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La 'pregunta trampa' a las candidatas fallidas de EEUU: ¿es culpa del machismo que todos los aspirantes que quedan sean hombres?

David Smith

Washington —

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“¿Problemas de igualdad de género en las primarias?”, preguntó la senadora Elizabeth Warren el pasado jueves en la entrada de su casa: “Esta es una pregunta trampa para cualquier mujer. Si dices que sí, que las primarias son machistas, todo el mundo dirá que te gusta autolamentarte, pero si dices que no, que no hay machismo, serán muchas las mujeres que se preguntarán  '¿en qué planeta vive?' Añadió también: ”Te puedo prometer lo siguiente: volveré a hablar sobre esta cuestión más adelante“.

Warren acababa de anunciar que abandonaba las primarias demócratas. Tras su renuncia, solo queda una candidata: Tulsi Gabbard, la congresista de Hawaii que, con el apoyo de solamente dos delegados, no tiene la más mínima posibilidad.

Las mujeres han liderado otros países. De hecho, el Reino Unido ha tenido dos primeras ministras, Angela Merkel es la canciller de Alemania y Nueva Zelanda también tiene una primera ministra. Sin embargo, en Estados Unidos las mujeres se encuentran con un techo de cristal, que lejos de empezar a resquebrajarse o a romperse parece haberse blindado.

Es un giro preocupante para el Partido Demócrata, que nominó a Hillary Clinton como candidata a la presidencia en las elecciones de 2016, aprovechó la energía política de las mujeres para recuperar la Cámara de Representantes en las elecciones legislativas de 2018, y arrancó la campaña de las primarias de 2020 con la mayor diversidad de candidatos de la historia.

La senadora de Nueva York Kirsten Gillibrand, la senadora de Minnesota Amy Klobuchar, la senadora de California Kamala Harris y la escritora Marianne Williamson anunciaron su candidatura y su retirada antes de las primarias del Supermartes. Los malos resultados que obtuvo Warren esa noche electoral, entre ellos, quedar en tercer lugar en su estado, Massachusetts, sellaron su destino.

Ahora Joe Biden y Bernie Sanders, dos hombres blancos septuagenarios, compiten para conseguir ser el candidato demócrata que se enfrente al republicano Donald Trump, otro hombre blanco septuagenario.

Bonnie Morris, profesora de historia de la Universidad de California en Berkeley y autora de libros entre los que se encuentra The Feminist Revolution [La revolución feminista], afirma que cuando se despertó el jueves se quedó “atónita” al descubrir que Warren, a quien votó en las primarias de California el Supermartes, había decidido retirar su candidatura.

Paternalismo hacia las mujeres

“Creo que en Estados Unidos todavía tenemos un problema con las mujeres con autoridad”, indica: “Creo que de la misma forma que muchas personas sintieron rechazo hacia la capacidad de Hillary Clinton, porque le atribuían un tono de profesora o maternal, ahora han vuelto a utilizar este tipo de términos para referirse a Elizabeth Warren. En cambio, no los atribuyen a los hombres”.

“Muchas personas se sienten intimidadas por las mujeres muy inteligentes. Si una mujer intenta defender una opinión y habla pausadamente pero con convicción, serán muchos los hombres que lo interpretarán como que es una figura maternal que los está regañando”.

Morris está de acuerdo con la descripción que hace Warren sobre el machismo. “Creo que las mujeres no pueden avanzar”, afirma. “Siempre se enfrentan a comentarios sobre su físico, cómo van vestidas, su tono de voz, su peinado. Siempre tienen que dar explicaciones sobre si su programa incluye cuestiones de género. Si no es el caso, no son vistas como parte de la ”hermandad“ pero si se atreven a utilizar la palabra hermandad, entonces son consideradas unas feministas radicales.

A diferencia de otro candidato demócrata progresista, Bernie Sanders, Warren tuvo que enfrentarse a pruebas de pureza ideológica. “A muchas personas les atrae Bernie porque lo perciben como el abuelo judío gruñón y radical”, indica la académica, que es judía: “en cambio, la abuela judía gruñona no resulta tan atractiva a los votantes jóvenes”. “Para muchas mujeres es desmoralizante y aterrador ver cómo, una vez más, ha sido imposible que una mujer pueda convertirse en la líder”.

Estados Unidos está celebrando el centenario de la decimonovena enmienda de la Constitución, que otorgó a las mujeres el derecho al voto, aunque a las mujeres afroamericanas se les negó la igualdad de acceso. La presencia de mujeres en política ha llegado a trompicones. Geraldine Ferraro fue la candidata demócrata a la vicepresidencia en 1984, pero el candidato presidencial Walter Mondale cayó fulminado contra [el republicano] Ronald Reagan.

Tan recientemente como en 2007, un artículo de la sección de moda de The Washington Post señalaba que: “el miércoles por la tarde en la cadena C-SPAN2 alguien exhibía escote. Pertenecía a la senadora Hillary Clinton”. Cuando Clinton se postuló por primera vez para la presidencia en 2008, y perdió unas duras primarias ante Barack Obama, dijo a sus decepcionados seguidores: “Aunque en esta ocasión no hemos podido romper el techo de cristal más alto y duro, gracias a todos vosotros ahora tiene unos 18 millones de grietas”.

Ocho años después, Clinton hizo historia como la primera mujer nominada como candidata presidencial de uno de los dos grandes partidos de Estados Unidos y ganó en voto popular, para más tarde perder ante el republicano Donald Trump, que había presumido de agarrar a las mujeres por los genitales. Tras su derrota electoral, Clinton señaló: “sé que aún no hemos conseguido romper el techo de cristal más alto y duro, pero algún día alguien lo hará y espero que sea antes de lo que creemos”.

Las mujeres de los suburbios que se movilizaron políticamente, conocidas como “las mamás de la resistencia”, fueron clave para el rotundo éxito del Partido Demócrata en las legislativas de 2018 y votaron a una cifra récord de mujeres candidatas. El hecho de que varias mujeres se presentaran como candidatas en las primarias demócratas pareció marcar el inicio de un movimiento para acabar con la misoginia de Trump. Sin embargo, la temida palabra “likability” [conseguir la simpatía de los votantes] rápidamente se hizo un lugar en el discurso público.

Gillibrand, la candidata que más se centró en la igualdad de género –o como indicó en una entrevista con The Guardian, la kriptonita para luchar contra Trump es sin lugar a dudas “una mujer con niños pequeños que se vale por sí misma”- fue la primera que vio cómo su llama de apagaba.

Warren ha sido la que sale mejor parada en los debates, en los que no ha dudado en describir a [Mike] Bloomberg como “el multimillonario que llama a las mujeres gordas y lesbianas con cara de caballo”, pero no fue suficiente. Muchos señalan que los medios de comunicación no han dado la cobertura correcta.

Shaunna Thomas, cofundadora de UltraViolet Action, un grupo de mujeres progresistas, tuiteó el jueves: “Los votantes quieren echar a Trump. De eso no hay duda. Lo que también está claro es que los medios de comunicación permiten que se mantenga un techo de cristal irrompible que impide el avance de las mujeres y que moldea la percepción de los votantes sobre quien es el candidato o la candidata con más posibilidades a través de un lente profundamente machista”.

Warren y Sanders: mismas ideas, diferentes baremos

Las comparaciones entre Warren y Sanders son especialmente ilustrativas ya que su agenda era parecida. De hecho, en más de una ocasión cerraron filas para no dividir el voto más progresista. En los primeros debates, unieron sus fuerzas para defender políticas como la de una sanidad pública universal, que extendería un programa de seguro médico gestionado por la administración pública a todos los estadounidenses. Pero al final, el senador de Vermont, de 78 años, se impuso en las primeras primarias cuando Warren, de 70 años, se retiró.

Neera Tanden, presidenta del Centro para el Progreso Estadounidense en Washington y que durante mucho tiempo ha sido una aliada de Clinton, sostiene que a los dos candidatos se les juzgó con un doble rasero: “Dos candidatos defendían un programa de salud universal pero solo a una se le exigió que diera todo tipo de detalles sobre cómo iba a financiar el plan. El otro es un hombre que ya había sido candidato con anterioridad y a quien ningún medio de comunicación le había pedido que diera este tipo de detalles”.

“No he sido capaz de encontrar la explicación. Lidera muchas encuestas, solo quedan dos candidatos y, sin embargo, nunca se le ha pedido que proporcione estos detalles. De hecho, se lo preguntaron por primera vez la semana pasada en el programa 60 Minutes y no pudo dar una respuesta muy elaborada. La cobertura de los medios de comunicación me parece bastante floja”.

Tanden recuerda que, al igual que en 2018, las mujeres siguen siendo una voz clave en las primarias. “Lo que ha sucedido hasta ahora, en Carolina del Sur y el Supermartes, en Texas y Virginia y Massachusetts y Minnesota, es que los votantes de los suburbios han acudido a las urnas en masa, y la mayoría eran mujeres. Están impulsando las primarias. Lo que pasa es que llegados a este punto la mayoría de las mujeres no han votado a una mujer. Es la triste realidad”.

El interminable debate sobre la mujer y la “elegibilidad” parece haberse convertido en una profecía autocumplida. La sensación generalizada [entre los votantes progresistas] de que echar a Trump es una emergencia nacional, así como el trauma que supuso la derrota de Clinton [contra Trump] en 2016,  puede haber convencido a algunos votantes de que nominar a una mujer o a una persona de color sería una apuesta demasiado arriesgada.

En este sentido, Tanden indica que cree que “Trump es un candidato único y por eso genera mucho más miedo de lo normal entre los votantes demócratas, cuando sopesan qué candidato es el más idóneo para plantarle cara y qué candidato tiene más posibilidades. Aunque lo cierto es que si un candidata demócrata consigue vencer a Trump, entonces tal vez Estados Unidos pueda volver a empezar de cero y las mujeres pueden ser un pilar fundamental del nuevo equipo que se cree, y entonces tal vez la candidata de las próximas elecciones presidenciales pueda ser una mujer”.

Traducido por Emma Reverter