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¿Qué pasaría si siguiéramos la lógica judicial de la reciente sentencia del glifosato?

Hace tan sólo unos días, un jurado de California condenó a la multinacional Monsanto a pagar 289 millones de euros a un jardinero con cáncer terminal al no advertir correctamente del riesgo para la salud derivado del uso del herbicida glifosato. Se afirma, además, que “la omisión de las advertencias necesarias fue 'un factor sustancial' en la enfermedad de Johnson, que tiene 46 años y padece linfoma no hodgkiniano (un cáncer en los linfocitos de la sangre)”.

Esta reciente noticia es un ejemplo ilustrativo más de cómo el ser humano tiene un doble rasero a la hora de valorar los riesgos sanitarios de aquello que le rodea. De vez en cuando, las alarmas por los riesgos sanitarios se basan más en la percepción subjetiva a partir de los medios de comunicación y diversas asociaciones que en las evidencias científicas razonadas y puestas en contexto. Así, la reciente sentencia del glifosato es otro caso más de cuando la ciencia y la justicia van cada una por su lado.

El glifosato está rodeado de polémica y se encuentra injustificadamente en el punto de mira de las asociaciones ecologistas por una sencilla razón: su asociación con los cultivos transgénicos y con Monsanto. Poco importa que el glifosato sea el herbicida más usado en la agricultura y jardinería, que sea selectivo para las plantas, que se degrade en 22 días, que lleve usándose desde hace muchas décadas y sea, según los estudios científicos, uno de los agroquímicos más seguros que existen. Al otro lado, tenemos productos bien naturales como los compuestos de cobre (metales pesados), que son de “especial preocupación para la salud pública o el medio ambiente” y que sí se sabe con certeza que son tóxicos por acumulación, cuyos permisos se amplían en la Unión Europea para usarse en agricultura ecológica y no pasa nada. Como se suele decir: “Unos tienen la fama y otros cardan la lana”.

Volviendo a la noticia con la que abríamos el artículo: ¿El glifosato provoca cáncer en humanos? Hoy por hoy, no lo sabemos con seguridad. Durante mucho tiempo, el glifosato estuvo clasificado como agente en el grupo 4 (probablemente no cancerígeno para humanos) de la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC), perteneciente a la OMS. Fue en el año 2015, cuando la IARC decidió (con muchísima controversia científica) incluirlo en el grupo 2A (probablemente cancerígeno para humanos). En ese sentido, existe un aspecto clave para entender este asunto: Las clasificaciones de la IARC describen el nivel de evidencia científica que existe sobre un determinado agente como causa de cáncer, pero no evalúan los niveles de riesgo.

Ahora bien, como se suele decir, el demonio está en los detalles. Pese a que hay pruebas suficientes de que el glifosato puede causar cáncer en animales de laboratorio (a través de daños al ADN y estrés oxidativo), hay pruebas limitadas de que pueda inducir cáncer en seres humanos (concretamente, linfoma no Hodgkin). De hecho, las pruebas son tan limitadas que otras autoridades y agencias no respaldaron esta decisión de la IARC. Fue el caso de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria y la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas. ¿Cuál es la razón de este desacuerdo? Los resultados de los estudios epidemiológicos que la IARC consideró para clasificar al glifosato como probable cancerígeno eran contradictorios. Algunos de ellos mostraban que la gente que trabajaba con el herbicida tenía un riesgo incrementado de linfoma no Hodgkin, mientras que otros no encontraban la más mínima asociación entre el glifosato y cáncer. De hecho, la mayoría de los estudios realizados en humanos no han encontrado relación entre el glifosato y cáncer y científicos de diversas instituciones señalaban fallos metodológicos graves de la IARC en su análisis.

Sea como fuere, la IARC se decantó por el principio de precaución y así quedó el glifosato establecido como probable cancerígeno en humanos. Ahora, un jardinero, al padecer el tipo de cáncer más relacionado teóricamente con el herbicida y haber estado expuesto a éste, exige justicia y el Jurado de California le ha dado la razón y ha condenado a la empresa responsable, Monsanto, por no haber avisado sobre los riesgos del glifosato.

¿Qué pasaría si siguiéramos la lógica judicial de la reciente sentencia del glifosato? Pues que los afectados por ciertos tipos de cáncer podrían ir a los tribunales exigiendo responsabilidades legales a multitud de empresas por no advertir correctamente del riesgo de sus productos, también incluidos en el grupo 2A. Así, por ejemplo, podríamos denunciar a las freidoras, porque se producen moléculas sospechosas de producir cáncer, como la acrilamida, al freír el aceite a elevadas temperaturas. A su vez, los peluqueros podrían denunciar a las empresas productoras de ciertos tipos de tintes de pelo, pues contienen compuestos también sospechosos de inducir cáncer. También podríamos denunciar a las empresas que nos venden carne roja, jamón, chorizo y otro tipo de embutidos, pues se sospecha que su consumo se asocia con ciertos tipos de cáncer. Si tienen un trabajo que implica un cambio de turnos frecuente, sepan que también podrían denunciar a su empleador, pues se sospecha que trastocar los ritmos circadianos incrementa el riesgo de cáncer. Incluso si son bebedores de mate caliente, también podrían tener la ocasión de denunciar a las empresas que lo venden, pues se sospecha que es también un probable carcinógeno... Ah, como pueden ver, cuando el sentido común desaparece de la justicia, las posibilidades de juicios interminables son infinitas. Eso, o habrá que empezar a poner etiquetas y avisos por doquier alertando sobre cualquier posible peligro sanitario... para curarse en salud y prevenir amenazas multimillonarias.