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El Papa, una cuestionada Premio Nobel y las masacres contra musulmanes en Myanmar

Dos días después de que el conflicto entre el Ejército de Myanmar y la minoría musulmana rohingya rebrotase con brutales consecuencias, el Papa Francisco recordó a esta minoría étnica en su Angelus del día 27 de agosto y oró por sus derechos. Al día siguiente, el Vaticano anunció que el Papa visitará Myanmar y Bangladesh en una pequeña gira asiática que comenzará a finales de noviembre.

El anuncio de esta visita llega en un momento muy delicado. Tras este último estallido de violencia –con 400 muertos, más de 100.000 nuevos desplazados y decenas de aldeas arrasadas– el mundo empieza a mirar con impaciencia la pasividad de la líder política del país y Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi. De hecho, el anuncio del Vaticano coincidió con la aparición de las primeras críticas públicas de la comunidad internacional contra la política asiática.

Este miércoles, Suu Kyi rompió su silencio. Durante una llamada telefónica con el presidente de Turquía, Tayyip Erdogan, que había criticado su conducta ante el conflicto, aseguró que iba a proteger los derechos de “todas las personas” en su país. Pero no dudó en calificar de “terroristas” a los insurgentes musulmanes que comenzaron, según su versión, los disturbios cerca de la frontera con Bangladesh.

En un comunicado del gobierno de Myanmar publicado en Facebook, la líder confirmó la conversación con Erdogan sobre esta crisis y culpó también a los “terroristas” de las informaciones aparecidas en las redes sociales. “Ya nos estamos ocupando de la gente en Rakhine de la mejor manera posible”, aseguró, y expresó también que “no debería haber desinformación para que no se creen problemas entre los dos países”.

Los rohingya son una minoría formada por cerca de un millón de personas que viven en el Estado occidental de Rakhine, uno de los más pobres. Son musulmanes, pero no están reconocidos en el más de centenar de grupos étnicos oficiales del país. Myanmar no les concede la nacionalidad, puesto que les considera de origen bangladeshí, así que en la práctica son apátridas aunque vivan en suelo birmano. 

La ganadora del Premio de la Paz del año 1991 también acusó a las ONG de colaborar con los “terroristas” para justificar el bloqueo que mantiene el país a los trabajadores humanitarios. En estos momentos, más de un millón de rohingyas se han quedado sin suministros de comida y medicinas.

El hundimiento de Suu Kyi

Aung San Suu Kyi, que estuvo bajo arresto domiciliario durante 15 años por defender la democracia en su país, se convirtió en una reconocida figura política internacional. El gobierno militar birmano la detuvo por liderar la oposición y no la liberó hasta el año 2010, casi una década después de haber recibido el Nobel.

En 2015 se hizo con las riendas del país, y aunque no puede ser presidenta (la Constitución aprobada por el anterior régimen militar se lo impide porque sus hijos tienen pasaporte extranjero), es la persona que toma las decisiones en el Gobierno de Myanmar.

Por eso muchos defensores de los derechos humanos que la apoyaron en el pasado no pueden entender su posición frente a las denuncias de las atrocidades cometidas contra los rohingya. En estos momentos, ya existe una petición formal para que el Nobel le sea retirado.

La represión contra los musulmanes en esta zona del sudeste asiático no es nueva, pero sí que se trata de la primera vez que se produce de una manera tan sangrienta bajo el mandato de Aung San Suu Kyi. En esta ocasión, todo empezó con una supuesta acción de insurgentes musulmanes (del Ejército de Salvación Rohingya de Arakan) contra las fuerzas armadas del país.

El Ejército (del que dependen áreas clave del Gobierno como la seguridad interna) irrumpió en los pueblos rohingya y prendió fuego a las casas. Miles de personas huyeron, y ahora necesitan refugio, alimentos y medicinas. Más de 100.000 personas han llegado a Bangladesh dejando atrás la violencia.

“El Ejército vino a incendiar mi casa. Cuando huía me dispararon, me dieron en la mano derecha, pero pude llegar hasta Bangladesh en un bote junto a otros”, relataba recién llegado al país Mohmmad en declaraciones para la agencia EFE. La mayoría de los fallecidos murieron ahogados o por heridas de bala.

Esta semana, además, Naciones Unidas ha denunciado que el gobierno bloquea la llegada de suministros a esa zona. Este bloqueo no solo afecta a la etnia musulmana de una de las regiones más pobres del país, sino que también afecta a los ciudadanos budistas.

La desconcertante visita del papa Francisco

“Han llegado noticias tristes de la persecución de las minorías religiosas, de nuestros hermanos rohingya. Quisiera manifestarles toda mi cercanía, y todos nosotros pidamos al señor salvarlos y despertar a hombres y mujeres de buena voluntad en su ayuda, que les den plenos derechos. Oremos también por los hermanos rohingya”, dijo el Papa durante el Angelus del 27 de  agosto, unos días antes de que se hiciera oficial su visita al país.

El Papa Francisco tiene una buena relación con la líder birmana, y esta visita inesperada (sobre todo por el momento del anuncio) puede hacer que los ánimos se calmen. Sin embargo, también cabe la posibilidad que la llegada del pontífice alimente todavía más el odio de los nacionalistas y del Ejército contra los rohingya. El Vaticano lleva tiempo siendo muy crítico con la persecución de esta minoría religiosa y defiende su derecho a la ciudadanía. En cualquier caso, la premio Nobel de la Paz tendrá muy complicado seguir haciendo oídos sordos ante las denuncias de las crueldades cometidas por el ejército de su país.

“Se me rompe el corazón cada vez que veo en las noticias el sufrimiento de los musulmanes rohingya en Myanmar”, ha dicho la ganadora del Nobel de la Paz Malala Yousafzai. “En los últimos años he condenado en diferentes ocasiones este trato trágico y vergonzoso. Sigo esperando a que mi compañera, la también Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, haga lo mismo”.

En febrero, el alto comisionado de la ONU para los derechos humanos acusó a la policía y al ejército del país de matar a cientos de hombres, mujeres y niños, y también de violar a mujeres y niñas rohingya, así como de obligarles a abandonar sus casas.

La realidad es que Aung San Suu Kyi está en una encrucijada: no puede alzar la voz porque esto podría costarle un envite del Ejército y de los líderes nacionalistas; pero tampoco puede seguir en silencio eternamente. Quizá con la visita del Papa consiga ganar un poco más de tiempo.