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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Rescatar la memoria de Zarza la Mayor, uno de los agujeros negros del franquismo en Cáceres

La memoria en España está escondida en pozos negros y profundos, y enterrada en cunetas o en fosas comunes. La memoria en España lleva 86 años agazapada esperando a ser descubierta. Pero para una veintena de familias de Zarza la Mayor, una localidad al noroeste de la provincia de Cáceres junto a la frontera con Portugal, esa espera podría estar llegando a su fin.

La Diputación de Cáceres y la empresa Aranzadi han comenzado los trabajos de intervención arqueológica para la exhumación de los cuerpos arrojados a las profundidades de la mina La Paloma en 1936 por el ejército de Franco. El catedrático de la Universidad de Extremadura, Julián Chaves, que lleva décadas estudiando la represión franquista en la provincia, no se atreve a dar cifras. Los estudios históricos que ha realizado, los testimonios recogidos por él y por los familiares de las víctimas apuntan a que en este lugar “fueron arrojadas diversas personas y hay un número más o menos estimado, pero ahora mismo no se puede determinar con exactitud”.

Es posible que el número de cuerpos que permanecen allí desde 1936 supere fácilmente la veintena. Y también es posible que no todas las personas a las que los franquistas quisieron borrar su rastro tirándolas a los pozos como si jamás hubieran existido sean de Zarza la Mayor. Según Chaves, por los testimonios recopilados también podrían haber sido fusilados y luego arrojados a la mina los vecinos de otras localidades de la comarca, e incluso de la zona de Sierra de Gata. “Sin lugar a dudas la mina La Paloma es un lugar de memoria, uno de los agujeros negros del franquismo en la provincia de Cáceres”, donde alrededor de 2.400 personas sufrieron la represión del bando ganador, explica el catedrático de la Universidad de Extremadura.

40 metros de profundidad

Los trabajos que han comenzado, impulsados por la Diputación y con financiación del Gobierno, no se presumen fáciles por la dificultad del terreno y porque se trata de pozos de 30 y 40 metros de profundidad, con distintas galerías y corrientes de agua. Además, a pesar de ser la fosa de extremeños fusilados durante la Guerra Civil, también ha sido la tumba de animales silvestres e incluso hay quien lo ha usado como vertedero.

Pero después de tres lustros de esfuerzo, y también de algunas frustraciones, la agrupación de familiares de Zarza la Mayor han puesto en esta intervención la única esperanza que ya les queda para recuperar a sus seres queridos y arrojar luz a años de silencio.

Juana Clavero y Luciano Montero no conocieron a sus abuelos. Isidoro Clavero y Luciano Montero están en la mina La Paloma, uno por ser herrero y“ defensor de la justicia social,” con la paradoja de que sus hijos lucharon en el bando nacional; el otro, con 27 años y dos hijos, por pertenecer a la sociedad obrera y reclamar los derechos de los trabajadores del campo y porque se aplicaran los avances sociales que el Gobierno de la República había instaurado.

Son historias muy personales que conocían las “mujeres de negro”, las viudas que durante toda su vida vestían de luto y eran señaladas en los pueblos. Las mujeres que en esta zona de la Raya portuguesa se dedicaban al contrabando para dar de comer a sus hijos o “se convertían en las criadas de los asesinos de sus maridos, con lo que mayor humillación era imposible, o lavaban las camisas azules de los falangistas”, describe Luciano Montero.

Pero estaba prohibido hablar de lo ocurrido. Había una 'ley del silencio', las viudas tenían que encerrarse en casa “junto con el miedo y muchas de estas mujeres de negro decidieron por voluntad propia no hablar jamás” de la desaparición del padre de sus hijos

Eso no ha sido obstáculo para que ahora los nietos “hayamos cogido el legado tan importante por el que nuestros abuelos dieron la vida por un mundo más justo” y comenzaran a buscar porque “las familias seguimos sufriendo la represión”, relata Juana Clavero.

Ahora con los trabajos iniciados en La Paloma, cuya primera fase se prevé hasta finales de junio, el dolor irreparable y cronificado, heredado de generación en generación, aunque no se cure, puede aligerarse.