El 15 de noviembre de 1930 José Ortega y Gasset publicaba en el periódico El Sol uno de sus más famosos artículos, titulado El error Berenguer, en el que el intelectual se dirigía al pueblo español para criticar la corrupción de la política española, personalizada en ese momento en el presidente Dámaso Berenguer y su Dictablanda –que había sucedido a la Dictadura de Primo de Rivera– y en Alfonso XIII, que le había nombrado (“el señor Berenguer no es el sujeto del error, sino el objeto”, escribía Ortega). Lo cierto es que los pilares del Régimen se veían en ese momento socavados por una importante coincidencia en querer acabar con él por parte de intelectuales, políticos republicanos de todos los colores, algunos sectores del ejército y el Movimiento Obrero, lo que cristalizaría en aliazas conspirativas que pocos años después hubieran parecido imposibles.
Vamos a narrar hoy unos hechos poco conocidos que sumaron, desde el lado de la calle y las masas obreras, para desestabilizar el Régimen, y que se producían en los mismos días que Ortega y Gasset hacía público su artículo-manifiesto.
El 12 de noviembre de 1930 un edificio en construcción en el número 36 de la calle Alonso Cano se vino abajo. Las seis plantas se desmoronaron por su parte trasera justo cuando los obreros habían llegado al tajo, quedando cuatro de ellos sepultados –posteriormente muertos– y un buen número de compañeros heridos de diferente gravedad.
La Libertad
La escena debió ser tensa -la prensa narra como se pasaba lista para localizar a los ausentes-, la voz se corrió, la noticia se extendió rápidamente por la ciudad y pronto empezaron a llegar las autoridades: el alcalde (el marqués de Hoyos), el gobernador civil (el conde de Valle Suchil) y el Director de Seguridad (el general Mola).
El derrumbe es atribuido rápidamente por la opinión pública a la falta de escrúpulos y a la codicia de los constructores, de los que se dice utilizaban más arena que cemento. “La obra es una de tantas. De batalla. Muy bonita de fachada, pero construida de mala manera y con pésimos materiales. Una obra matahombres”, dijeron los obreros a la prensa (El Heraldo de Madrid 12-11-1930). Lo cierto es que el arquitecto y el maestro de obras fueron detenidos, sin que sepamos en qué quedaron sus responsabilidades pero, además, la Federación Local de Obreros de la Edificación ya había denunciado con anterioridad el caso. Los ánimos estaban pues caldeados de cara al entierro, que se producirá el viernes 14 de noviembre, y los obreros madrileños pararon esa tarde, en señal de duelo y para asistir.
El recorrido se había consensuado en el Ayuntamiento con los directivos de la Casa del Pueblo: el cortejo fúnebre saldría de la calle Santa Isabel (donde estaban los cadáveres en el Depósito Judicial) hacia el Cementerio del Este, pasando por el Paseo del Prado y la calle de Alcalá. El acompañamiento hacia el cementerio se convirtió en una auténtica manifestación, con miles de obreros a la estela de los coches, las familias, sus compañeros sindicalistas y las autoridades, que la encabezaban.
Aunque ya hubo algunos altercados pequeños durante el recorrido, el diseño oficial del mismo va a ser la causa definitiva de se que desencadene el conflicto en la calle. Un grupo grande de obreros mostró su descontento porque la comitiva no pasara por Sol –“¡El entierro por la Puerta del Sol”, gritaban– y trataron de desviar la comitiva por la Carrera de San Jerónimo. Pese a que la intención inicial de las autoridades presentes fue ceder y variar el itinerario tras negociar con una delegación de obreros, esto requería de la aprobación del Director General de Seguridad (Mola), y los ánimos se desbordaron antes de que se pudiera completar el trámite. Los asistentes decidieron pasar por su cuenta e intentaron llevar con ellos a los coches fúnebres, agarrando decididos las riendas de los caballos.
Se produjo entonces una carga policial que derivó en enfrentamiento. Los trabajadores hicieron retroceder a los guardias a pedradas hasta la plaza de las Cortes, pero pronto estos recobraron la compostura y comenzaron a disparar contra la masa mientras los cocheros huían con los féretros y los caballos a medio desbocar. El saldo de las cargas fue de dos muertos y numerosas personas heridas.
Aunque parezca mentira, el cortejo fúnebre consiguió seguir su camino hacia el cementerio del Este, pero tras el estruendo de la pólvora, inevitablemente se produjeron disturbios en distintos puntos de Madrid. Se volcaron camiones, se apedrearon tranvías y, de nuevo, se vivieron episodios de represión.
Los hechos derivaron en una huelga general de 48 horas y en la detención de numerosos trabajadores. Mola, que tenía en aquellas fechas auténtica obsesión con el centro anarquista, mandó clausurar el Ateneo de Divulgación Social y detener a su directiva. El paro terminará el lunes 17 a las cinco de la tarde y se habrá extendido por el camino a las localidades de Barcelona, Reus, Alicante, y Granada, entre otras, con participación de las sociedades de la UGT y de CNT, confluencia obrera ésta que no esperaban las autoridades.
Los actos represivos fueron muy criticados en prensa y desencadenaron la dimisión del Ministro de la Gobernación, lo que no será sino una piedra más para Dámaso Berenguer junto con la sublevación de Jaca, al mes siguiente, o la inestabilidad social continua. Poco después, en febrero del 31, Alfonso XIII puso fin a la Dictablanda, nombró nuevo presidente al almirante Juan Bautista Aznar y se programaron las elecciones municipales el 12 de abril, que traerían a España la Segunda República.