En España, una de cada cinco parejas tiene problemas de fertilidad y solo el 56% de ellas busca ayuda. La precariedad laboral, el retraso en la edad para empezar a buscar los embarazos, el estilo de vida, la alimentación desequilibrada y la exposición a tóxicos son algunos de los factores que la provocan. Según la última radiografía publicada por Eurostat, España es el país de la Unión Europea con la tasa de fertilidad más baja, después de Malta, y el segundo también con la edad media de madres primerizas más elevada, después de Italia. Y, no solamente eso, también es el Estado miembro con un mayor porcentaje de madres (10,2%) que tuvieron a su primera criatura por encima de los 40 años.
Elena Sánchez (nombre ficticio para preservar su identidad) es de León, acaba de cumplir 44 años y hace 6 que busca un embarazo. “Nos cuentan que el embarazo llega rápido y fácil: media hora de placer y ya lo tenemos, pero nada más lejos de la realidad”, asegura. Tras un año de búsqueda natural, la derivaron al Hospital de León, donde se sometió a tres inseminaciones artificiales y a tres fecundaciones in vitro (FIV). Ninguna de ellas prosperó y, como se acercaba a los 40 años –edad límite para acceder a este tipo de tratamientos en Castilla y León–, se le cerró la primera puerta. De su experiencia en los tratamientos de la Seguridad Social destaca la falta de información durante todo el proceso. “La lista de espera es interminable, no te explican que existen embriones de calidades diferentes, por ejemplo, simplemente te medican y te dicen que te pinches y te tratan sin empatía durante todo el proceso”, relata.
Entre el segundo y el tercer tratamiento en la sanidad pública, Elena y su pareja recurrieron, también, a una clínica privada en Madrid. “Llegamos con muchas ilusiones y salimos espantados con el trato recibido”, asegura. “Volvimos a los pinchazos, me cambiaron la dieta y después de probarlo todo, salieron cuatro ovocitos de los que solo uno fue viable, pero una vez transferido acabó en aborto bioquímico”, recuerda mientras hace el paralelismo de haberse sentido como “un chorizo en una cadena de producción, ni tan siquiera me llamaban por mi nombre, era un número más”.
Tras los intentos, dejaron pasar un año para descansar y darse un tiempo. En ese momento, descubrió en Instagram a una persona que la acompañaría en su siguiente proceso de búsqueda, la embrióloga especializada en fertilidad María Hernando. Con ella se sometieron a un último ciclo de búsqueda, de hecho, tras una transferencia sin resultado, actualmente se encuentra a las puertas de su última oportunidad: “Mi límite me lo había puesto a los 45 años, no puedo dejarme la vida aquí”.
El impacto de los tratamientos
Porque, ¿qué hay detrás de los tratamientos de fertilidad?, ¿funcionan siempre?, ¿cuál es el impacto económico que tienen sobre las personas afectadas? “Las técnicas de reproducción asistida no son infalibles y de esto tampoco se habla”, responde la embrióloga María Hernando, que resalta la importancia de que las familias establezcan límites en sus búsquedas. “El tratamiento no es inocuo, implica un desgaste físico y, sobre todo, emocional que va a afectar a los pacientes”. Además, sostiene la importancia de que se marquen, también, límites médicos, no tanto porque existan efectos secundarios físicos severos, sino por las probabilidades de éxito. “Por norma general se tiene en cuenta que la probabilidad acumulada de éxito no aumenta a partir de 3-4 tratamientos de reproducción asistida”, explica, por lo que “no tiene sentido aferrarse a una técnica indefinidamente”.
Según datos de la Sociedad de Fertilidad Española, en 2019 se atendieron a un total de 38.509 mujeres en fecundación in vitro y 32.548 ciclos de inseminación artificial. De los 304 centros estudiados que realizaron inseminaciones artificiales, 89 (29,3%) eran públicos y 215, privados (70,7%): la sanidad pública llega hasta donde llega y la mayoría de personas recurre a las clínicas privadas para perseguir sus embarazos. Pero ¿cuál es el coste aproximado de estos tratamientos reproductivos?
Los precios oscilan entre los 800 y los 10.000 euros. Las inseminaciones artificiales son los procesos más económicos y tienen un coste aproximado de entre 800 y 1.200 euros. La fecundación in vitro asciende hasta los 5.000 y 6.500 euros y, por último, existen técnicas más caras, “si hay indicación de hacer diagnóstico genético preimplantacional a los embriones o recurrir a la donación de óvulos”, con tratamientos de entre 8.500 y 10.000 euros, cuenta la embrióloga.
Míriam Aguilar es de Barcelona y tiene 44 años. Su búsqueda de embarazo empezó a los 33 y, tras siete años de intentos y cuatro pérdidas gestacionales de embarazos naturales o espontáneos, con 41 años recurrió al único tratamiento de fertilidad que llevó a cabo. “En mi caso la dificultad estaba en gestar, no en embarazarme”, explica. Por eso, pese a que ningún médico le hablaba de problemas de fertilidad y aunque no tenía diagnóstico, decidió, junto a su pareja, recurrir a una clínica de reproducción asistida. En ese momento tenía 40 años y, como no había una causa justificada para sus abortos, “intuían que el problema estaba en mis óvulos, así que hicimos un único ciclo a través de ovodonación del que obtuvimos cuatro embriones”. De esta manera se sometió a a dos transferencias, una con un embrión y una última con dos embriones que tampoco funcionaron. “Así decidimos que ese era el final de nuestro camino hacia la ma/paternidad y no quisimos seguir, y sentí una gran liberación”, confiesa. Porque, aunque no sabía lo que vendría después de esa decisión, estaba convencida de que no estaba dispuesta “a todo” por ser madre.
La factura emocional
Pero, más allá del coste económico, ¿hasta qué punto sostiene el sistema y la sociedad esta enfermedad creciente?, ¿cómo viven los problemas de fertilidad las personas que los sufren? En silencio y en soledad. Así lo constata la psicóloga clínica del Hospital Clínic de Barcelona Aida Mallorquí, que habla de que la “falta de comprensión social sobre la infertilidad” es el detonante de una erosión psicológica para las mujeres que la padecen. “Cuando escuchamos a una mujer que busca su embarazo y no puede, se sigue considerando un capricho y esto tiene consecuencias gravísimas en la salud mental de las mujeres”, alerta. Nombrarlo es el primer paso para que deje de ser tabú. Muchas familias acaban transitando la infertilidad a escondidas y, en consecuencia, algunas lo viven como “una disfunción de su ciclo vital” que afecta en diferentes niveles, “el personal, el intrapsíquico, el social y en la pareja”.
Mallorquí, además, es muy crítica con la atención de la salud mental de la infertilidad que, desde su punto de vista, es “claramente insuficiente”. Trabaja desde hace dos años y medio en el Hospital Clínic, compaginando cuatro áreas: ginecología, obstetricia, neonatología y fecundaciones in vitro. En esta última destaca algunos retos importantes. Por una parte, romper el estigma de que la infertilidad vaya asociada a la conducta de la mujer, porque “psicologizar un problema que en realidad es médico” tiene consecuencias graves sobre las mujeres. Además, considera “urgente” reconocer que la infertilidad tiene un impacto directo en la salud de las mujeres y que la atención debería ser “siempre pública”, sentencia. En este sentido, asegura que le parece preocupante “el negocio” que se ha hecho en torno a los tratamientos de fertilidad. “Las clínicas privadas se limitan a personas con un determinado estatus socioeconómico, dejando a muchas otras fuera”. Finalmente, cree imprescindible generar redes de apoyo entre las mujeres que sufren infertilidad.
Un reto que comparte también Míriam Aguilar. Desde su punto de vista, los problemas de fertilidad y la no maternidad están invisibilizados y, en consecuencia, muchas mujeres se ven empujadas a transitarlos en soledad. Por eso, y con el objetivo de visibilizarlo, Míriam decidió explicar su vivencia en redes sociales invitando a la reflexión sobre la no maternidad. Este ejercicio le permitió constatar que faltaban espacios para compartir estas vivencias, así que decidió formarse para acompañar estos procesos y actualmente ofrece diferentes círculos de acompañamiento dirigidos tanto a mujeres que están buscando su embarazo y que tienen problemas de fertilidad como a mujeres que han decidido parar y transitan la aceptación de su no maternidad. En este sentido, asegura que “cuestionar la maternidad, normalmente idealizada, y escuchar otros discursos” es importante para afrontar esta situación.