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CRÍTICA
Hill Kanpaiak (Campanadas a muerto)

La experiencia sensorial de la muerte

Fragmento de la película Hil Kanpaiak

elDiario.es Navarra / Cristian Ruiz

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Pocas películas tan conscientes como Campanadas a muerto (Hill Kanpaiak) se pueden ver en estos momentos. Ni juntando los catálogos de todas las plataformas de vídeo bajo demanda disponibles seríamos capaces de respirar ni mitad de decisión y fuerza que Imanol Rayo ofrece en su película. Un segundo paso de gigante y una madura declaración de intenciones en la carrera del joven cineasta navarro; un paso que rezuma amor y dedicación a su mundo por partes iguales.

Se necesitan hordas de reflexión y conocimiento para poder contar una historia tan ambiciosa sin apenas palabras. Pero Imanol Rayo consigue hacer hablar a las miradas; miradas que empoderan interpretaciones, como la de Eneko Sagardoy e Itziar Ituño. Sus pupilas, lejos de señalar un propósito, lloran el pasado del que son esclavos. Un pasado que tiñe sus vidas del claroscuro de Caravaggio y de la tragedia lírica de Hamlet. Sin embargo, ni el inglés de Shakespeare, ni la corte del príncipe de Dinamarca serían mejores paréntesis que el euskera y el Euskadi rural para dialogar sobre las consecuencias y el aplomo de la tradición en la familia. 

Campanadas a muerto es la experiencia sensorial más fuerte y poco explícita a la que te puedes enfrentar. Y Rayo, capitán de un navío que zarpa contra vientos y mareas, es capaz de convertir la tormenta en la más elegante poesía. El entorno rural se transforma: la naturaleza deja de contextualizar para agitarse y pedir atención, el viento deja de pasar inadvertido para amenazar con fuerza y la oscuridad, lugar desconocido, pasa a convertirse en el profundo pozo del que intentan escapar. Unas localizaciones que, al más puro estilo Antonioni,  se reiteran con distintas connotaciones y aromas: desde el agua que baña y llena de vida los helechos, hasta la húmeda muerte en el barro; la justicia divina y purificadora de la lluvia o la inabarcable venganza del fuego. Acaba llegando un momento en el que la imagen ya no se distingue del sonido, ni lo narrativo de lo poético. Y todas las impresiones generadas, ya destiladas y reducidas a la dicotomía del bien contra el mal, acaban desdibujadas a favor de un bien experiencial mayor que las engloba: la sensación de muerte. Una sensación que traen las campanas.

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