'Disidencias de género' es un blog coordinado por Lucía Barbudo y Elisa Reche en el que se reivindica la diversidad de puntos de vista feministas y del colectivo LGTBQI.
25N en tiempos de coronavirus: la violencia del Estado y la falacia de los cuidados
Hace unas semanas, quizás un mes, sentados en el sofá de casa, mi hijo de 11 años me preguntaba si lo que los políticos están haciendo lo había votado la gente. Me pareció que esta pequeña persona estaba planteando una improvisada sesión de control al Gobierno y, para el caso, al sistema de democracias representativas en su totalidad. Le dije que no. Vino entonces la pregunta más lógica: si no han preguntado a la gente, ¿cómo es que lo están haciendo?
Explicarle a una persona pequeña lo que es una democracia te confronta con la verdad de lo que estamos viviendo. La infancia es esa etapa de la vida en la que no vale explicar las cosas con piruetas dialécticas, todavía no existe la neolengua para manipular ni camuflar la realidad.
Desde que arrancó la pandemia, y sin duda propiciado por el machaque desde los medios de comunicación sesgados y titereados por las instituciones en el Poder, son muchas las personas que insisten en poner el foco de la discusión en la disyuntiva libertad/salud, derechos fundamentales/salud.
El debate no es, personas que tenéis el autoritarismo interiorizado, obedecer o muerte, ni mano dura o muerte, ni represión o muerte.
Los contagios, la enfermedad o la muerte no dependen ni disminuyen ni desaparecen (ahí están los datos) por la aplicación de medidas restrictivas que afectan a nuestros derechos. Como sostienen José R. Loayssa y Ariel Petruccelli en este magnífico artículo que todo el mundo debería leer:
«Se ha pretendido restaurar la aceptación de los representantes políticos subrayando su papel como «salvadores de vidas». Se ha promovido que la población acosada por el miedo buscara resguardo bajo el paraguas de la autoridad.El autoritarismo se ha apoyado también en los argumentos de que no se puede confiar en la responsabilidad individual o colectiva: la ciudadanía necesita ser guiada con el palo y la zanahoria, y acepta el castigo si se “porta mal”».
Se forma así esta trenza, ya explicada por la pensadora y activista feminista boliviana María Galindo, donde se entremezclan los mechones de las narrativas del padre, el marido y el Estado, la Santísima Trinidad del poder machista y patriarcal. Bajo el pretexto de una falsa protección y con el mantra de la falacia de los cuidados, generan relaciones de subordinación a través de canales autoritarios y represivos. Siempre por nuestro bien. Este proceso de paulatina y continuada idiotización e infantilización hace de la niña-mujer-ciudadana un ente mentalmente discapacitado para generar pensamiento crítico. Dicen cuidarnos cuando, paradójicamente, los cuidados no existen en la práctica, tal y como desarrolla la teórica feminista Luisa Fuentes Guaza cuando se pregunta por qué tenemos a nuestrxs hijxs en un régimen escolar punitivo.
Mucho antes de que precintaran los parques infantiles como si fuesen escenarios de un crimen, las terrazas y los bares seguían abiertos para que los papis y las mamis nos siguiéramos yendo de cañas. Poca coherencia, y desde luego poco rigor sanitario-científico, es lo que llevamos viendo desde que tenemos conocimiento de este nuevo virus. Y esto no hace falta ser viróloga para verlo. No sólo han machacado la infancia, sino que también han abandonado vergonzosamente a nuestros mayores y criminalizado a la juventud, esto último algo bastante carca y conservador para estar sucediendo bajo el paraguas de un gobierno de coalición de izquierdas, y relativamente joven, por cierto. Nos damos cuenta de que, tal y como señalaba la especialista en derecho penal Paz Francés en esta intervención imperdible las medidas restrictivas están dictadas por y desde el privilegio. Han activado, explica la profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Navarra, un mecanismo sin fisuras de control social en dos planos diferentes pero altamente eficaces: un control social horizontal, entre iguales (como fue la famosa policía de balcón o las agresiones que hemos visto en redes sociales a personas por no llevar la mascarilla), y un control social vertical descendido de los cielos del Poder y ejecutado por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Por salud pública (entiendo yo, que no soy epidemióloga), se refuerzan los centros de atención primaria de los barrios contratando más personal sanitario, y no se mandan antidisturbios a apalear a les vecines como vimos en la carga policial de Vallecas alrededor del centro de salud Ángela Uriarte. Antidisturbios, militares y tanques han pasado misteriosamente a formar parte de un discurso sobre salud pública.
Para mí tiene sentido, pues, publicar este artículo tal día como hoy, 25N Día Internacional contra las Violencias Machistas, y traer como relato paralelo el exceso de violencia estatal desatada en esta nueva era coronavírica. ¡Qué acertadas estuvieron las compañeras chilenas cuando cantaron aquello de El Estado opresor es un macho violador para denunciar todo lo estructural y sistémicamente podrido, para visibilizar todas esas violencias que no vemos y a las que nos cuesta llegar por la fe absurda y ciega que tenemos en las instituciones que conforman el Poder.
La gente que aplaude las lógicas franquistas me da más miedo que la COVID-19. Su demanda de más mano dura, más represión y más restricciones me da más miedo que la COVID-19. Vivir entre personas que piensan que somos ganado imbécil que hay que pastorear me da muchísimo más miedo que la COVID-19. Estas personas, que defienden y piden todavía más, son mi terror y mi pesadilla cada día que me levanto. Su miedo es represivo y asfixiante y me horroriza cómo romantizan el autoritarismo.
Lo que la OMS viene recomendando (sin duda influenciada por la ideología capitalista) es una mayor individualización, una mayor atomización de las sociedades en esto del relacionarnos y el vivirnos. Vamos a recordar ya, para todxs aquellxs que ondean la bandera de la ciencia como algo neutral, que la medicina jamás ha estado exenta de ideología. Esto lo saben bien las comunidades maricas, trans y bolleras, históricamente patologizadas. También lo saben las comunidades no-blancas: de lxs negrxs se decía hasta hace bien poco (algunxs siguen en ese discurso) que tenían el cerebro más pequeño. También se argumentó científicamente en su día que las biomujeres teníamos una glándula en la amígdala que era la que nos empujaba a casarnos. Así pues, con las conclusiones, estudios, libros, artículos, ponencias y conferencias de renombrados expertos (el masculino es concreto, no genérico) biohombresheteros y, por supuesto, blancos, se podrían llenar infinidad de capazos con infinidad de gilipolleces. Algunos capazos siguen justificando todo tipo de violencias, abusos y posiciones de poder que mantienen en la subalternidad a los grupos interesados. Esta jerarquización, argumentada por la neutral ciencia y la medicina, valida sus discursos a través de sus expertos y sus instituciones, retroalimentando la justificación de la única violencia que es, para ellos evidentemente, legítima: la violencia del Estado.
Ojalá la gente se preocupara y se cuidara sus derechos fundamentales igual que su salud.
El estado de alarma, los toques de queda, las restricciones en movilidad, la prohibición de reunión y manifestación, los primeros confinamientos selectivos que obedecen a razones racistas y clasistas, la presencia y represión de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado como amenaza constante y garantía de cumplimiento de las normas son todos elementos que pertenecen a un mismo campo semántico: el de la dictadura.
Sí, ojalá más salud democrática. Ojalá el Gobierno no se valiera de la estrategia del miedo y la represión. Y ojalá no funcionara.
Hace unas semanas, quizás un mes, sentados en el sofá de casa, mi hijo de 11 años me preguntaba si lo que los políticos están haciendo lo había votado la gente. Me pareció que esta pequeña persona estaba planteando una improvisada sesión de control al Gobierno y, para el caso, al sistema de democracias representativas en su totalidad. Le dije que no. Vino entonces la pregunta más lógica: si no han preguntado a la gente, ¿cómo es que lo están haciendo?
Explicarle a una persona pequeña lo que es una democracia te confronta con la verdad de lo que estamos viviendo. La infancia es esa etapa de la vida en la que no vale explicar las cosas con piruetas dialécticas, todavía no existe la neolengua para manipular ni camuflar la realidad.