Entre ellos, cuando fue a inscribir a Luar al Registro Civil: “Cuando llegué, me dijeron que había que esperar a la jueza porque no sabían qué hacer con mi caso”. Al final, le obligaron a inscribirse como madre denegándole la filiación como hombre-padre. Conmociona cuando cuenta que ya en avanzado estado de embarazo le daba miedo salir de casa por si sufría violencia transfóbica. Y admite, con sinceridad: “Mientras trabajo aquí, es mi madre quien cuida de Luar”.

“La obra piensa sobre cómo reconocer el trabajo reproductivo que hacen miles de personas, que pueden ser cuerpos masculinos o femeninos, y que están sosteniendo el sistema”, afirma la directora, Lola Arias. “Y en ese sentido, sí identificamos la palabra madre, aunque puede haber un padre que haga ese trabajo reproductivo”. Lengua madre busca preguntarse quiénes sostienen el mundo, y Arias se interroga: “¿Pero qué es una maternidad normal?”. Este catálogo de vidas y de emociones de seres humanos a cargo de niños y niñas es real. Real como la vida misma: las siete personas muestran aristas, recovecos e intrahistorias del hecho de parir (o no), de amar, de criar y de cuidar. Así que “normal” también son dos mujeres, como el caso de Paloma Calle, que se quieren y se embarazan con el método Ropa; o una escritora con un fuerte deseo de ser madre, es el caso de Silvia Nanclares, que recurre a la ovudonación aunque sus contracciones (en el tema de lo personal y político) le sigan persiguiendo.

La obra es como la maternidad: no siempre amable. Aunque hay momentos de risa, véase Silvia Nanclares explicando su relación con el porno de la RDA cuando era adolescente; o momentos profundamente tristes e indignantes como cuando Besha Wear lanza dardos sobre la injusta normativa española. Besha, nacida en República Democrática del Congo, con 16 años y a escondidas de sus padres fue al mercado a por una pastilla que se puso en la vagina y que hizo que toda la noche sangrara. El teatro se le queda pequeño cuando allí mismo denuncia: “Aquí, el aborto es reconocido para las españolas. Pero para negras, árabes o latinas, sin tarjeta sanitaria no hay médico ni aborto ni nada”.

La polémica en escena también está servida: el teatro que incomoda y pellizca es el que deja poso, así lo piensa la directora. Y como dice Silvia Nanclares: “Después de la obra el público puede que necesite un par de cañas para digerir, conversar y pensar lo que ha visto”. Llegan las curvas: Pedro Fuentes se casó con una mujer, después se divorció y se enamoró de un hombre con el que comparte paternidad de un niño fruto del vientre de alquiler de una mujer de California. El proceso de “alquiler”, menos el precio, se detalla en el escenario.

Según Arias, Lengua madre presenta muchos puntos de vista “que en momentos entran en coalición”, pero considera importante “pensar en las decisiones privadas e íntimas de cómo las siete personas decidieron gestar o cuidar y que ponen en crisis muchas ideas sobre qué es la maternidad”. Arias afirma que “han tenido que convivir en el disenso” dejando que “las posiciones se presenten”. Es por tanto un ejercicio de escuchar al otro aunque la experiencia maternal propia sea otra y, según la directora, sobre todo “sin dejar que el escenario sea una batalla en el que alguien tiene que ganar”.

Solo dos personas son actrices profesionales. Laura Ordás es una de ellas y pone cuerpo a las mujeres sin ningún tipo de reloj biológico, si es que eso existe. Denuncia, con la proyección de una imagen de las pastillas anticonceptivas en pantalla: “Yo nunca tuve deseos de ser madre. Todo lo contrario: siempre me preocupé mucho por no quedarme embarazada. Yo tomé la píldora por diez años hasta que un día me pregunté: ¿por qué siempre tiene que hacerse cargo la mujer?”. La otra actriz es Eva Higueras, que tiene tres hijos y nunca había hecho teatro documental. Como la exposición de la vida privada es total, Higueras está viviendo el proceso emocionada pero con ciertos temores. Su historia tiene tres apéndices: un niño parido, otro adoptado y una niña en periodo de acogida por dos años. ¿Puede una madre querer por igual a los tres?

La directora afirma que el teatro documental es un género que bebe de la investigación periodística. Arias ha trabajado en ficción, tanto como escritora como directora, pero cuenta que después de su maternidad le interesó más la experiencia de escritura desde el escenario y fruto del trabajo colectivo. Dice que los ensayos han sido intensos: al principio las nueve personas tenían que ir improvisando y con el el día a día se ha ido construyendo y afinando poco a poco el texto final. El texto se forma y coagula con siete voces íntimas y privadas. Este “proceso de reescritura constante” ha durado dos meses. Esta misma edición podrá verse en el Teatre Lliure de Barcelona del 22 de abril al 5 de mayo. Lola Arias tiene pensado trabajar una versión inminente en Berlín y está valorando llevarla a Buenos Aires.

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