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Fuego y furia: la guerra perpetua de Netanyahu

Palestinos vuelven el 30 de julio a la zona de Khan Younis en Gaza destruida por el Ejército israelí.

Iñigo Sáenz de Ugarte

5 de octubre de 2024 21:48 h

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Sólo dos meses después del comienzo de la invasión israelí de Líbano en 1982, el sitio de Beirut cobró su cariz más violento contra la población civil. Durante catorce horas consecutivas, los bombardeos de la zona oeste habían sido continuos. Ronald Reagan, tan buen aliado de Israel como los presidentes anteriores y posteriores de Estados Unidos, pensó que toda esa violencia sólo conseguía hacer más difícil una salida diplomática con la que poner fin a la guerra y complacer el deseo israelí de que la OLP abandonara la capital libanesa. Llamó al primer ministro israelí, Menahem Begin, y le advirtió de que acabara con la matanza. Resumió la conversación en una entrada de su diario el 12 de agosto de 1982.

“Yo estaba furioso. Le dije que tenía que parar o toda nuestra relación futura estaría en peligro. Utilicé la palabra 'holocausto' de forma deliberada y dije que el símbolo de su guerra era la imagen de un niño de siete años sin brazos por una explosión. Me dijo que había ordenado que se detuvieran los bombardeos. Yo pregunté por el fuego de artillería. Afirmaba que la OLP había comenzado todo y que las fuerzas israelíes habían sufrido bajas. Final de la llamada. Veinte minutos. Luego, llamó para decirme que había ordenado poner fin al bombardeo y se comprometía a que continuáramos con nuestra amistad”.

Nada que ver con la postura de Joe Biden en el año transcurrido desde el ataque de Hamás al territorio israelí el 7 de octubre de 2023. La mediación de EEUU en favor de un alto el fuego en Gaza, como ahora tras el inicio de la invasión de Líbano, ha sido un fracaso completo a causa de la intransigencia del primer ministro, Binyamín Netanyahu. Eso no ha impedido que Washington haya continuado enviando a Israel el armamento y munición necesarios para destruir Gaza. Biden no se ha atrevido a comportarse como Reagan.

“Básicamente, hemos tenido doce meses en que la Administración (de Biden) ha pedido una cosa e Israel ha hecho otra en Gaza”, dijo Richard Haass, que fue alto cargo en el Gobierno de George Bush. “En los últimos días (a cuenta de Líbano), la situación ha sido que Israel actúa de forma unilateral sin coordinarse previamente con nosotros. Una vez más, la Administración parece estar desconectada al pedir un alto el fuego cuando los israelíes no tienen ningún interés en un alto el fuego”.

La pasividad norteamericana pone de evidencia la caída de su prestigio e influencia en Oriente Medio. No se limita sólo a la falta de personalidad de Biden, aunque esto último no carece de relevancia. Nicholas Kristof, columnista de The New York Times, describió la actitud del presidente en estos términos: “Prefería que no hicieras una ofensiva por tierra en Líbano, pero si decides ignorarme, adelante y no te preocupes por mí”.

Netanyahu no oculta algo que por lo demás resultaba evidente y que va contra las prioridades norteamericanas, como la solución de dos estados: el líder del Likud pretende que la construcción de un Estado palestino quede imposibilitada para siempre. Además, ha apostado por la eliminación física de los grandes enemigos de Israel, incluido el régimen iraní. La apuesta estratégica es por una guerra perpetua que neutralice además a sus rivales internos, que exigen su dimisión desde que el primer ministro fue procesado por corrupción.

La operación con la que se eliminó al líder de Hizbulá, Hassan Nasrallah, llevó el nombre de “Nuevo Orden”. El Ejército israelí suele afirmar que estas denominaciones se obtienen de forma aleatoria con un número reducido de combinaciones. Sin embargo, el término empleado en esta ocasión refleja las intenciones del Gobierno.

En un discurso posterior al ataque realizado con ochenta misiles y bombas, Netanyahu afirmó que acabar con Nasrallah era esencial para la vuelta de los 60.000 israelíes que tuvieron que evacuar el norte del país y también para “cambiar el equilibrio del poder en la región durante años”.

El discurso de Netanyahu se repite fuera de su partido. El ex primer ministro Naftalí Bennett también está convencido de que Israel debe seguir el camino de la guerra hasta el final. “Israel tiene ahora la mayor oportunidad de los últimos 50 años para cambiar el rostro de Oriente Medio. El liderazgo de Irán, que solía ser bueno jugando al ajedrez, ha cometido un error terrible esta noche (por el ataque iraní con misiles a objetivos militares israelíes). Debemos actuar ahora para destruir el programa nuclear iraní y su infraestructura energética”.

Declarar la guerra a Irán es lo que Bennett llama en una entrevista en CNN “un regalo al pueblo iraní” sin importarle el coste que pueda tener en vidas. Es ahora o nunca, dice.

El caos y el peligro de una guerra total en la región del que hablan los medios de comunicación de todo el mundo es por tanto una oportunidad que la derecha y la ultraderecha israelíes no quieren desaprovechar. A fin de cuentas, con la excepción del proceso de Oslo, no hay problema para todos los gobiernos israelíes que no se pueda solucionar con el uso de la fuerza.

No es la primera vez que Netanyahu anuncia el comienzo de una nueva era en la que los israelíes podrán ignorar los derechos de los palestinos y controlar para siempre Gaza y Cisjordania después de derrotar a sus enemigos exteriores. En 2002, presionó a los congresistas norteamericanos para que apoyaran la invasión de Irak. El derrocamiento de Sadam Hussein tendría ramificaciones por toda la región, afirmó en Washington, y contribuiría también al final de la República Islámica de Irán.

En 2018, aseguró a la Administración de Donald Trump que cancelar el acuerdo nuclear con Irán, que había sido un instrumento efectivo para cortar de raíz cualquier posibilidad de que Irán pudiera fabricar armas nucleares, haría que ese régimen se viniera abajo.

Israel cuenta con un largo historial de errores estratégicos de ese tipo. Invadió Líbano en 1978 y 1982 para expulsar del país a la OLP y terminó propiciando el nacimiento de Hizbulá. Decidió que Hamás era un enemigo más beneficioso para sus intereses en Palestina que la OLP. Boicoteó a Arafat y la Autoridad Palestina, lo que también fortaleció a Hamás.

Antes del 7 de octubre, Netanyahu dejó claro a los israelíes que Hamás había dejado de ser una amenaza gracias a las sucesivas operaciones militares israelíes a lo largo de años. No tendrían que aceptar concesiones que hicieran imposible el ideal de Eretz Israel, que significa el control judío desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo para la derecha israelí.

El asalto del 7 de octubre supuso un shock en la sociedad israelí, que pensaba que una derrota de esas características era impensable. La insólita negligencia del Ejército y de los servicios de inteligencia les parecía inconcebible, muy similar a la situación anterior a la guerra de Yom Kippur en 1973. Netanyahu había permitido la entrega de decenas de millones anuales procedentes de Qatar para que Hamás financiara el Gobierno de Gaza. El uso de avanzados medios tecnológicos garantizaba que la frontera estuviera impermeabilizada ante cualquier amenaza de agresión.

La ficción se vino abajo en cuestión de horas al precio de la muerte de 1.200 militares y civiles israelíes. La venganza fue terrible. En medio de declaraciones de intención genocida por las que todos los habitantes de Gaza eran responsables de las acciones de Hamás, los militares ejecutaron una operación de castigo contra toda la población. La infraestructura civil fue uno de los objetivos. Todos los hospitales fueron destruidos o dañados hasta impedir que pudieran funcionar.

Los muertos se cuentan por decenas de miles. 41.689 hasta el viernes, con más de 15.000 niños y adolescentes entre ellos. La cifra real es probablemente mayor, porque hay miles de cadáveres enterrados bajo los escombros. Es el 2% de la población de Gaza, como si en España hubieran muerto más de 900.000 personas. El número de heridos es de 96.625. Todo el norte de Gaza se ha convertido en una zona prácticamente inhabitable.

La deshumanización de los palestinos es completa para la mayoría de la sociedad israelí. Casi todos sus medios de comunicación, en especial las televisiones, ignoran los hechos más básicos de la terrible matanza. Los soldados se graban en vídeos que suben a TikTok para celebrar con risas la destrucción de Gaza. Pocas veces un Ejército ha documentado tan gráficamente sus propios crímenes de guerra.

Fuentes militares contaron el 27 de septiembre a la televisión pública y a Haaretz que la estructura militar de Hamás en Gaza ha sido derrotada y que la organización sólo opera como un grupo insurgente. Pero al Gobierno no le conviene afirmar en público que Hamás está ya eliminada como fuerza combatiente, porque le obligaría a presentar cuál es su plan para el futuro.

Ante la demanda de un grupo de derechos humanos ante el Tribunal Supremo para obligar al Ejército a que asuma su responsabilidad en el reparto de ayuda humanitaria, el Gobierno respondió que “Hamás aún conserva la capacidad de ejercer la autoridad gubernamental en Gaza”, una descripción que está muy lejos de la realidad.

Un grupo de militares retirados dirigidos por el general Giora Eiland, que presidió el Consejo de Seguridad Nacional en la época de Ariel Sharon, ha puesto sobre la mesa un plan para separar Gaza en dos, expulsar por la fuerza a toda la población de la zona norte y exterminar allí cualquier vestigio de Hamás. Todos aquellos que permanezcan serán considerados terroristas. Eiland escribió un artículo en noviembre de 2023 en el que defendió que Gaza es como la Alemania nazi y que “las mujeres de Gaza son las madres, hermanas y esposas de los asesinos de Hamás”.

Los ministros ultraderechistas Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich han apoyado su plan en público. 300.000 personas continúan viviendo en las ruinas de Ciudad de Gaza, convencidos de que nunca les dejarán regresar si se van al sur.

La apuesta por la eliminación completa de Hamás pasa por olvidar todo lo ocurrido desde hace décadas. El grupo islamista no es sólo una fuerza militar, sino también una ideología, y no puedes matar una ideología con tanques y aviones, dijo Ami Ayalon en octubre de 2023 a El País: “Para derrotar una ideología hay que contraponer ideas más fuertes. Si no ofrecemos un futuro mejor a los palestinos, un horizonte político que incluya el fin de la ocupación militar israelí, con un Estado palestino, nunca venceremos a Hamás. En cinco o diez años, se habrá rearmado otra vez”.

Es lo mismo que ha dicho el principal portavoz del Ejército, el vicealmirante Daniel Hagari, que admitió en junio que no es posible eliminar a Hamás como ideología o movimiento político: “La idea de que es posible destruir a Hamás, hacer que Hamás desaparezca, eso es engañar a la gente”. Y es precisamente lo que ha hecho el Gobierno de Netanyahu desde el comienzo de esta guerra.

En los primeros días posteriores a la ofensiva israelí contra Gaza, altos cargos norteamericanos eran muy conscientes del riesgo de una catástrofe y de la posibilidad de que Israel cometiera crímenes de guerra, según una serie de emails de los que informó Reuters este viernes.

El 11 de octubre, Bill Russo, responsable de la oficina de Diplomacia Pública del Departamento de Estado, dio la voz de alarma. “La falta de respuesta de EEUU sobre las condiciones humanitarias de los palestinos no sólo es ineficaz y contraproducente, sino que también estamos siendo acusados de ser cómplices de crímenes de guerra potenciales al permanecer en silencio ante las acciones de Israel contra civiles”, escribió Russo en uno de esos mensajes.

Ese mismo día, las autoridades sanitarias de Gaza informaron de la muerte de 1.200 personas en los bombardeos israelíes de Gaza.

Dos días después, aviones israelíes lanzaron panfletos sobre el norte de Gaza comunicando a un millón de personas que tenían 24 horas para abandonar la zona.

El Comité Internacional de la Cruz Roja, que raramente realiza denuncias públicas de la actuación de los gobiernos en una guerra, afirmó que la orden era “incompatible con el Derecho Internacional Humanitario”. Era imposible que un número tan elevado de personas pudiera desplazarse en tan poco tiempo y que se tomaran medidas para prestarles ayuda, según reconoció uno de los altos cargos en los emails que describían la inminente crisis.

“No hay forma de organizar este nivel de desplazamientos sin crear una catástrofe humanitaria”, escribió Paula Tufro, responsable en la Casa Blanca sobre respuesta humanitaria en conflictos. Se necesitarían meses para crear la infraestructura para ayudar a toda la gente que huyera, dijo.

Los emails prueban que desde el primer momento la Casa Blanca sabía lo que podía ocurrir. Que fue exactamente lo que terminó ocurriendo. En los días en que se produjeron esas comunicaciones, Israel pidió a EEUU de forma urgente el envío de 20.000 fusiles de asalto para la Policía israelí. Washington podía haber utilizado peticiones de ese tipo para presionar al Gobierno de Netanyahu. No lo hizo. Los fusiles se enviaron, a pesar de la oposición de la unidad del Departamento de Estado que da su opinión sobre la exportación de armas a países donde existe el riesgo de violación de derechos humanos.

La ayuda armamentística de EEUU a Israel en el último año ha incluido 10.000 bombas de alta potencia y 900 kilos cada una, además de miles de misiles Hellfire.

La destrucción de Gaza habría sido imposible sin esa colaboración militar, al igual que sin el apoyo de Alemania y otros países europeos a lo que se define en los comunicados gubernamentales como “el derecho de Israel a defenderse”.

Josep Borrell, a punto de abandonar su puesto de alto representante de Política Exterior de la UE, resumió esta semana la complicidad europea y norteamericana en estos términos: “Bajo las ruinas de Gaza están enterradas no solo decenas de miles de muertos. También está enterrado el Derecho Internacional Humanitario, porque ha sido el vivo ejemplo de la falta de cumplimiento de unas obligaciones que proclamamos, pero que no se cumplen y tampoco tenemos la fuerza de hacerlas cumplir”.

Mientras tanto, ahora le ha llegado el turno a Líbano. La retórica genocida se repite de nuevo. “No hay diferencias entre Líbano e Hizbolá. Líbano será aniquilada”, dijo Yoav Kisch, ministro de Educación, en una entrevista. El periodista le comentó si era consciente de las connotaciones del término. Kisch, del partido de Netanyahu, aceptó precisar sus palabras para afirmar que “el Líbano que conocemos dejará de existir”.

Netanyahu tiene la guerra que quería y EEUU y Europa se niegan a asumir su responsabilidad.

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