Ante tanto ruido político ha pasado casi inadvertido el diagnóstico del VIII informe FOESSA ha realizado sobre los problemas sociales de España, en el que he tenido el honor de participar. Mi contribución se centra en qué ha pasado durante la crisis en educación. El resultado es un tanto paradójico, pues a pesar del recorte de cerca de un 25% de la inversión por estudiante no universitario y el aumento de las tasas universitarias, el abandono educativo temprano de la educación y la formación (jóvenes entre 18 y 28 años sin al menos Bachillerato o un Ciclo Medio de FP, y que no están estudiando) está en el nivel más bajo de la historia de España, el porcentaje de jóvenes estudiando ha subido en todos los niveles y el promedio de competencias en las pruebas PISA se mantiene estable, mientras que mejoran varios indicadores educativos, como el de estudiantes resilientes (alumnado de bajo origen social que obtiene buenos resultados en las pruebas de competencias). La desigualdad de oportunidades educativas ante el abandono educativo ha disminuido, aunque aumenta ligeramente ante el fracaso escolar administrativo (no lograr el título de ESO).
Donde más se ha notado el aumento de la desigualdad social es en la repetición de curso: la tasa de repetición ha disminuido, pero ha aumentado la probabilidad de repetir algún curso de adolescentes de bajo origen social con respecto a los de nivel alto, a igualdad de competencias. Es decir, los adolescentes de origen popular, cuando son igual de competentes que los de origen alto, tienen más probabilidad de repetir curso, posiblemente porque se ajusten menos a la cultura escolar, más pensada para el estilo de vida de las clases medias, como lleva denunciando la sociología de la educación desde hace más de medio siglo. Nuestra tradición de mandar a repetir curso es de escaso éxito didáctico, pero de gran éxito desde el punto de vista de la reproducción social de las desigualdades.
En líneas generales, alguien cínico podría pensar que la mejor política educativa es una buena crisis, pues el aumento del paro hace que los jóvenes estudien más. La tasa de paro juvenil llegó a ser superior al 50%; teniendo en cuenta a todos los jóvenes, y no solo a los activos, eso supuso que uno de cada cuatro jóvenes (de 16 a 24 años según el INE) buscaba trabajo y no lo encontraba. Pero esto solo es parte de la historia. Si miramos el recorte por comunidades autónomas, aquellas en las que más se profundizaron los recortes, como Castilla La Mancha, son en las que menos disminuye el abandono educativo. Realmente tenemos dos procesos causales de signo contrario, por un lado, el efecto del paro “atrae” a los jóvenes hacia el sistema educativo, y por otro lado, los recortes, los “repelen”. El aumento del paro ha sido tan grande en relación a los recortes, que ha dominado el resultado final, bajando así el abandono. Dicho de otra manera, sin recortes educativos, la evidencia disponible invita a pensar que la bajada del abandono habría sido mayor.
El peso de los recortes no ha dañado mucho al sistema educativo, lo que quiere decir que el factor humano ha respondido con más esfuerzo: familias, estudiantes y sobre todo el profesorado, han tenido que apretarse el cinturón, dedicando las familias más dinero a educación, estudiando más los jóvenes y soportando el profesorado una disminución importante del salario y de la carga de trabajo. Parece que el único que no se toma en serio que la educación es el futuro es el Estado.
En resumen, la crisis se ha notado poco en las competencias educativas, que, como señala la OCDE, y Julio Carabaña ha resaltado, se logran en muchos más sitios que la escuela. Ha tenido efectos positivos sobre el abandono educativo por el paro. Y ha habido un incremento en dos desigualdades por origen social: repetición de curso y fracaso escolar administrativo. Debido a que parte de las mejoras se deben al desempleo, si no se invierte adecuadamente en educación, cabe esperar que si aumenta la demanda de mano de obra no cualificada, aumente el abandono educativo.