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Francia embarrada, Europa varada

8 de julio de 2024 22:38 h

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El resultado de las elecciones francesas puede no solo dar paso a una Francia inestable y desordenada, sino paralizar el avance de una Unión Europea que empieza a cojear de varios pies. Y ya se sabe, como las bicicletas, si no avanza, no es que retroceda, sino que se puede caer. En estas circunstancias, el exprimer ministro socialista portugués António Costa, elegido presidente del Consejo Europeo, pese a sus pocos poderes reales, está llamado a convertirse en el referente moral de un nuevo europeísmo acosado por la incapacidad de los gobiernos (Alemania, y ahora Francia, ambos indispensables) o la extrema derecha antieuropeísta que ha entrado en varios ejecutivos (Italia……)

La segunda vuelta de las elecciones francesas ha llevado a que el RN (Agrupamiento Nacional) de Marine Le Pen quedara en tercer lugar en escaños, pese a su crecimiento muy lejos de la mayoría absoluta que algunos sondeos le atribuían. En cabeza se ha situado el Nuevo Frente Popular, cosido con imperdibles, pero efectivo, y después Ensemble (Juntos), de Macron, que no es un partido (error básico del presidente, pues los partidos, gusten o no, son necesarios en nuestras democracias). Ahora bien, en términos de papeletas, esta extrema derecha que es el RN, con casi nueve millones de votos, le ha sacado 1,7 millones al Nuevo Frente Pôpular y  2,4 millones al movimiento de Macron, según los datos del Ministerio del Interior. Este dato pesa de cara a lo que todos miran ahora: las presidenciales (y nuevas legislativas) de 2027, si no antes, en las que no se puede ya presentar Macron, agotados sus tres mandatos. Es decir, la capacidad de contaminación de la extrema derecha crece, no disminuye, pese a que se haya salvado la situación.

Tras difíciles negociaciones entre gentes que comparten una idea de la República, es previsible que Francia tenga un Gobierno más a la izquierda que el actual. En materia europea, lejos quedarán los discursos de Emanuel Macron de refundación de la integración europea, como el pronunciado en La Sorbona el pasado 25 de abril, es decir, hace una eternidad. En él proponía impulsar la defensa europea, la industria de defensa europea, la política industrial y muy especialmente la tecnológica, y otros impulsos a financiar, con fondos europeos. Francia no estará capacitada para impulsar la UE durante al menos un año. Antes, Macron no puede volver a convocar elecciones al Parlamento. 

No estará Francia sola en su debilidad. El gobierno alemán tricolor que encabeza Olaf Scholz tampoco está rutilante, aunque ha logrado pactar una propuesta de presupuesto. Tiene elecciones en septiembre del año próximo si no se adelantan, que, hoy por hoy, están llamados a ganar los democristianos, con la duda del peso que logrará la Alianza para Alemania (AfD). La extrema derecha ya está al frente o en los gobiernos de Italia, Hungría, Países Bajos, Polonia, República Checa y Finlandia. Este semestre preside el Consejo de la UE la Hungría de Víctor Orbán, con un gobierno deseoso de renacionalizar políticas europeas (aunque no los generosos fondos que recibe su país). Orbán, con el Tratado de Lisboa y a diferencia de sus ministros que sí presiden sus reuniones europeas, ya no tiene ningún papel formal que cumplir salvo el de anfitrión en las cumbres que se celebren en su país o para presentar el programa presidencia húngara en el Parlamento Europeo y hacer balance al final. Pero, nada inocentemente, se ha ido a ver a Zelinski en Kiev y a Putin en Kiev, lo que ha soliviantado a buen número de sus socios. Volverá, sin duda, a repetir estos gestos pese a no tener mandato para ello.

En Francia, la cuestión de una política europea de defensa era uno de los estandartes de Macron. En el programa ('Contrato de Legislatura') del Nuevo Frente Popular, ni se la menta, pues, contrariamente a los socialistas y otros de esta coalición, La Francia Insumisa de Melenchon está en contra (como el RN), también de la OTAN (Le Pen aboga por salir de nuevo de la estructura militar). No digamos ya plantear la cuestión de la disuasión nuclear francesa en un marco europeo. Si Le Pen se ha declarado contraria a la europeización de la defensa, más aún lo está a que Francia ponga sobre la mesa su disuasión nuclear para contribuir a la protección de sus socios. Aunque el necesario acuerdo para gobernar entre los frentepopulares y los macronianos sí podría contemplar europeizar más la industria de defensa, algo que también rechaza la extrema derecha, muy antialemana ella. También podría haber un acuerdo más general sobre una política industrial financiada en parte por la Unión Europea. Quizás podría haber un impulso, aparente, a la política ecológica, aunque el temor a que, debido a su coste social, pudiera favorecer al RN lo puede frenar, es decir, frenar aun más. Con enormes debates, además, sobre la energía nuclear.

En cuestión europea, ahí se pueden parar unos acuerdos, que, además, no cuentan con la simpatía del nuevo Gobierno holandés en el que participa, con fuerza, el partido de Wilders, ganador de las elecciones. Y otros de los citados. Difícil será, dado el actual contexto europeo, repetir una mutualización europea de gastos como la que ha alimentado el Fondo NextGeneration y los programas de recuperación y transformación tras los impactos de las pandemias. 

En materia de inmigración, la cuestión que puede definir la política en los países occidentales en los próximos meses y años, se está armando un frente europeo, que rebasa la extrema derecha, partidario de límites estrictos y más muros. Pero la marcha atrás ya está en curso, a pesar de las verdaderas necesidades de las economías europeas y las realidades humanas. También puede quedarse tocada la idea de una nueva ampliación más o menos rápida de la UE.

Se necesitaría liderazgo para hacer avanzar Europa. No lo hay. No hay líderes, con grandes países detrás, a la vista. Tras estas elecciones y las europeas, Macron, aprendiz de brujo, ha perdido capacidad de liderazgo nacional y europeo. En Berlín, Scholz tampoco lo tiene. En las instituciones europeas, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen carece de él, incluso si el Parlamento Europeo la confirma. La próxima alta representante para la política exterior y de seguridad, Kaja Kallas, por su condición de estonia, puede dificultar una salida a la guerra de Ucrania. Aunque en eso, en la defensa a ultranza de Ucrania, sí hay acuerdo dentro del Nuevo Frente Popular, y con el movimiento de Macron. Como, previsiblemente, sobre la guerra de Gaza. Ante esta falta de liderazgo europeo, y ante las crisis presentes y las que se avecinan, puede cobrar un papel relevante, el próximo presidente del Consejo Europeo, António Costa. Se puede convertir en el faro moral de esta Unión Europea. Ha sacado a Portugal de diversas crisis, y dimitió honorablemente ante un escándalo de corrupción. Es claro, y tiene credibilidad.

Del otro lado del Canal de La Mancha, con la victoria aplastante del laborismo de Keir Starmer (cuidado de nuevo con los datos nacionales), se ha producido una calma, tras los años del absurdo y ruinoso Brexit que ha hecho a las extremas derechas plantearse cambiar la UE por dentro antes que salir. Londres, sin embargo, no puede jugar ese papel de federador externo de Europa, que De Gaulle atribuyó a Washington. La llegada de Starmer permitirá, poco a poco, volver a contar con los británicos en materia de defensa y de investigación en tecnologías de punta. La UE lo necesita.

Todo esto sin tener en cuenta la posibilidad de que en noviembre gane la presidencia de EE UU Donald Trump, y sus repercusiones en Europa.

Cuidado. Una Europa varada no le sentaría nada bien a España.

Aunque, claro está, un Gobierno del RN hubiera sido mucho peor.