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O sea, que no es lo mismo

CarteraDigitalApertura
3 de julio de 2024 22:37 h

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El porno es la antípoda de Eros. Aniquila la sexualidad misma"

Byung-Chul Han

Hagan lo que quieran, no es mi problema.

Arranco así por motivos obvios. Es noticia el intento del Gobierno de proteger a los menores de la exposición brutal y dañosa a la pornografía, sobre todo a la más vejatoria y violenta, hasta que alcancen una edad que permita inferir que van a encajarla como un género de ficción y no como una forma de educarse en la sexualidad. Bienvenido sea el reconocimiento de que la pornografía rompe la inocencia de la infancia, les aboca a una interpretación errónea de la sexualidad humana, dificulta sus relaciones con el otro sexo, está provocando una oleada de machismo e incluso de violencia sexual y violaciones grupales a edad cada vez más temprana. Enhorabuena porque muchas feministas llevamos tiempo alertando sobre las consecuencias de los que algunos ya llaman “el gran experimento sexual contemporáneo”. Experimentar con los niños y adolescentes es la peor opción.

Permítanme que sea sarcástica partiendo de este intento gubernamental de adelantarse a la propia Unión Europea obligando a certificar la edad antes de entrar en una página de pornografía para adultos. No es tanto la bondad del sistema elegido, el acierto técnico o los problemas que puede provocar lo que me interesa resaltar aquí hoy, sino las reacciones al anuncio y lo que implican.

¡Menuda agitación en todos los sectores! En los masculinos sobre todo, no nos engañemos. Siendo esta cuestión transversal, como la prostitución, en cada debate se producen escisiones de bandos que nada tienen que ver con los tradicionales de izquierda y derecha. Creo que son otras las sinergias que se crean. La agitación es suma porque la mayoría de los hombres dudan y temen ante el riesgo de ser identificados como “consumidores” de porno. Siempre me ha estremecido el uso del término consumidor relativo al porno o a la prostitución, pero el capitalismo es como es y buscando aumentar las cuotas de mercado ha introducido en las sociedad de consumo la idea de que el porno es un objeto de consumo más, un objeto convencional, una afición masiva, una algo tan normal y corriente como tomar una caña o comprarse unos zapatos. En la propia defensa del control de edad propuesto se insiste una y otra vez que es para proteger a los menores porque, por supuesto, para los mayores el porno es tan inocuo como... ¿cómo la cocaína? La comparación la hago por la constatación de los efectos adictivos y destructores de la voluntad y la personalidad que puede llegar a tener, llegando a ser necesario someterse a programas de desintoxicación. Pero, vamos, que la pornografía se consume como el que consume agua.

Ahora bien, vivimos en un mundo consumista en el que la privacidad ni está ni se espera. La era del capitalismo de la vigilancia, Zuboff dixit. Compramos objetos y los móviles nos fichan o nos oyen y nos sacan anuncios similares y nos dan la tabarra hasta que no nos cabe duda de que el sistema algorítmico sabe que queremos un viaje a Corfú. Toma Corfú una y otra vez. Foto de Corfú. Publicidad de vuelos a Corfú. Sucede, ciertamente, que poca gente hierve de indignación porque todo sangoogle sepa que quiere viajar a Corfú, pero, oigan, es tocar la pornografía y anatema, toda seguridad es poca para que no quede rastro o posibilidad de rastro o de filtración de quién “consume” pornografía. No, si yo lo entiendo, y lo entiendo porque sé y soy consciente de que la pornografía no es algo inocuo, no es como beber un refresco o viajar a Corfú.

Yo lo entiendo porque por mucho que en tercera persona se hable de “consumir” con naturalidad pornografía, casi nadie quiere que sobre todo su entorno sepa que la ve ni cuánto la ve ni de qué tipo la ve. Será que no es como un viaje a Corfú o un refresco. Sólo con que seamos conscientes de eso ya me vale. No es obligatorio ver pornografía, no es enriquecedor ver pornografía, de la pornografía no salimos mejores. Lo siento pero es así. “Lo obsceno en el porno no consiste en el exceso de sexo sino en que allí no hay sexo. Incluso el sexo real adquiere una modalidad porno. La transformación del mundo en porno se realiza como su profanación”, sigo citando al filósofo germano-coreano Han.

Hemos descubierto al fin, con la agitación subsiguiente al anuncio gubernamental, que los “consumidores” de pornografía son muy conscientes de que no consumen un producto homologable con el resto de los que se exponen en los escaparates del mundo hipercapitalista hoy. Que es un imperativo de los señores del dinero expandirlo y convertirlo en masivo no cabe duda; que eso lo convierta en algo banal o social, cabe dudarlo todo. Y verán que, como estoy haciendo un sarcasmo de toda esta cuestión, no voy a entrar como hiciera otras veces en la representación violenta y humillante de la mujer ni en las condiciones desconocidas en materia de dignidad humana en la que se producen las grabaciones. Ya saben lo que opino al respecto también. En todo caso el grito es unánime: ¡que controlen a los niños los padres pero a los demás no nos pongáis traba alguna! Los parques de atracciones mayoritariamente para hombres es lo que tienen (ya, que ya sé que también hay mujeres que ven porno, pero no dejo de saber por qué lo hacen la mayoría de las adolescentes y jóvenes y las consecuencias que tiene para ellas).

Hagan lo que quieran, ya saben, son mayorcitos, pero no pretendan que tres horas de porno tienen el mismo efecto en nuestra psique que tres horas de cine, de ópera, de deporte o de lectura. Lo mas probable es que el intento del Gobierno no sirva para nada, puesto que trata de poner puertas al campo nacional mientras que la mayor parte de los supermercados del sexo sin misterio y sin humanidad están alojados en el extranjero. Al menos es un primer reconocimiento de que el embrutecimiento tiene consecuencias. Hay generaciones que ya están perdidas, que nunca podrán experimentar el sexo libre y humano como en las épocas de revolución sexual tuvimos la fortuna de vivir. Vayan pensando en que en algún momento internet dejará de ser el gran espacio del anonimato o de la impunidad y no sólo para esto sino para tantas cosas. Si vamos a vivir en un mundo virtual, tendremos que irle poniendo semáforos, normas y reglas de circulación y la menor de ellas es acabar con muchas impunidades propiciadas por la falta de filiación. 

Me quedo con que ustedes saben y yo sé y todos saben que el porno no es un producto de consumo como cualquier otro; por más que los magnates de una industria que quieren llenarse los bolsillos se hayan empeñado en hacérnoslo creer. 

Le deseo suerte a Escrivá, le va a hacer falta. 

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