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Opinión - España: una democracia atascada. Por Rosa María Artal

El viaje de Serbia al autoritarismo mientras llama a las puertas de la UE

Nada más salir del aeropuerto de Belgrado, una enorme pintada en un puente da la bienvenida a todos los pasajeros camino del centro: “Kosovo es Serbia”. Al salir de la ciudad, otra pintada al otro lado del puente despide a los viajeros: “Recuerda, Kosovo es Serbia”. La escena se repite por toda la ciudad y en los puntos más representativos. En el inmenso edificio del Ministerio de Exteriores una pancarta se extiende a lo largo de toda la calle: “Kosovo y Mitrovica, siempre Serbia; nunca Albania”.

El mes pasado, el comisario europeo de ampliación, Olivér Várhelyi, aseguró optimista en una visita a la capital serbia que, después de 12 años como candidato y 15 desde la solicitud de adhesión, espera que el país ingrese como nuevo miembro durante el mandato de la próxima Comisión que saldrá de las próximas elecciones europeas de este domingo 9 de junio. Es decir, en los próximos cinco años. Pero nadie en Serbia se lo cree.

Sobre el papel, la UE pide a Serbia y Kosovo la normalización de relaciones, pero para Belgrado eso supone un reconocimiento de facto intolerable. En la calle, los serbios están convencidos de que Bruselas está usando Kosovo, que declaró la independencia unilateral en 2008, como moneda de cambio. “En los últimos 24 años hemos recibido muchas promesas de convertirnos pronto en Estado miembro, pero cada vez recibimos más condiciones. Se nos chantajea y obliga a reconocer Kosovo, que es una parte fundamental y el origen de nuestro país”, dice Nikola, guía turístico en Belgrado, de pie frente a un monumento por los niños asesinados en el bombardeo de la OTAN sobre Serbia en 1999. Mientras públicamente habla de sus expectativas europeas, el Gobierno, inmerso en una deriva autoritaria, alimenta esa narrativa contra la UE y agita el ardor nacionalista para erigirse como salvador de la nación.

Sentada en el restaurante de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Belgrado, Maja Kovacevic, profesora experta en ampliación de la UE, cuenta que sus alumnos y los ciudadanos son conscientes de la contradicción en el proceso de adhesión. “Esa contradicción es Kosovo”, dice. “Y esa contradicción es ahora mucho más grande con el caso de Ucrania. No son estúpidos. A Ucrania le dices que ya se hablará de sus problemas territoriales más adelante y a Serbia le dices que primero tiene que resolver el asunto de Kosovo porque la UE no importa problemas. Es que es demasiado evidente. Y también está el caso de Chipre [aceptado en la UE pese a tener una parte de la isla ocupada que declara su independencia]”, añade. 

La fatiga y el discurso nacionalista del Gobierno de Aleksandar Vučić han pasado factura. Si en 2003 un 72% de la población hubiese votado a favor del ingreso en un hipotético referéndum, esa cifra se ha desplomado ahora al 43%, según datos oficiales. Casi el 60% de los serbios cree que la UE no va en serio en su intención de ampliación en los Balcanes.

A Vučić y su Gobierno le viene bien esa caída en picado. “Saben que cada vez que critican a la UE, y lo hacen a diario, hacen que caiga el apoyo al ingreso ¿Por qué lo hacen? Porque cuanto menor sea el apoyo a la UE entre la población, más débil será la capacidad de influencia del bloque comunitario frente al Gobierno”, sostiene Filip Ejdus, politólogo y uno de los fundadores de ProGlas, un grupo de sociedad civil de defensa democrática. “El Gobierno no quiere convertirse en la marioneta de Rusia, de China, ni dar la espalda a la UE, simplemente quiere tener poder infinito en Serbia y dirigir este país como su feudo con poder autoritario”.

Ardor nacionalista con Kosovo

La tensión que transmiten los líderes políticos respecto a la Unión Europea ya ha llegado a las calles de Belgrado. Por toda la ciudad hay grandes pintadas con una advertencia: “Cuando las tropas vuelvan a Kosovo…”. Uno de esos grafitis está en el antiguo edificio del Ministerio de Defensa de Yugoslavia bombardeado por la OTAN en 1999 y erigido como un monumento a la memoria y al sentimiento contra la Alianza Atlántica, generalizado en la población. Otros directamente dibujan escudos de la OTAN y la UE tachados, en una muestra gráfica del rechazo.

El despacho de Nemanja Todorović Štiplija, fundador del think tank Centro de Política Contemporánea y editor del portal European Western Balkans, es un pequeño refugio lleno de banderas europeas. “Públicamente, Vučić dice que está en camino de Europa, pero en el momento en el que capturó todas las instituciones del Estado y los medios de comunicación, en 2018, volvió a su esencia y cree que no necesita este proceso”, dice mientras da una fuerte calada al vapeador. 

“El mensaje a la UE es que está cumpliendo, pero a los serbios les dice que se están preparando para otra batalla. No hay que ser politólogo para saber que esa retórica es peligrosa. Puede atraparte si prometes algo. Si hablas de reconquistar partes del país a la fuerza, no es solo propaganda que mañana la gente olvidará. Eso se queda ahí, forma parte del clima y mañana, él u otro tendrán que actuar de acuerdo a sus declaraciones”, se lamenta Ejdus. El guía Nikola, por ejemplo, está convencido de que prácticamente toda la población apoyaría una intervención armada en Kosovo. “Pero eso no va a pasar”, dice frente a la pequeña estatua de bronce de una niña con su peluche junto a la inscripción “Solo éramos niños”.

Tanto Todorović Štiplija como Ejdus insisten en que la condicionalidad de la UE sobre Kosovo no es tal y como la vende el Gobierno de Vučić a sus ciudadanos. “Créeme, soy experto en la UE y para convertirte en miembro solo necesitas tener una democracia normal y Estado de derecho”, dice convencido el editor de European Western Balkans. “Nadie quiere resolver la cuestión de Kosovo porque la necesitan para su propaganda”.

“Kosovo es el gran obstáculo en la teoría, no en la práctica. La UE nunca ha dicho a Serbia que reconozca Kosovo, tienen que normalizar relaciones: aceptar la existencia del otro, los DNI, los papeles y otros documentos. Un acuerdo técnico”, dice Todorović Štiplija. “Nadie pregunta a Chipre por el norte. Incluso la gente en el norte tiene ciudadanía chipriota y pasaportes. Obviamente hay tensiones en la frontera, pero esa fórmula se puede implantar aquí. Si en la práctica las cosas funcionan, la UE no tiene ningún problema, pero alguien no tiene la voluntad política de acabar con esto”. 

En febrero de 2023, Serbia y Kosovo acordaron esa normalización de relaciones gracias a la labor de mediación de la UE. La tarde siguiente, sin embargo, Vučić arruinó las celebraciones en Bruselas y dijo a sus compatriotas que no había firmado nada: “Tengo un dolor insoportable en la mano derecha, sólo puedo firmar con la mano derecha y se espera que ese dolor continúe durante los próximos cuatro años”. Ante los incumplimientos de ambas partes, la UE ha introducido el acuerdo en las negociaciones con Serbia, convirtiéndolo en un requisito fundamental para su acceso.

Deriva autoritaria

Vučić fundó el Partido Progresista Serbio, en el poder desde 2012, tras dirigir el Partido Radical Serbio, una formación ultranacionalista que apoya la creación de la Gran Serbia, se opone a la UE y es cercano a Rusia. Su nuevo partido se define de centroderecha y proeuropeo, pero ha experimentado una deriva populista y autoritaria.

En los últimos cuatro años ha habido tres elecciones legislativas y la Cámara ha estado inactiva un tercio de ese tiempo. Vučić ha reducido el poder del Parlamento, donde la mayoría de sus sesiones se convocaron con un aviso mínimo de 24 horas. En 2023, todas las leyes aprobadas fueron propuestas por su partido y las elecciones de diciembre del año pasado se celebraron en “condiciones injustas”, según los observadores internacionales.

Prácticamente todos los medios de comunicación son afines al Gobierno y los pocos independientes se enfrentan a presiones y campañas de odio a menudo apoyadas desde el Ejecutivo. La capital está llena de pintadas en las que se lee ‘N1 demonio’, en referencia al principal canal informativo independiente. “Para ser honesto, me da miedo”, dice Vojislav Milovančević, editor político de Nova, que pertenece al mismo grupo que N1 y que también es contraria al Gobierno. “Estas pintadas son mensajes y los que las hacen escuchan al presidente. Les dicen que somos traidores, que trabajamos para intereses extranjeros… todo esto es el resultado de esta campaña. Si el Gobierno está en tu contra, tienes un gran problema”. 

Su empresa está peleando por convertirse en la quinta cadena de la frecuencia nacional y salir de la cara televisión por cable que solo ven unos pocos serbios. Las otras cuatro son progubernamentales y, según el informe de la Comisión Europea sobre Serbia de 2023, el Gobierno está retrasando la decisión “sin una justificación creíble”.

“El mayor problema para la democracia en este país es el panorama democrático. Y eso es lo que la UE no quiere mirar”, dice Todorović Štiplija. “Pasa lo mismo en Hungría, Albania y Turquía. No es nuevo, pero aquí se ha hecho perfecto. Han capturado todo el mercado mediático sin hacer reaccionar a la UE porque de acuerdo con la ley todo está correcto y lo único que ven en Bruselas es si tus leyes están bien”.

'Estabilocracia' o la vía libre para Vučić

Lo que critican muchos analistas en Serbia es la actitud de la UE frente a ese deterioro democrático. “Hay dos razones por las que los Balcanes no entrarán en la UE si no hay un gran cambio: por la voluntad de las élites aquí y por la voluntad de grandes actores como Alemania que, a cambio de cierta estabilidad, ignoran la democracia. Esto tiene un nombre y se llama ‘estabilocracia’. Haced lo que sea, pero no montéis un lío en Kosovo”, opina Todorović Štiplija.

“Si tienes un 70% de la población que quiere entrar en la UE y la UE te critica, tienes un problema con los votantes. Pero si los votantes odian a la UE, Bruselas no puede imponerte condiciones sobre Kosovo, el Estado de derecho u otras cosas”, dice Ejdus. “Cuanto más presiona la UE, más critican ellos a la UE. Y como Bruselas evita el riesgo y no quiere que Serbia se convierta en otra Bielorrusia o Ucrania, ignoran [la deriva autoritaria] de Vučić y lo toleran”.

Milovančević explica que está a favor de la entrada en la Unión Europea y que su medio, también. “Lo que me enfada es que Bruselas hace que no ve estos problemas. Todo el mundo sabe que tienen otro Orbán [el primer ministro húngaro]. Tenemos un problema con el Estado de derecho, los medios y por eso no nos dejan entrar en la UE, pero desde Bruselas no están ayudando en nada para cambiar la situación y tienen el poder para hacerlo”.

Putin a lomos de un oso

La inestabilidad, las tensiones y el temor a un mayor giro hacia Rusia hacen a Europa no querer presionar demasiado a Vučić. La población serbia tiene un fuerte sentimiento prorruso. En una encuesta reciente, el 39% aboga por una política exterior pro-Moscú, mientras que el 24% se decanta por una proeuropea y occidental. 

El bombardeo de la OTAN (el 84% de la población tiene una visión negativa del papel de la alianza en el mundo), la cuestión de Kosovo y la religión son elementos clave en ese sentimiento prorruso que explican, en parte, las pintadas de la ‘Z’ por la capital –utilizada como símbolo de la victoria rusa en Ucrania– o por qué hay quienes llevan camisetas de Vladímir Putin a lomos de un oso.

“A principios de los 2000 el discurso general era que Milosevic era el culpable y que teníamos que pasar página y movernos hacia la UE e incluso la OTAN”, cuenta Ejdus. “Pero con la independencia de Kosovo, esta política se desintegró y los nacionalistas tomaron la narrativa nacional. Desde que volvieron al poder en 2012 han estado alimentando esta idea de que el bombardeo llevó a la independencia y que Occidente nos ha arrebatado nuestra provincia. En este discurso, Rusia aparece como uno de los pocos amigos”, añade. Sin embargo, Ejdus recuerda que esa narrativa no es real y que en muchos momentos Moscú no ha apoyado a Belgrado. “Un ejemplo fueron las sanciones de la ONU contra Milosevic”, dice. “O la ruptura entre Tito y Stalin”. “Pero todo eso da igual, emocionalmente, lo que importa es Kosovo y el bombardeo”, agrega.

Mientras tanto, la Unión Europea espera cierto alineamiento en la política exterior y por eso presiona a Serbia, que se ha declarado neutral, para que se sume a la política de sanciones por la invasión de Ucrania. “Cuanto más empeoran las relaciones entre la UE y Rusia, más difícil se convierte la posición serbia y esto genera mucha ansiedad en términos de identidad”, explica Ejdus. 

La solución

Maja Kovacevic califica de “simulacro” por parte de las dos partes el proceso de adhesión. A ambas les interesa mantener el statu quo, dicen la mayoría de analistas. A una, para seguir recibiendo fondos y vender una imagen respetable, y a la otra, para mantener ese poder de negociación y no evidenciar un fracaso. Entre 2007 y 2020, Serbia ha recibido 2.790 millones de euros de la UE y otros 6.500 millones en créditos favorables. Sin embargo, el 83% de la población no sabe cuánto dinero recibe el país al año de fondos de la UE y el 67% ni siquiera ha oído hablar de ningún proyecto financiado con ese dinero.

“Si el proceso se alarga demasiado, dará una mala imagen de la UE porque la ampliación tiene sentido si ocurre. Si se convierte en un proceso sin final, significa que la UE entra en una especie de entropía en la que tiene determinadas políticas que durante décadas no consigue cumplir”, dice Ejdus. “Si fuera ciudadano de la UE, me preguntaría por qué pagamos a un comisario de Ampliación, por qué pagamos las carreteras serbias o por qué pagamos a su sociedad civil y su gobierno si nunca se va a convertir en miembro. Al contribuyente le gustaría que llegue a término o, por el contrario, que se abandone”.

En este sentido, Maja Kovacevic cree que se alcanzará un punto intermedio. “Al tener en mente a Ucrania, Moldavia y otros, en el futuro no habrá otra opción que tener diferentes tipos de integración sectorial”, sostiene. “Eso nos podría abrir de nuevo la puerta. Participar al máximo nivel en algunos ámbitos con la UE sin reconocer la independencia de Kosovo. Hay un amplio margen de maniobra. Pero esto no es solo Kosovo. Somos culpables de no ser buenos en el proceso de democratización y por eso no somos capaces de sentarnos en la mesa con vosotros a nivel de la UE”.