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Entre ustedes y yo hay algo personal

Qué pulido, elegante y fino -me lo confirman todas mis fuentes- es el ministro de Armas y Fango. Con su rizado cabello cano, sus ojos de cristal de Murano y el volumen de su cabeza a lo Niño Jesús de Praga. Qué enjuto y bien llevado su maduro cuerpo. Qué trajes, que entonación de voz. Qué hiperrealismo mágico.

No es que eso me moleste. Estoy segura de que podría hablar con él cinco minutos sin que llegáramos a las palabras fuertes, en cualquier cóctel de embajada extranjera al que el caballero Morenés asistiera y en el que accediera, como suelen hacer las personas de su fuste y de su fusta en estos casos, a amablemente departir con los españoles de a pie que se han acercado para ver si dan jamón o, por lo menos, tortilla. Luego me iría a casa a vomitar, como he hecho tantas veces después de ejecutar un de esos divertidos y necesarios tanteos profesionales del cara a cara. O no. Puede que, como una solista pirada, me hubiera decidido por utilizar con el ministro el Rioja y la ironía, y hasta el sarcasmo, en la seguridad de que su envoltura no se rajaría en momento alguno, de que no se crisparía su cara de póker, bien instalada en esa pose atenta que, cuando dura un poco más de la cuenta, muestra la mirada del hielo.

Pero toda esa carcasa defensiva que, en realidad, es de ataque -de pisarte con su desdén- no le ha valido este miércoles en el Parlamento, cuando realizó su terrorífica lectura de la respuesta que, en el orden de cosas de su pensamiento, le merecía la indignada, apasionada pregunta que la diputada Irene Lozano le lanzó sobre el comportamiento de su Ministerio en relación con el acoso a la capitana Zaida Cantera. Ah, qué desnudo quedó el Caballero Morenés. Qué falta de empatía, la propia de los suyos, qué identificación con la burricie anti mujeres del Gobierno y el partido en los que el señorito cumple. Qué indiferencia de clase y de género.

Mirándole, te dabas cuenta de que el tema ni siquiera le importa, de lo jodidas que están las mujeres -y hombres- que sufren acoso en el Ejército, de lo atrozmente de derechas que es la derechona en este país, y de las muchas cosas que deben cambiar con nuestro esfuerzo para que esa igualdad que le llenó la boca al caballero durante su lectura no consista simplemente en que él sea tan malvado como cualquier damisela de las de su cuadrilla.

Qué pedazo de bucle imperial, entre los rizos ministeriales.