La portada de mañana
Acceder
El PP bloquea la reforma de la ley de extranjería y delega en sus barones negociarla
Cuando se pone fin al fraude laboral con el empresario ante la justicia penal
OPINIÓN | El artículo más popular de la Constitución, por Isaac Rosa

Opinión

La crisis de los refugiados no les concierne solo a ellos, sino a todos nosotros

Nací en 1957, el mismo año en que China realizó una purga de 300.000 intelectuales, incluidos escritores, profesores, periodistas y básicamente cualquier persona que se atreviera a cuestionar al gobierno comunista recién llegado al poder. Dentro del marco de lo que se llamó el movimiento antiderechista, estos intelectuales fueron enviados a campos de trabajos forzados para su “reeducación”.

Como en ese momento mi padre, Ai Qing, era el poeta más reconocido de China, el Gobierno decidió usarlo para dar ejemplo. En 1958, mi familia fue expulsada de nuestra casa en Pekín y nos llevaron a la región más remota del país. No teníamos ni idea de que sería el comienzo dos décadas muy oscuras de nuestras vidas.

Durante los años siguientes, mi padre fue condenado a trabajos forzados limpiando letrinas en un campo en el noroeste de China. También lo obligaron a criticarse a sí mismo públicamente.

Desde mi juventud experimenté un trato inhumano por parte de la sociedad. En el campo, teníamos que vivir en un refugio subterráneo y éramos objeto de un odio inexplicable. Éramos discriminados, insultados sin razón y acosados. El objetivo de todo esto era aniquilar el espíritu humano arraigado en las creencias de mi padre. Como resultado, recuerdo experimentar un sentimiento de injusticia infinita.

En esas circunstancias no hay dónde escapar ni dónde esconderse. Sientes que tu vida está contra una pared y que la vida misma es una luz que se va apagando, a punto de extinguirse completamente. La única forma de sobrevivir era soportando la humillación y el sufrimiento.

Comparto mi historia personal porque ayuda a aclarar cuál es mi conexión emocional con la actual crisis de refugiados, que he documentado en la cinta 'Marea humana'. Mi experiencia personal explica por qué me identifico tan profundamente con todas esas desafortunadas personas que son obligadas a vivir en condiciones extremas por fuerzas externas a las que les es imposible oponerse.

Durante los dos años que duró la filmación, viajamos a 23 países y visitamos 40 campos de refugiados. Algunos de estos campos son relativamente recientes y alojan a aquellos que han tenido que huir de la guerra en Siria. Otros campos –como por ejemplo el campo Ain al-Hilweh en el Líbano– existen desde hace décadas y han alojado a tres generaciones de refugiados.

En los meses siguientes al lanzamiento de la película, algunos de las zonas que filmamos se han deteriorado aún más. La situación de los refugiados rohingyas en Myanmar, por ejemplo, ha estallado en una ola de más de medio millón de desplazados, que se suman a los 65 millones de refugiados que ya hay en todo el mundo.

Observar e investigar ciertos momentos de la historia de los refugiados en el mundo permite sacar algunas conclusiones de forma muy clara. Ningún refugiado se fue de su hogar voluntariamente, incluso si vivía en la pobreza y el subdesarrollo. La promesa de prosperidad económica no es más importante que el hogar.

Esta gente abandonó su hogar forzada por la violencia que causó la muerte de sus familiares, amigos y compatriotas. A menudo no se destruía una sola casa sino pueblos enteros que desaparecían bajo el bombardeo indiscriminado. Sencillamente no había forma de quedarse. La única forma de salvar sus vidas y las vidas de sus seres queridos era huir.

Un argumento común es que muchas de las personas que intentan llegar a Occidente son migrantes económicos que quieren aprovecharse de forma injusta de la prosperidad económica. Sin embargo, esta teoría no contempla la contradicción entre las fronteras físicas del mundo actual y las fronteras reales, políticas y económicas del mundo globalizado.

También hay un rechazo implícito a reconocer que, gracias a la globalización, algunos países, instituciones e individuos se han beneficiado enormemente a expensas de muchas otras partes del mundo que son vulnerables y tremendamente explotadas.

En este momento, Occidente –que se ha beneficiado desproporcionadamente de la globalización– simplemente se niega a asumir su responsabilidad, incluso cuando la condición de muchos refugiados es una consecuencia directa de la codicia inherente al sistema capitalista global.

Si dibujamos un mapa de las más de 70 fronteras con muros y vallas que se han construido entre países en las últimas tres décadas, que fueron aumentando desde la docena que existía después de la caída del muro de Berlín, se puede ver claramente hasta qué punto se ha extendido la desigualdad económica y política. Las personas más perjudicadas por estos muros son las más pobres y las más desesperadas de la sociedad.

La naturaleza tiene dos formas de lidiar con una inundación. Una es construir una represa que contenga el desborde. La otra es encontrar el camino correcto para canalizar el desborde y que fluya. Construir una represa no soluciona la fuente del problema. Se tendría que ir agrandando la represa hasta que llegue a un tamaño descomunal. Si la inundación es muy poderosa, arrasa todo a su paso. La naturaleza del agua es fluir. La naturaleza humana busca la libertad y ese deseo humano es más potente que cualquier fuerza natural.

¿Puede un muro detener a los refugiados? En lugar de construir muros, deberíamos mirar qué está causando la crisis de refugiados y trabajar para solucionar los problemas que generan el desborde.

Para esto, es necesario que los países más poderosos revisen de qué forma están moldeando el mundo, cómo están utilizando su ideología política y económica –reforzada por un poder militar apabullante– para perjudicar a sociedades enteras.

¿Cómo pensamos que pueden vivir los pobres, los desplazados e invadidos si sus sociedades han quedado totalmente destruidas? ¿Deberían simplemente desaparecer? ¿Podemos reconocer su existencia como parte esencial de nuestra humanidad compartida? Si no podemos reconocer esto, ¿cómo podemos hablar de desarrollo “civilizado”?

La crisis de refugiados no concierne solo a los refugiados, sino a todos nosotros. La causa principal de gran parte de esta crisis es que priorizamos la ganancia económica por encima de la lucha de las personas por satisfacer sus necesidades básicas. Occidente ha abandonado su fe en la humanidad y su apoyo a los hermosos ideales descritos en las declaraciones de derechos humanos universales. Occidente ha sacrificado estos ideales en pos de su avaricia y su cobardía.

El primer paso para determinar cómo vamos a convivir en esta esfera que llamamos la Tierra es comprender que todos somos parte de la misma humanidad. Yo sé qué se siente al ser un refugiado y he experimentado esa deshumanización que conlleva el vivir desplazado, lejos de tu hogar y tu patria. Hay muchas fronteras por derribar, pero las más importantes son las que están en nuestros corazones y nuestras mentes. Estas son las fronteras que están dividiendo a la humanidad.

Ai Weiwei es un artista y activista contemporáneo que lucha por una reforma política en China.

Traducido por Lucía Balducci