El gremio de panaderos ha lanzado recientemente una recogida de firmas para pedirle a la RAE y al Instituto Cervantes que eliminen o modifiquen el refrán “pan con pan, comida de tontos” arguyendo que resulta denigrante para los panaderos y que supone un desprestigio para el pan. La recogida de firmas forma parte de una campaña de publicidad que reivindica el pan artesano bajo el lema “el pan no es comida de tontos”.
Esta es la enésima recogida de firmas para pedirle a la RAE que elimine tal palabra o tal acepción del diccionario. Lo curioso es que, en esta ocasión, el gremio de panaderos pide a la RAE que retire un refrán… que ni siquiera está recogido en su diccionario (sí aparece en el refranero multilingüe del Instituto Cervantes). No está demasiado claro, pues, qué está pidiendo el indignado gremio de panaderos a la Academia. ¿Que emitan un comunicado condenando su uso? ¿Que desplieguen comandos paracorrectoriles por la Hispanofonía para multar a quien lo diga? La RAE ha salido ya a aclarar que, efectivamente, el refrán de la discordia no aparece en su diccionario:
Aun asumiendo que se trata de una campaña de publicidad (y que por lo tanto busca recibir atención y resultar llamativa antes que pertinente), lo cierto es que cada poco tiempo un colectivo, un gremio o una marca publicitaria solicita la inmediata retirada de una palabra o de una acepción por resultar denigrante. Hace apenas unos meses, una campaña en change.org exigía eliminar la expresión “sexo débil” por ser misógina y retrógrada. Claro que referirse a las mujeres como “sexo débil” es misógino y retrógrado. Pero estas expresiones deben aparecer recogidas en el diccionario puesto que son términos y expresiones que se usan. Que la RAE recoja y defina “sexo débil” no quiere decir que la RAE recomiende llamar a las mujeres “sexo débil”; lo que está diciendo es que cuando alguien usa esa expresión se está refiriendo a las mujeres (aunque bien es verdad que la definición debería indicar, además, que es una expresión peyorativa y machista).
Pongamos por caso que un extranjero viese u oyese la expresión “sexo débil” y nos preguntase por su significado. O por “sudaca”. O por “maricón”. O por cualquier otra palabra ofensiva o denigrante. ¿Acaso le responderíamos que no lo sabemos? ¿Que esas palabras no existen? No. Lo más razonable sería que le explicásemos el significado, pero advirtiendo de que se trata de una palabra muy despectiva que suele usarse como insulto. Es exactamente lo mismo que debe hacer el diccionario: no eliminar palabras, sino recogerlas, definirlas e indicar siempre la connotación y el uso que tienen.
Las palabras que aparecen recogidas en el diccionario son tan machistas, racistas, homófobas, ofensivas o insultantes como el uso que de ellas hagan los hablantes. Porque son los hablantes y el uso diario quienes crean la lengua. La labor de los diccionarios es recoger fielmente lo que nosotros, hablantes soberanos, hacemos con nuestro idioma.
Lo que se esconde detrás de estas ya habituales cruzadas lexicográficas para que la RAE elimine palabras es nuestra creencia (falsa) de que lo que dota de existencia y validez a una palabra es que aparezca recogida en el diccionario de la Academia. “Si la borramos del diccionario, entonces esa palabra deja de existir o, al menos, deja de ser válida”. Quitar una palabra del diccionario no la elimina de la lengua, de igual manera que eliminar una calle del mapa no la hace desaparecer del trazado urbano. En todo caso, lo que conseguimos es hacer de nuestro mapa o de nuestro diccionario una peor herramienta que no refleja bien la realidad.
Otra cosa es cuando la definición en sí es la que resulta discriminatoria o sesgada. Cuando la RAE define “cocinillas” como hombre que se “entromete” (sic) en las tareas del hogar, lo que nos está dando a entender al usar el verbo “entrometer” es que las tareas del hogar, según la RAE, no son competencia de los hombres (puesto que uno se entromete en aquellos asuntos que no le corresponden). Esta definición pide a gritos una enmienda urgente.
Hasta hace apenas un par de años, el diccionario académico contenía un puñado de entradas en las que se utilizaba la expresión “sodomita (hombre que comete sodomía)” cuando en una definición querían referirse a los hombres homosexuales. Y hasta la última edición del diccionario, Adán y Eva eran según la RAE los progenitores del linaje humano (a falta de alguna matización avisando de que la expresión es figurativa y nace del mito bíblico). Afortunadamente, estos casos clamorosos y evidentemente sesgados han ido siendo enmendados, como era de esperar.
Todas las palabras han de estar recogidas en el diccionario, los insultos también. Exigir la retirada de palabras y expresiones del diccionario a golpe de petición demuestra que no sabemos para qué sirven los diccionarios y le otorga al diccionario de la RAE un poder que no tiene (ni debe tener). Es en las definiciones donde podemos (y debemos) dar la batalla para exigir definiciones imparciales, inclusivas, lo menos sesgadas posible y en las que se indique debidamente cuándo un término es ofensivo. Porque es por sus definiciones como los conoceréis.