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Alberto Antuña, un murciano seleccionador de Uganda

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El deporte es una de esas privilegiadas profesiones que te permiten descubrir otras culturas y otros países mientras realizas tu labor. Alberto Antuña nació en Murcia hace solamente 31 años, pero ya puede presumir de haber trabajado en España, Hungría, Alemania, Montenegro, India y, recientemente, en Uganda. Lo ha hecho primero como jugador de baloncesto, después como preparador físico y ahora, como entrenador. En su maleta acumula un buen puñado de experiencias que le han ayudado a crecer personalmente y que han sido importantes para su currículum, pero que quizá no habría tenido la oportunidad de vivir sin dos factores que en el mundo del deporte pueden marcar diferencias: Hablar perfectamente inglés y no viajar con familia.

Alberto empezó a jugar al baloncesto cuando tenía 12 años en su ciudad natal, en el colegio Jesuitinas, y después pasó a formar parte de la cantera del Club Baloncesto Murcia (hoy en día en la élite española y en competición europea bajo la denominación UCAM). Cuando cumplió la mayoría de edad, el por entonces entrenador del primer equipo, Manolo Hussein, le convocó para formar parte del equipo de ACB, la máxima categoría. Como ganarse un hueco en la mejor liga de Europa era complicado, exploró otras vías en las que desarrollar su carrera como jugador en la LEB Oro, la segunda división, y también en el extranjero. Sin embargo, una grave lesión de rodilla a los 23 años le hizo cambiar los planes. “Fiché en Hungría cuando me recuperé de una rotura del ligamento cruzado anterior y allí empecé a ayudar y aprender de un entrenador español y me picó el gusanillo. Me llamaba más el baloncesto desde el otro lado y no tanto desde la pista. Un año más tarde, volví a España para formar parte del cuerpo técnico de un equipo de la máxima categoría femenina (CREF Hola) y después, estuve cinco temporadas en Alicante y una en Palencia”, relata.

Su familia siempre le inculcó que debía seguir estudiando porque uno nunca sabe hasta dónde puede llegar una carrera deportiva y lo difícil que es llegar a la élite y vivir de ello. Él estudió relaciones laborales y ciencias del deporte, una carrera que también le ha permitido estar ligado al mundo de la canasta. Su perfil es muy completo. Haber sido jugador, poder trabajar como preparador físico de cualquier equipo y, posteriormente, convertirse en entrenador le ha ayudado a abrirse hueco en el siempre complicado mercado profesional. También el hecho de hablar perfectamente inglés. “Conozco casos en los que se ha perdido un buen trabajo por no dominar el idioma. El baloncesto es un deporte muy global. Dentro de un equipo tienes personas de todas las nacionalidades, por lo que se trabaja en inglés. Si te quieres dedicar a esto, tienes que invertir un tiempo de tu vida para aprenderlo bien, es algo que tuve muy claro. Además, yo tengo la suerte de que mi pareja es sueca y hablo inglés en mi día a día”, explica.

Recorriendo el mundo con el baloncesto

El pasado verano, Alberto Antuña tomó la decisión de volver al extranjero para recalar en el Dresden Titans, un equipo de la segunda división alemana masculina en el que es entrenador ayudante –aunque ha llegado a dirigir algún partido debido a la baja temporal del preparador jefe-. “Me apetecía salir de España y ésta era una buena oportunidad. En Alemania la liga es muy competitiva, que cada vez crece más. Me gusta que allí los clubes entienden el baloncesto y los días de partido como una experiencia más allá del deporte. Existe la posibilidad de comprar unas entradas VIP que te permiten acceder a un bufet en el mismo pabellón tres horas antes de los partidos y dura otras tantas horas después. Una vez termina el encuentro, los jugadores acceden a esa zona para cenar y conversar con la gente que está ahí. Además, en este país la calidad de vida y, sobre todo, las condiciones laborales son muy buenas”.

El baloncesto le está permitiendo a este murciano recorrer el mundo. Ahora vive en Dresde, la capital de Sajonia, una ciudad preciosa bañada por el río Elba y muy rica culturalmente: La filarmónica, la ópera, los festivales internacionales y las representaciones teatrales y de danza forman parte del programa durante todo el año. Sin embargo, no tiene mucho tiempo para disfrutar del ocio o del turismo porque siempre hay partidos que ver o jugadores a los que seguir, incluso en los días libres. La vida del jugador es más fácil que la del entrenador.

Su profesión también le ha llevado a ser miembro del cuerpo técnico de la selección femenina de Montenegro. Desde hace años él combina el baloncesto femenino con el masculino, incluso dentro de una misma temporada. Con este equipo ha vivido una de las mejores experiencias en su carrera, la de disputar un torneo internacional (Eurobasket). Cinco años antes estuvo alrededor de tres meses trabajando en India con un programa de tecnificación con las categorías inferiores.

Ahora acaba de regresar de Kampala recientemente nombrado seleccionador femenino de Uganda, un país y una federación que le han dado su primera oportunidad como entrenador principal –trabajo que combinará con su club en Alemania-: “No había estado nunca en África y no conocía mucho sobre su baloncesto, pero estoy muy ilusionado porque en febrero tendré el reto de disputar un clasificatorio para el campeonato de este continente. Tengo a seis chicas en Estados Unidos durante todo el año pero el resto no se dedican profesionalmente a esto, tienen otros trabajos o estudian en la universidad. El deporte aquí es bastante diferente, también a nivel de infraestructuras. El seleccionador masculino es un americano, así que a mis jugadoras no se les ha hecho tan raro que yo fuese extranjero. Me ha sorprendido que en Uganda su primera lengua es el inglés, más allá de que en algunas zonas del país tengan dialectos africanos. Mi nombramiento ha copado muchos titulares en la prensa, he tenido muchísimas entrevistas y he ido a programas de televisión muy importantes y conocidos aquí a nivel nacional. Ha sido una locura”. 

El pasaporte plagado de sellos es el fiel reflejo de que a Alberto Antuña no le dan miedo las experiencias y los retos internacionales. “Es el momento de aceptar estas oportunidades y descubrir el mundo. Soy muy joven y todavía no tengo que mover a una familia a cada país en el que ficho, eso es fundamental a la hora de tomar decisiones”, reconoce. Su sueño es ser entrenador principal de baloncesto en un proyecto en el que se sienta valorado. Si es en España, perfecto para estar más cerca de Murcia y de su familia, pero si realmente apuestan por él en el extranjero, hará las maletas encantado. Ahora mismo es el murciano más internacional, deportivamente hablando.

El deporte es una de esas privilegiadas profesiones que te permiten descubrir otras culturas y otros países mientras realizas tu labor. Alberto Antuña nació en Murcia hace solamente 31 años, pero ya puede presumir de haber trabajado en España, Hungría, Alemania, Montenegro, India y, recientemente, en Uganda. Lo ha hecho primero como jugador de baloncesto, después como preparador físico y ahora, como entrenador. En su maleta acumula un buen puñado de experiencias que le han ayudado a crecer personalmente y que han sido importantes para su currículum, pero que quizá no habría tenido la oportunidad de vivir sin dos factores que en el mundo del deporte pueden marcar diferencias: Hablar perfectamente inglés y no viajar con familia.

Alberto empezó a jugar al baloncesto cuando tenía 12 años en su ciudad natal, en el colegio Jesuitinas, y después pasó a formar parte de la cantera del Club Baloncesto Murcia (hoy en día en la élite española y en competición europea bajo la denominación UCAM). Cuando cumplió la mayoría de edad, el por entonces entrenador del primer equipo, Manolo Hussein, le convocó para formar parte del equipo de ACB, la máxima categoría. Como ganarse un hueco en la mejor liga de Europa era complicado, exploró otras vías en las que desarrollar su carrera como jugador en la LEB Oro, la segunda división, y también en el extranjero. Sin embargo, una grave lesión de rodilla a los 23 años le hizo cambiar los planes. “Fiché en Hungría cuando me recuperé de una rotura del ligamento cruzado anterior y allí empecé a ayudar y aprender de un entrenador español y me picó el gusanillo. Me llamaba más el baloncesto desde el otro lado y no tanto desde la pista. Un año más tarde, volví a España para formar parte del cuerpo técnico de un equipo de la máxima categoría femenina (CREF Hola) y después, estuve cinco temporadas en Alicante y una en Palencia”, relata.