La novela del Vigo obrero más allá de las luces de Navidad: “Ganar o perder es casi lo mismo, lo que importa es la lucha”

Daniel Salgado

4 de marzo de 2025 06:01 h

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El principio y el final de la historia son de dominio público. Un gobierno conservador decide privatizar la joya industrial de una ciudad, un astillero en este caso. Sus trabajadores se oponen e inician protestas. Huelga indefinida, la poesía de la huelga indefinida. Manifestaciones. Cortes de tráfico. Pegatinas y carteles. Solidaridad. La ciudad los apoya. Pero el gobierno sigue adelante y culmina la venta. “Ganar y perder son casi lo mismo. Solo cambia el final. Pero lo que importa es el proceso de lucha”, sostiene Cynthia Menéndez (Vigo, 1993). Su primera novela, Son coma glaciares os barcos de aceiro (Galaxia, 2025, en gallego), encarna esta consideración con una suerte de registro híbrido entre poético y documental que explora el Vigo obrero del último cambio de siglo. Buena parte de la crítica la está celebrando.

¿Faltaba el Vigo obrero reciente en la literatura gallega? “Yo creo que sí, pero no escribo para llenar ese hueco. Soy de allí y quería devolverle esa imagen perdida, oculta por el modelo turístico y las luces de Navidad”, explica Menéndez en conversación con elDiario.es. Son coma glaciares os barcos de aceiro lo hace a través de un retrato fragmentario pero coherente cuyo origen es un hecho real, el encierro de los trabajadores de Hijos de J. Barreras en las instalaciones del astillero vigués durante la Nochebuena de 1997. “Cuando me lo contaron, vi en ello algo emotivo y lírico. Me dije 'eso tiene que ser el libro”, recuerda.

Y quien se lo contó sabía de qué hablaba. Menéndez ha construido la novela a partir de materiales documentales y de su propia observación. Una de sus fuentes principales fue Juan José Rodríguez Suárez, en su día presidente del comité de empresa de Barreras. “Él me relata no solo el conflicto del 97. Me habla de la huelgas de 1972, de la huelga general de 1988. De hecho lo que trata el libro ni siquiera son los hechos más importantes de la historia obrera de la ciudad. Pero al conocer el encierro en Navidad decido que ese el momento que quiero contar”, se extiende. En Son coma glaciares os barcos de aceiro aparece casi al final, justo cuando la lógica neoliberal avisa de que no atiende ni a razones ni a piedad, apenas al lucro privado. “Estar derrotado no es lo mismo que abandonar, del mismo modo que perder no es lo contrario de ganar”, escribe Menéndez.

Derrota, no derrotismo

“Me interesaba hablar de la derrota. De la belleza y la tristeza de la derrota”, dice y, sin embargo, Son coma glaciares os barcos de aceiro no es una obra derrotista. La pueblan la alegría de estar juntos y la camaradería instintiva, el humor -los compañeros y amigos del astillero protagonistas, siete, se hacen llamar a sí mismos el G7- y la confianza en el futuro, el orgullo por el trabajo y el desprecio por los que mandan. Tampoco idealiza. La autora estaba en guardia ante esa tentación. O riesgo. “Me preocupaba caer en ello, así que utilicé dos estrategias para evitarlo. La primera, usar la voz de un niño y su ingenuidad, su descubrimiento del mundo”, cuenta sobre Pedro, hijo de uno de los obreros y uno de los narradores, “y la otra, las mujeres”. Sus compañeras de vida. Si los obreros en huelgan dudan, ellas, la mayoría no asalariadas en el astillero, no se permitían hacerlo. “No eran cuidadoras, eran las que sostenían la movilización. Son el contrapunto”, considera Menéndez.

No solo sus conversaciones con Rodríguez Suárez y otras personas que vivieron los hechos en carne propia nutren el trabajo, claro. La escritora optó además por internarse en los escenarios de la acción. “Hay un bar que existe, La Rubia, en Beiramar [la avenida viguesa donde se encuentran algunos astilleros], que freceuntan los obreros”, relata, “y allí me fui. Pero no a habar con la gente, sino a beber unas cervezas y observar cómo entraban y salían, qué decían. Es una forma de estar en el mundo que encaja conmigo, the observer”. La mosca en la pared lo denominan algunos cineastas de lo real que procuran la mínima intervención sobre lo que filman. Parece adecuada para Son como glaciares os barcos de aceiro. “No me puedo desembarazar, ni quiero, de mi voz poética, pero me encanta el documental”, argumenta, “en el cine, y también en la poesía”. En ese punto intermedio y singular es en el que se mueve, de algún modo, la escritura de la novela.

Narrativa de la condición obrera

Son coma glaciares os barcos de aceiro abre quizás una puerta para la literatura gallega, la de la literatura obrera. “En Galicia no se ha trabajado mucho”, señala. Algunos antecedentes, efectivamente escasos, existen. Fran Alonso ensayó una suerte de novela de lo real sobre camioneros en la olvidada y sin embargo muy lograda Tráiler (1991). Xente ao lonxe (1972), el clásico de Blanco-Amor, abordaba la conformación del movimiento obrero a inicios del siglo XX. Y Xosé Luís Méndez Ferrín entendía el proletariado urbano -vigués, para más señas- como el corazón de la perturbadora Antón e os inocentes (1976). El dramaturgo Santiago Cortegoso dedica su última pieza, Reconversión (2025), a la desindustrialización de la economía urbana gallega durante los 80. También documental, pero filtrada por el personalísimo estilo de su autor, Cid Cabido, era Unha historia que non vou contar (2009), solo que su objeto era la burguesía industrial viguesa y aquella máxima de Balzac: detrás de toda gran fortuna hay un crimen.

Menéndez reclama esa tradición y remite como referente confeso a la magnífica trilogía de Alberto Prunetti sobre la condición obrera en su Piombino natal, del trabajador industrial de cuello azul al precariado posterior a la crisis de 2012. También a la literatura inglesa, de Allan Sillitoe a John Braine o David Storey. En España habla de Rafael Chirbes, aunque más enfocado a la indagación en la historia reciente y con quien comparte cierta querencia por un realismo lírico. “Tampoco en España se ha practicado demasiado. La cuestión obrera se ha abordado desde una perspectiva más teórica, densa, que no interesa tanto al lector general. Pero la narrativa es un artefacto poderoso que conecta con la gente, es lo que más consume, y uso el verbo consumir en su sentido positivo”, abunda.

Menéndez, que no es de familia obrera -“sí trabajadora, pero no obrera”-, no abandonará el territorio. Ahora prepara su segundo libro a partir de su experiencia cruzando el Atlántico en un velero, sin GPS, con astrolabio y otros instrumentos antiguos. “Será también un híbrido, esta vez sobre la base de la literatura de viajes”, anuncia, “y habrá espacio para los trabajos del mar, a los que me siento muy vinculada”. Lo dice Pedro, el niño narrador que se va haciendo mayor a lo largo de Son coma glaciares os barcos de aceiro: “Nada inventamos, nada, todos los libros que leí, las películas, las fotografías, la música, la danza, parten todos del origen único del círculo de fuego de una voz que se hace oír”.