Creo haberlo escrito ya en este mismo diario: no albergo un impulso irreprimible por opinar sobre todo en todo momento y desde cualquier lugar. Fui educado en una familia modesta pero ilustrada que consideraba groseros el narcisismo y el exhibicionismo ahora dominantes. Mis padres me recomendaban hablar de lo que sabía y hacerlo en el momento oportuno y con la máxima urbanidad.
Mi educación familiar, sin embargo, no me impidió recibir con esperanza la eclosión de las redes sociales hará unos tres lustros. Eran mis últimos años en un periódico que vivía una inquietante deriva hacia la sumisión a los poderes económicos, y yo pensaba que las redes podían democratizar la información y la opinión. La local y la global. Ahora soy bastante más escéptico.
Cuento esto porque anoche me abrí una cuenta en Bluesky (@javier-valenzuela.bsky.social). Lo hice siguiendo el consejo de amigos de toda confianza y de medios tan respetables como The Guardian, La Vanguardia y elDiario.es. Dicen que Bluesky es menos vociferante y partidista que un Twitter (ahora X) convertido por su dueño, el multimillonario Elon Musk, en una cloaca de bulos, insultos, propaganda ultraderechista y anuncios de criptomonedas. De Musk vengo a pensar lo mismo que de su sociopolítico Donald Trump: es un bocazas que amplifica los aspectos más sórdidos y escatológicos de la humanidad.
Nunca fui tan tuitero como tantos de mis compañeros de oficio. Llegué a tener más de 20.000 seguidores en esa red, pero los fui perdiendo porque no entraba al trapo de todas y cada una de las polémicas del momento. No denostaba al concejal ultra que había dicho una barbaridad en Murcia ni expresaba mi solidaridad con las víctimas de un maremoto en un país asiático. No veía la necesidad de añadir mi voz al griterío en asuntos en los que no podía aportar algún conocimiento propio o alguna perspectiva original.
Ya antes de que la comprara Elon Musk, empecé a ser poco activo en Twitter. Veía como amigos míos periodistas metían la pata por lanzarse a difundir una información que no habían contrastado. Siempre he pensado que el principal capital del periodismo es la credibilidad y que más vale tardar en dar una noticia que propagar una falsa. Y también me apenaba que un sector del progresismo utilizara esa red para convertirse en una secta dedicada a denostar a otros compañeros. No se cambia el mundo desde las paredes de los urinarios.
Si Twitter siempre fue compulsivo y chillón, Musk lo ha convertido en un peligro para gente que, como yo, tiene la tensión algo alta. Ahora apenas lo visito dos o tres veces a la semana, y lo que encuentro es una avalancha de publicidad que no me interesa un carajo y un montón de tuits de ultras a los que jamás he seguido. ¿Dónde están mis amigos y mis referentes? El algoritmo me los oculta, como supongo que ocultará mis escasas publicaciones a los más de 16.000 seguidores que sigo teniendo. Si no eres facha o insultante, al algoritmo de Musk le pareces una puta mierda.
En fin, a riesgo de ser tildado de antiguo, debo decir que he seguido usando Facebook durante todo este tiempo, un par de visitas diarias. En Facebook me relaciono con gente que he aceptado explícitamente y puedo hacerlo con tantas palabras como precise sin necesidad de pagar un abono. Allí no solo hablo con yonquis de la política, también converso sobre literatura, cine, viajes, modos de vida y formas de pensar. En cuanto a Instagram, subo de vez en cuando alguna foto tomada por mí, y, por las noches, veo las publicaciones de gente a la que sigo. Y, lo confieso, me divierto con los videos de gatitos. Adoro a estos felinos.
No voy a cerrar mi cuenta en Twitter de momento. Voy a seguir frecuentándola tan poco como ahora y ya veremos. Le doy una oportunidad a Bluesky para completar mi menú informativo. Lo hago sin ingenuidad, que ha quedado demostrado que las redes sociales no cambian necesariamente el mundo en un sentido de mayor libertad, igualdad y fraternidad. Cuando ganan en amplitud, sobre ellas se abalanzan multimillonarios deseosos de tener y vender nuestros datos, y de endilgarnos sus personales y con frecuencias delirantes visiones del mundo.
He escrito que usaré Bluesky para “completar” mi menú informativo. Y es que sigo creyendo en el diario como el principal plato de ese menú. El diario elaborado por profesionales que seleccionan las noticias auténticamente relevantes para la mayor parte de la ciudadanía y procuran darles todo el contexto posible. El diario que busca la verdad le duela a quien le duela y huye de la mentira le convenga a quien le convenga. Y les digo con toda claridad que si escribo aquí es porque creo que su dirección y su plantilla cumplen estos estándares.
Añadiré que ya no leo diarios en papel. La lectura en Internet -móvil, tableta o portátil- me permite acceder tanto a lo elaborado por la redacción el día anterior como a las últimas noticias realmente importantes. Ahora bien, jamás he profetizado la muerte del papel. Lo empleo para leer libros y para publicar los míos. Creo que Internet no supondrá la muerte del libro impreso, como el cine no supuso la muerte del teatro, la ópera, el circo o las marionetas. El ser humano no es tan tonto: jamás se desprende por completo de cosas que le dan placer.