Es conocida la amistad entre dos aragoneses de pro, el presidente de Telefónica, César Alierta, y el expresidente de Endesa, exdiputado popular y execonomista de referencia de Mariano Rajoy, Manuel Pizarro. La lealtad entre Pizarro y Alierta es de lo poco que ha sobrevivido a los tiempos del inicio del capitalismo de amiguetes, aquel de la primera legislatura de José María Aznar, cuando se privatizaron las principales empresas nacionales y el banco público Argentaria.
Al frente de cada privatización, Aznar y Rodrigo Rato colocaron a sus amigos. Del ex vicepresidente económico que lideró el proceso, Rodrigo Rato, se sabe cada día en la prensa. Del resto, unos cuantos se han quitado del medio como Juan Villalonga (Telefónica) o Francisco González, el hoy presidente del BBVA, que hace tiempo olvidó quién le puso al frente de Argentaria. Frente a tantos avatares, la relación César Alierta-Manuel Pizarro sigue siendo la de dos buenos amigos, en las duras y en las maduras.
Que las puertas giratorias de la política al sector privado estén cuestionadas; que la imagen de los políticos resulte dañada por casos como el que vamos a citar; que la generosidad de Alierta para hacer de escoba con recogedor entre políticos del PP y del PSOE, adjudicándoles cargos en sus estructuras o en sus consejos, haya sido criticada por los dos partidos mayoritarios, da lo mismo.
Conviene vestir al muñeco. Pocos días antes de que se conociera el fichaje de Yolanda Barcina como consejera independiente de Movistar+, la televisión de pago de Telefónica, se filtró la otra parte del pack-oferta de Telefónica, política habitual en la operadora: si por el PP-UPN iba a entrar la expresidenta de Navarra, por el PSOE ingresaría Trinidad Jiménez, exministra socialista, clave en las etapas de Felipe González y de Zapatero. Iría al puesto de Rodrigo Rato en la parte internacional de Telefónica.
Se reiteraba así la jugada de anteriores ocasiones: Javier de Paz, el amigo íntimo de Zapatero, y Eduardo Zaplana, expresidente de la Generalitat Valenciana y exministro de Trabajo con el PP. En tiempos más lejanos, Narcís Serra (PSOE) o Alfredo Timermans (PP). O más recientemente, ya con Rajoy, Alierta incorporó al área jurídica a Iván Rosa, marido de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, y en zonas más modestas a la mujer de Eduardo Madina, entonces esperanza blanca del socialismo.
Sólo que esta vez la operación se realiza en un momento diferente, cuando el bipartidismo es cuestionado tras décadas de hegemonía, cuando resuenan las promesas del final de las puertas giratorias, cuando la necesidad de la regeneración política no se cae de los discursos preelectorales, azuzados por la llegada de las nuevas organizaciones emergentes, Ciudadanos y Podemos.
El asunto es que nadie en el PP -y menos que nadie Rajoy- tiene fuerza moral para decir a Manuel Pizarro que la presencia de su posible futura esposa en un cargo así, chirría. Lo mismo sucede con Trinidad Jiménez, quien salvo sorpresas de última hora y tras consultar a Pedro Sánchez, completará el paquete con Barcina. Los colegas de Jiménez argumentan su experiencia en América Latina, su capacidad de gestión; los de Barcina, su facilidad para dirigir equipos. Los defensores de las puertas giratorias, que no se les puede someter a muerte civil, siendo tan competentes.
Lástima. Por un momento estuvieron a punto de convencer de que habían entendido el mensaje de la renovación del bipartidismo. Por ahora, los únicos que se entienden son los dos aragoneses. Es probable que el ilustrado Pizarro le cite a menudo a su amigo César las palabras del griego Demetrio de Falero: un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano.