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El traje nuevo de la Presidenta

El pasado siete de septiembre se hicieron públicas las bases de las ayudas a la creación del Ayuntamiento de Madrid. Este programa de ayudas supone un salto cualitativo en el apoyo a los creadores tanto por la cantidad de presupuesto destinado -más de cinco millones de euros-, como por tratarse de una apuesta integral y estratégica para apoyar al tejido de la ciudad. Estas ayudas no tratan simplemente de repartir dinero, sino que, al estar destinadas tanto a los creadores como a los múltiples agentes culturales independientes -gestores, comisarios, salas de teatro, salas de conciertos, galerías de arte, librerías, o festivales-, fortalecen el tejido cultural en su conjunto. 

Tanto para quienes tenemos un compromiso con las políticas culturales en la Comunidad de Madrid, como para quienes tratan día a día de desarrollar prácticas y propuestas culturales en la región, la apuesta del Ayuntamiento de Madrid pone ante un espejo muy poco favorecedor al gobierno autonómico, evidenciando las oportunidades desaprovechadas y la ausencia de proyecto cultural. En la Comunidad de Madrid lo que encontramos es poco más que apariencia: selfies, política de imagen y relaciones públicas. No existe ni un apoyo presupuestario digno, ni una propuesta integral de política cultural. Comparemos. 

La primera diferencia, y la más evidente, es presupuestaria. Frente a los más de cinco millones del Ayuntamiento, la Comunidad destina menos de cuatro para toda la región. Aumentar la inversión permite atender de manera más precisa y singular la diversidad de prácticas, así el Ayuntamiento asigna 2.130.000 millones de euros a salas de música, librerías, galerías, salas de teatro alternativo o cualquier espacio que desarrolle una actividad cultural. La Comunidad de Madrid, al contrario, aglutina toda esta multiplicidad de proyectos bajo una única figura llamada “entidades sin ánimo de lucro” a las que otorga 300.000 euros. Salta a la vista: siete veces menos para toda la región que para la ciudad. Algo similar ocurre con la línea de Ayudas a la Creación. El Ayuntamiento dedica 1.530.000 euros para artistas de todo tipo de disciplinas, proyectos educativos, gestión cultural o residencias en instituciones culturales. La Comunidad de Madrid 270.000 euros para jóvenes creadores únicamente de artes visuales menores de treinta y cinco años. La diferencia presupuestaria, de nuevo, no tiene parangón. Un 0,6% supone el presupuesto de cultura del presupuesto total anual. En el Ayuntamiento de Madrid, sin contar con la aportación desde los distritos, la cifra alcanza el 3% del total. De hecho, la inversión en cultura del Gobierno de Cristina Cifuentes está por detrás de Andalucía, Cataluña, la Comunidad Valenciana y el País Vasco. Si lo que comparamos es el gasto por habitante nos encontramos con que también está por detrás de Asturias, Cantabria, Castilla y León, Galicia, Murcia, Navarra, la Rioja. Es decir, a la cola de prácticamente toda España. 

Ofrecer apoyos no debiera ser repartir miseria. La financiación en la Comunidad de Madrid no es suficiente para apoyar los proyectos y en ocasiones los beneficiarios han de renunciar a la ayuda porque les resulta más gravoso recibirla y justificarla que prescindir de ella. Por otro lado, al carecer de suficiente holgura presupuestaria se hacen competir proyectos demasiado distintos: los que acaban de nacer con los que llevan diez años, lo cual no permite discriminar entre políticas de innovación y políticas de consolidación; proyectos con ánimo de lucro con otros cuyo objeto es su sostenibilidad, ambos aspectos necesarios en un ecosistema cultural complejo; o proyectos como un festival de música con la grabación un disco, de modo que se enfrentan eslabones de la cadena muy diferentes. 

Pero el problema no es solo presupuestario, sino que falta además un proyecto de política cultural autonómica. El Gobierno de Cristina Cifuentes se centra en la realización de eventos culturales, fundamentalmente en la ciudad de Madrid. Eso sale en prensa, pero no consolida un tejido a futuro. Una política cultural ha de preocuparse por toda la cadena de circulación de la cultura: la educación, la formación, la creación, la producción, la distribución, la exhibición…y por la multiplicidad de agentes que conforman su ecosistema. Se tiene que preocupar por fomentar el acceso del mayor número de gente posible y garantizar las condiciones materiales y legales para que se pueda crear, producir y distribuir cultura. La descentralización y el reequilibrio territorial deberían contarse entre sus prioridades. Así como estar en sintonía con el sistema educativo: es contradictorio trabajar en la creación de públicos mientras se eliminan de la enseñanza obligatoria las asignaturas artísticas o se asfixia la sostenibilidad de Conservatorios, Escuelas de Música y Danza. Una política cultural autonómica ha de generar sinergias con sus políticas de empleo, un empleo específicamente cultural no subordinado al turismo, como más de una vez ha dado a entender el Partido Popular. Una política autonómica, puesto que tiene competencias para ello, debe desarrollar los marcos legislativos que favorezcan la circulación de la cultura, como la reforma de una Ley de Espectáculos, anticuada desde su nacimiento en 1997 o una modificación de la Ley de Cooperativas para incluir la categoría de cooperativas artísticas y desempresializar un sector que se ha visto obligado a constituirse en S.L porque era la única manera de acceder a las ayudas públicas. 

El cuento de El traje nuevo del emperador habla de un emperador que amaba tanto la elegancia que solo pensaba en bellos trajes. No gobernaba, solo quería que su imagen luciera más que la de nadie. Pasado el ecuador de la legislatura, ya es hora de reconocer sin pudor que el traje de Cifuentes no existe. La cultura para Cristina Cifuentes es marketing, construcción de marca personal y herramienta de relaciones públicas. No más. Ahora, después de dos años demandándoselo se ha dado cuenta de que la cultura merece una Consejería.  Otro golpe de efecto. Si para el PP de Aguirre y González la política cultural consistía en cortar y una otra vez la cinta de la especulación inmobiliaria -se levantaron auditorios, teatros, centros culturales en todos los municipios de la Comunidad de Madrid, hoy vacíos y sin recursos para ser utilizados-, Cifuentes la entiende como una alfombra roja que no conduce a ningún lugar. 

Pero la cultura merece tener un rumbo. Uno de los principales objetivos de la intervención pública en cultura debe ser contribuir a crear un tejido cultural lo más independiente posible del gobierno de turno. La acción de un gobierno es trabajar por profundizar y ampliar esos márgenes de autonomía. Solo así serán útiles las ayudas públicas. Si, al contrario, se piensan como mero reparto de dinero, se convertirán en un regalo envenenado que condena al tejido cultural a luchar permanentemente por sobrevivir. Por eso es crucial pensarlas estratégicamente, dotarlas económicamente e integrarlas en un proyecto más amplio. 

Las ayudas a la creación del Ayuntamiento, con sus elementos mejorables, son como el niño que le dice a la política cultural de la Comunidad de Madrid: ¡pero si está desnuda! El PP ha mejorado sus modos, sus relaciones públicas, se ha sacudido la caspa de la anterior legislatura. Es cierto. Pero eso no impide ver que la política cultural en la Comunidad de Madrid sigue sin llevar traje.