Cuando Begoña Villacís acude a la pradera lo hace como política en activo que decide estar presente al 100% en la campaña electoral por la Alcaldía de Madrid hasta dos días antes de dar a luz. Cuando los afectados y afectadas por los desahucios hipotecarios y por arrendamientos deciden acudir al mismo lugar a protestar lo hacen no para acosar a embarazadas sino para gritar e incordiar a quienes tienen responsabilidad directa y política en las decisiones que les abocan a callejones sin salida de indignidad, fracaso y exclusión. Esto no pretende justificar el desagradable incidente que sufrió la candidata de Ciudadanos, pero sí creo que es bueno contextualizar y subrayar que los gritos y silbidos a Begoña Villacís iban dirigidos a su controvertida figura política en materia inmobiliaria y no a una mujer embarazada cualquiera que pasaba por allí. Dicho esto, es necesario reconocer que hubiera sido un acierto que alguien, en medio del tumulto y desde ese grupo de personas que se encararon con la comitiva de la política, frenara la acción protesta puesto que, si bien es cierto que ella estaba en el lugar y es una figura política con responsabilidad en la materia, igual no eran las circunstancias más adecuadas para insistir dado el avanzado estado de su embarazo.
Servida la polémica, no existe beneficio de la duda ni la presunción de equivocación para el grupo de personas que se organizaron para protestar en la pradera contra los responsables de las políticas de vivienda que no se adoptan en Madrid por la oposición directa del partido que lidera Villacís y del PP, pero también por la tibieza del PSOE y la actual alcaldesa Manuela Carmena. Se ha cargado contra los autores de la protesta, se les ha tachado de totalitarios, de antidemocráticos y se les criminaliza como si en vez de un movimiento social que defiende derechos legítimos hubieran cometido un acto de violencia extrema, cuasi-terrorismo.
Se hace una regla de tres simple bajo el influjo de esa imagen de Villacís embarazada caminando entre gritos y empujones, de unos y otros (una escena sin duda agobiante) y al simplificar multiplicamos los problemas y los estereotipos hacia los que suelen perder estas batallas contra el poder. Simplificar en asuntos tan complejos como estos implica perder la oportunidad de adoptar una posición que añada reflexión y no solo reproche a un tema que es una deuda pendiente que tenemos como sociedad con las víctimas de la economía de mercado en la que todos participamos. Muy pocas veces, por no decir ninguna, nos ponemos desde las entrañas en lugar de los hombres, niños y mujeres (también embarazadas) que son expulsados de sus casas por inmobiliarias, bancos y particulares afines, afiliados e, incluso, emparentados con los partidos políticos que el otro día fueron increpados en la pradera de San Isidro.
Desde la simplificación informativa en la que vivimos es normal ponerse en la piel de Begoña Villacís, máxime si las creadoras de opinión se sitúan antes como mujeres que como periodistas. Algo tan básico y hasta natural tiene una parte de trampa si no se está atenta. Se puede ‘apoyar’ a la supuesta ‘víctima’ pero no se debería para ello tergiversar la realidad y criminalizar a una gente y un movimiento social cuya lucha ha sido el único apoyo que han recibido millones de personas en nuestro país en los últimos quince años. No puede Begoña Villacís pedir para sí ‘humanidad’ y ‘empatía’ por estar embarazada sin reconocer que ella y su partido llevan una legislatura negándose a aprobar una Ley por el derecho a la vivienda que habría evitado que gente como Lidia (madre de cuatro hijos de entre 3 y 13 años) fuera desahuciada y abortase mientras vivía en la calle durante los 75 días que estuvo en una tienda de campaña en Carabanchel.
No deben equivocarse los medios ni dejarse confundir, quienes están detrás del escrache a Villacís no es gente totalitaria ni antidemocrática, es gente que, igual se ha equivocado al insistir en este caso (habrá que preguntárselo a quienes estuvieron ahí) pero que conoce en carne propia las consecuencias de la falta de empatía y humanidad de esa clase política que, unas veces les criminaliza u otras les infantiliza, pero en todo caso les ignora.
No es justo tachar de acoso intimidatorio un suceso en el que, al ver las imágenes, hay muchos matices más de los que se pueden percibir en unos audios que dejan claro el momento de agobio pero que luego no se traducen, al verlo, en unos actos claros de violencia contra Villacís. Podremos cuestionar si el escrache es la mejor forma de protesta colectiva pacífica, pero al hacerlo no estaría de más que nos preguntáramos, en un ejercicio de humanidad y empatía, si nosotros también acudiríamos a esta acción colectiva si, tras ser expulsados de nuestras casas y sufrir años de negativas a dialogar, escuchar y legislar, tuviéramos la oportunidad de protestar y señalar a quienes podrían (y debían) haber evitado las pesadillas que han marcado de por vida a nuestras hijas e hijos.