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Lo que hacemos es secreto

Sales de casa una noche. Te bajas en el metro de Oporto (Madrid). Vas al cenador de Vaciador34. Productos de proximidad de una huerta autogestionada. Al final de la cena pones en un sobre lo que crees que ha costado. O al principio. No se trata de valorar con tu precio lo que estás consumiendo al estilo del Pay after show. No. El precio libre (como lo explica aquí Le Parody) revienta de modo frontal la manera en que, como receptores y/o emisores, concebimos la práctica y el disfrute de la cultura. Es una práctica de accesibilidad real. Tú, ella, cualquiera puede venir aquí. Cualquiera se lo puede pagar. O no. No cualquiera. La comunidad puede llegar a imponer unas normas por las que quizá no seas bienvenido. Las que gestionan te mirarán con seriedad. Y a lo mejor te sientas incómoda. Y forma parte de la relación. Un espacio al que si vienes, puedes venir a vaciarte o no.

Quizá estemos gentrificando Carabanchel. Quizá no somos los activistas puros. Nos interesa producir cultura: hacerla, vivirla. Crear nuestros propios hits para bailar la fiesta. Eso suena a élite, te dirán unos, eso suena a endogamia, eso suena a vanguardia autoerigida. Pues también suena a resistencia. Y a retaguardia. Las de la cultura somos siempre sospechosas de poco compromiso en la escala de Richter del impacto activista. Las culturetas y su culturita con sus cosas de culturetillas. Bien.

Después, esa misma noche, probablemente te quedes por ahí bailando, este es un espacio donde nunca se sabe lo que ocurrirá. Esto no va de buenismo. La tecnología de la hospitalidad te la construyes tú. Esto va más bien de que vengas a hacer. La primera vez que fui, vi allí a Lorena Álvarez, en el primer benefit de LadyFestMadrid. Glups. Tengo miedo. No quiero ser la Elvira Lindo del underground. No se por qué escribo esto. Tengo miedo de galvanizarlo con mis palabras. Solo sé que allí aprendí más que en cualquier módulo de gestión cultural de los másters ultra caros de los que hoy casi nadie se puede permitir. Pero, no, en serio. No hace falta que vayáis. Está lejos. Os pilla mal, está a contramano. Cuando venga la policía no tendremos a donde ir. Bueno, sí, al bar de taxistas de la rotonda.

En otro lugar, Espacio Naranjo, vi algunas de las mejores cosas de este año. Vi a María Salgado y Fran Cabeza de Vaca. Luego, en Suanzes, fuimos a la Fiesta de Abismal (ahora hacen sus sesiones secretas en un club de carretera secreto). Lo que hacemos es secreto. No digo que sea lo mejor, pero es desde otro lugar. En La Lenta vi a Kenneth Goldsmith recitando y comiendo torrijas, mientras, en la habitación de al lado, su hijo jugaba a la play. Vi, escuché y, por contagio, acabé haciendo. Es una micro burbuja, dirán otros, no es representativo, somos privilegiados, seguramente todas blancas, hijas de padres progres de profesiones liberales, con colchones económicos. O no. No todo es tan bloque. No todo es tan blanco. Volvemos a la genealogía de la pureza que siempre se busca en la militancia. Pues no. Pues ven. Ven con tus contradicciones. Y escucha.

Sí. El privilegio de la cultura. El domingo iremos a la Faena II. Una sala de conciertos. O al cineclub de La Morada. O al taller de relatos de El Patio Maravillas. Nosotras hacemos esto, pero en Madrid Río un par de pandillas de adolescentes bailan dembow, en la Cantina de MedialabPrado hacen un pase de la peli de Aaron Swartz, mi madre y sus amigas quedan para ver una expo y hacen su señora cultura de quedar y salir de su rutina cuidadora, Azucena, Paqui y Zoe, en La Arganzuela, cuidan de Intermediae, espacio público que acogió un día al proyecto poético Euraca, aunque ahora Euraca vuele solo y se cruce en Cruce. Y así entramos y salimos haciendo y deshaciendo en silencio esa cosa que llaman cultura. La hacemos. A la salida nos tomamos una ronda, que pincha Fuego en la Nevera.

Si pones la oreja en esa madeja podrás escuchar algunas preguntas para desenredar: ¿cómo ha de cuidar la institución de la cultura? Si somos todas productoras de cultura, ¿hacen falta mediadores entre la cultura y “la gente”?

¿La cultura se da en todas partes, a todas horas, como la educación?

Entonces, ¿qué cultura vamos a cuidar? ¿Solo la que está en el centro, la que se ve, la que se considera recurso? ¿Vamos a construir lo visible o simplemente vamos a dejar que lo invisible siga existiendo?

¿A qué cultura vamos a preguntar si “ganamos”?

Lo que hacemos es secreto. Solo hay que escuchar para empezar a ver. Pon tus orejas a las ciudades.

Sales de casa una noche. Te bajas en el metro de Oporto (Madrid). Vas al cenador de Vaciador34. Productos de proximidad de una huerta autogestionada. Al final de la cena pones en un sobre lo que crees que ha costado. O al principio. No se trata de valorar con tu precio lo que estás consumiendo al estilo del Pay after show. No. El precio libre (como lo explica aquí Le Parody) revienta de modo frontal la manera en que, como receptores y/o emisores, concebimos la práctica y el disfrute de la cultura. Es una práctica de accesibilidad real. Tú, ella, cualquiera puede venir aquí. Cualquiera se lo puede pagar. O no. No cualquiera. La comunidad puede llegar a imponer unas normas por las que quizá no seas bienvenido. Las que gestionan te mirarán con seriedad. Y a lo mejor te sientas incómoda. Y forma parte de la relación. Un espacio al que si vienes, puedes venir a vaciarte o no.

Quizá estemos gentrificando Carabanchel. Quizá no somos los activistas puros. Nos interesa producir cultura: hacerla, vivirla. Crear nuestros propios hits para bailar la fiesta. Eso suena a élite, te dirán unos, eso suena a endogamia, eso suena a vanguardia autoerigida. Pues también suena a resistencia. Y a retaguardia. Las de la cultura somos siempre sospechosas de poco compromiso en la escala de Richter del impacto activista. Las culturetas y su culturita con sus cosas de culturetillas. Bien.