El próximo 28 de abril afrontamos la que quizá sea la cita electoral más importante desde 1978. Las encuestas auguran una presencia importante de Vox en el nuevo Parlamento mientras sigue marcando el paso hacia la extrema derecha a sus dos compañeros, Partido Popular y Ciudadanos. Las consecuencias de un gobierno de este cariz, más aún en la situación de extraordinaria fragilidad política y social en la que está Catalunya, pueden ser terribles. No exageramos si decimos que nuestros derechos y libertades fundamentales, tan castigados durante estos años de crisis, ausentes para nuestros vecinos y vecinas migrantes, con tanto por conquistar aún para las mujeres, estarán en juego en las urnas este abril.
El partido socialista ha llevado a cabo en estos 8 meses un ejercicio de gobierno habitual y continuista respecto a lo que ha sido su trayectoria desde 1982. Ha sido útil para dejarnos en esta difícil situación, sin resolver los graves problemas que tenemos como país, y sabemos que lo volverá a hacer de la misma manera que en 2010 el haberlos votado resultó útil para recortar. Tímidos pasos que apenas parchean nuestro entramado económico, sin atreverse en ningún momento a plantarse ante Bruselas o el IBEX 35. Timoratos ante el urgente plan de transición energética que necesita el país, asistiendo impávidos a la despoblación de nuestro mundo rural, dejando morir a la industria como el caso esta semana de La Naval de Sestao -privatizada por un gobierno socialista en 2006 y cuyos trabajadores ahora irán al paro-, acentuando la liberalización de sectores como el ferroviario y sin atreverse a derogar la LOMCE o la reforma laboral. Algunos gestos a la galería, como fue el recibimiento del Aquarius, fueron sepultados no solo por el peso de no cambiar una coma de la política migratoria establecida -ni siquiera avanzando en el cierre de los CIE-, sino que además han impedido meses más tarde, en una decisión insólita, zarpar a otros barcos hacia el Mediterráneo para salvar vidas. Han tenido más diplomacia a la hora de abordar el diálogo con los independentistas catalanes, pero finalmente les ha faltado no solo apoyos parlamentarios, sino también el coraje necesario para atreverse a tomar una senda real para resolver el conflicto.
Finalmente, la coalición electoral de Unidos Podemos se ha convertido esta legislatura en un solvente equipo parlamentario. Sin embargo, su falta de voluntad a la hora de construir una unidad popular auténtica, guiada por valores transformadores también en lo cercano, nos ha hecho perder gran parte de los apoyos con los que contábamos hace apenas tres años. Hay una sensación general de fin de ciclo para la izquierda y de inicio abrupto, entre sucesivas convocatorias electorales, de una nueva etapa que ha de ser muy distinta de la que se sale. Aquí es donde Izquierda Unida resulta interpelada históricamente. Y así se leerá en el futuro, pase lo que pase.
Es en esta tesitura, por tanto, en la que se enmarca esta semana de votaciones de militantes y simpatizantes de Izquierda Unida en diversos procesos internos. No solo la militancia ha de decidir si se acepta el acuerdo de coalición negociado con Podemos para todo el Estado, también votamos candidaturas al Congreso en elecciones primarias.
Desde mi candidatura por Madrid reivindicamos un decir veraz y libre, directo a la par que respetuoso, que comprenda la crítica como una muestra de confianza de quien nos la formula abiertamente, un acicate para pensar juntos. En Izquierda Unida tenemos la responsabilidad de tener un proceso de primarias ejemplar, que marque adecuadamente los primeros pasos de lo que viene.
Para empezar, habría que dar la vuelta al sustrato teórico y práctico sobre el que se ha alzado la llamada nueva política: el pragmatismo y el belicismo de las maquinarias electorales, los soldados fieles enfrentados en guerras fratricidas, el miedo a ser purgado por disentir o el elitismo que rechaza dar voz a la gente para deliberar, organizarse, actuar y tomar las decisiones que sí importan. Es así que, frente a todo ello, no hemos de tener temor en decir que los acuerdos que una y otra vez nos llegan desde esa lógica y coordenadas no son buenos.
La democracia radical y la creación de un auténtico vínculo representativo, cotidiano, haciendo política desde las calles junto a las asambleas y federaciones de Izquierda Unida, con atención especial en mi caso a la Federación de IU Madrid, sabiendo acoger, escuchar y aprender de colectivos sociales y demás gente organizada en pos de la transformación, ha de ser el camino. La elaboración de programas que ofrezcan un marco económico y ecológico alternativo, rupturista con aquello que nos conduce al abismo social y climático, de manera participada y vinculante, es la línea con la que se identifica sin ambages mi candidatura.
En Izquierda Unida sí que sigue habiendo organización. Alrededor de 20.000 militantes y 50.000 simpatizantes que estuvieron, están y estarán, con una cultura política que respeta profundamente el valor de lo colectivo, acostumbrados al trabajo anónimo en barrios y pueblos donde te la juegas por defender lo evidente. Izquierda Unida ha de atreverse a ser el motor que ponga desde ya en movimiento a la pluralidad de la izquierda en un proyecto común. Sincronizándose con todo aquel que se mueva en la misma orientación estratégica, rechazando la política espectáculo, cediendo protagonismo a otros actores por el bien de la mejora del país cuando sea necesario.
Atrevámonos a imaginar otras formas de hacer política mientras, a la vez, escuchamos las experiencias de nuestros mayores. Han de venir aportaciones maduradas durante años en la teoría y en la práctica, que emerjan libres, creativas, para proponer nuevos mimbres de cara el ciclo que se inicia. Lo que en Izquierda Unida deberíamos tener claro es que mientras estas nuevas propuestas emergen, en la urgencia del momento actual, con el auge del neofascismo y unas elecciones a las puertas, los primeros pasos han de guiarse por todo lo contrario a lo dominante hasta el momento.
Huyamos del narcisismo y los personalismos, fomentemos la amistad política a la hora de lidiar con la crítica, no aceptemos aislamientos acríticos alrededor de los líderes. Acatemos las decisiones democráticas de las asambleas de base, de lo que trasladan a sus coordinadoras. No más listas construidas en despachos y rodeadas de juego sucio. Creamos firmemente que otra manera de ser partido es posible, porque lo es; rechacemos las veleidades dictatoriales, los rodillos de los aparatos, abandonemos toda fascinación por las jugadas, el tacticismo de los listillos o la difusión a sotto voce de las calumnias a compañeros y compañeras. Volquémonos en hacer buenos programas transformadores a partir de todo lo bueno y lo malo que hayamos aprendido. Recuperemos, en definitiva, el ánimo ético e impugnador de la fase precedente a 2014, elaborando utopías reales de transformación, sin abandonarlas en pos de la tentación de gobernar con el PSOE a cualquier precio.
Preparémonos para sacar en esta nueva fase nuestras asambleas a las calles y sepamos colaborar en pie de igualdad con quienes son conscientes de que el tiempo actual precisa de una política sólida y responsable, alternativa y de clase, capaz de escuchar y ponerse al servicio del movimiento ecologista que surge entre los más jóvenes. Seamos conscientes de que este es un tiempo político para las mujeres, sepamos por tanto dar un paso atrás para que sean sus voces y presencias las que marquen el rumbo.
Esta es la Izquierda Unida que necesitamos en 2019. Y habría de arrancar ya con ella desde la misma campaña hacia el 28 de abril, no podemos jugárnosla a esperar que todo caiga para reconstruirnos luego. Una organización sólida que aspira a ser un movimiento político y social radicalmente democrático ha de actuar con la valentía que exige el momento histórico, atreviéndonos a imprimir un primer acorde fundamental a la melodía plural de una izquierda por venir.