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En recuerdo de nosotros, en nombre de nuestro porvenir

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Una ciudad son miles de vidas presentes y pasadas. Las existencias de las personas que han estado y están y también todas las cosas que han hecho. La ciudad es una historia común llena de historias comunes que se alimentan unas a otras. Somos lo que somos por toda la gente —y animales y naturaleza en general— que tenemos alrededor y la que ha habido antes.

El filósofo italiano Emanuele Coccia lo cuenta muy bien en Metamorfosis (Siruela, 2024). “Llamamos ‘metamorfosis’ a esta doble evidencia: todo viviente es, en sí mismo, una pluralidad de formas —simultáneamente presentes y sucesivas—, pero, en realidad, ninguna de ellas existe de manera autónoma, separada, ya que la forma se define en continuidad inmediata con una infinidad de otras formas, que están antes y después de ella”. La ciudad, como sistema complejo y viviente, es un proceso de transformación permanente en el que todas las acciones e interacciones —también los conflictos— marcan su devenir.

Me ha venido esto a la cabeza al ver en las últimas semanas que el ayuntamiento de Madrid ha puesto una placa en la casa donde vivió El Hortelano y también ha querido homenajear a protagonistas de la cultura y la comunicación fallecidos recientemente con placas en bancos del Retiro. No faltan en esta villa pequeños recuerdos a personas del pasado; a veces, ilustres, otras, no tanto. En el camino diario a mi lugar de trabajo me cruzo, por ejemplo, con algunas chapas en memoria de madrileños que pasaron por los campos de concentración nazis —se llaman stolpersteine, “piedras de tropiezo”, y hay más de 75.000 en veinte países—. Me gusta pararme a leer esos nombres que aparecen de repente y que forman parte de todo esto tanto como los que cabalgan en estatuas y posan en cuadros colgados de paredes supuestamente importantes.

Y me parece especialmente acertada la idea de los bancos del Retiro por dos razones. La primera es que el banco es una de las mejores expresiones del espacio público. Un sitio para parar, sentarse, encontrarse, encontrar, compartir, leer, mirar, dibujar. La otra es que los nombres no son —no todos— lo que venimos entendiendo por famosos. Entre las siete personas recordadas hay, por ejemplo, empresarios como Mario Tascón y Alberto Anaut, gente que ha llenado la ciudad de proyectos en los que ha trabajado mucha otra gente y en los que ellos no estaban en la primera fila del protagonismo.

Además, ambos han trabajado en dos ámbitos que explican muy bien está transmisión de vida que se da a través de la metamorfosis, la comunicación y la cultura. Cada relato, como cada obra cultural, es la continuidad de algo anterior; no existirían sin las existencias previas y serían de otra manera si estás hubieran sido distintas. Y, siendo así, están haciendo que la cosa siga, alimentando otros relatos y otras obras. También otras empresas o proyectos, incluso el suyo propio. Porque en los dos casos, Prodigioso Volcán y La Fábrica, se cumple esto que dejó dicho Anaut en una entrevista: “Una empresa, como cualquier proyecto cultural, es un proyecto de vida, es decir, un proyecto que debe superar o rebasar a quien lo pone en marcha”.

Pasaba por aquí sólo para esto. Para acordarme de Mario, Alberto, Pepe el Hortelano, toda la gente que tiene placa en alguna parte de Madrid y toda la que no. Me parece buen momento para pararse a pensar en ellos, en nosotros, en todo lo que vamos haciendo mientras nos decimos que sólo puede pasar lo que decidan que pase los mercaderes de la ira. Acabo citando a Coccia: “El porvenir es una enfermedad que obliga a los individuos y a las poblaciones a transformarse. Es una enfermedad que impide que nuestra identidad pueda verse como algo estable, definitivo, real. El porvenir, después de todo, es la enfermedad de la eternidad. Es un tumor en sí mismo. Más benigno. El único que nos hace felices”.

Una ciudad son miles de vidas presentes y pasadas. Las existencias de las personas que han estado y están y también todas las cosas que han hecho. La ciudad es una historia común llena de historias comunes que se alimentan unas a otras. Somos lo que somos por toda la gente —y animales y naturaleza en general— que tenemos alrededor y la que ha habido antes.

El filósofo italiano Emanuele Coccia lo cuenta muy bien en Metamorfosis (Siruela, 2024). “Llamamos ‘metamorfosis’ a esta doble evidencia: todo viviente es, en sí mismo, una pluralidad de formas —simultáneamente presentes y sucesivas—, pero, en realidad, ninguna de ellas existe de manera autónoma, separada, ya que la forma se define en continuidad inmediata con una infinidad de otras formas, que están antes y después de ella”. La ciudad, como sistema complejo y viviente, es un proceso de transformación permanente en el que todas las acciones e interacciones —también los conflictos— marcan su devenir.