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Ciudadanos y su crisis

Primero, fueron los desencuentros y posterior ruptura de la dirección de Ciudadanos con Manuel Valls, por las divergentes posiciones mantenidas sobre la política de alianzas. Luego, los reproches del entorno de Emmanuel Macron, por la alargada sombra de la ultraderecha española en los pactos de gobierno alcanzados, a nivel local y autonómico, por Ciudadanos con el PP. Después, Albert Rivera se enfrentaba, por su acercamiento a Vox y su rechazo a facilitar la investidura de Sánchez, a los duros mensajes lanzados por algunos de los que son considerados fundadores de Ciudadanos (aquí y aquí). Mensajes que se unían a los que ya había lanzado previamente el sector empresarial, partidario de un pacto PSOE-Ciudadanos. Y, finalmente, llegaban las dimisiones de destacados miembros del partido, como Toni Roldán, que justificaban su adiós por el desacuerdo con el giro a la derecha dado por esta formación. Inevitable que, con el episodio de deserciones y después de tres semanas de notorias y públicas desavenencias, acabara imponiéndose la percepción de crisis interna en Ciudadanos. Una crisis que, por el momento, se ha saldado con la victoria de los “riveristas”, frente a los críticos. Y sobre la que cabe plantear algunas preguntas:

1) ¿Por qué ha estallado una crisis en un partido en expansión electoral? Lo habitual es que los partidos afronten crisis internas cuando pierden apoyo electoral. Y, aparentemente, la formación naranja se halla en un ciclo electoral positivo, pues en las pasadas elecciones generales sumó 25 nuevos escaños y en las elecciones europeas, autonómicas y locales ha visto también acrecentada su base de apoyos y poder. Pero, precisamente, es en los resultados electorales, y más, en concreto, en la frustración de expectativas, donde debemos buscar el origen de esta crisis.

Los comicios generales del 28 de abril se perfilaban como el gran test para calibrar el éxito de la estrategia de Albert Rivera, consistente en posicionarse, claramente, en el bloque de la derecha, junto al PP y bajo la sombra de Vox, para lograr ser el primer partido de ese bloque. Y, desde esa primera posición, convertirse o bien en el partido que encabezara un gobierno de derecha/constitucionalista, o bien ser el partido que liderara la oposición a un gobierno liderado por Pedro Sánchez. Tras el “experimento de Andalucía” a finales de 2018 con el pacto a dos con el PP, bendecido por Vox, Rivera pisaba el acelerador en la antesala de las generales y apostaba fuerte. Pero lo hacía generando un conjunto de “efectos colaterales” nada desdeñable para su formación: al hacer que Ciudadanos quedara posicionado en el mismo bloque que Vox; al restar credibilidad al discurso de este partido de representar una nueva forma de hacer política (superadora del bipartidismo, del frentismo, de la España roja y azul); al optar por un perfil más agresivo que restaba credibilidad a su discurso de encarnar una opción centrista; y al retirar a Inés Arrimadas de Cataluña para situarla, a su lado, como número dos, en la lista de las generales. En los cálculos del líder de Ciudadanos podía estar la oportunidad que suponía tener como competidor a un PP en horas bajas: con un candidato, Pablo Casado, que se estrenaba en las urnas, y que lo hacía, además, con malos augurios demoscópicos y con el temor de que Vox diezmara su electorado.

El eslogan de campaña ¡Vamos, Ciudadanos! era toda una declaración de intenciones. Pero los naranjas no consiguieron su objetivo. Si bien, los apenas 200.000 votos de diferencia que logró el PP sobre Ciudadanos, permitió a Rivera defender que podían alcanzar la meta en la siguiente cita electoral, un mes después. Más aún cuando podía esgrimir que había territorios, como la Comunidad de Madrid, donde Ciudadanos había logrado más apoyos que el PP. No obstante, en la “segunda vuelta electoral” en la que se convirtieron los comicios europeos, locales y autonómicos del 26 de mayo, los naranjas no sólo no volvieron a alcanzar su meta, sino que se quedaron aún más lejos de ella. Cerca de 1.800.000 votos habían separado al PP en las elecciones europeas, como segunda fuerza política, de Ciudadanos, como tercera. Ni en la Comunidad de Madrid, ni en el ayuntamiento de la capital, en las que el PP había presentado candidatos poco conocidos, Ciudadanos había logrado el (ansiado) sorpasso.

Más allá de que el saldo para la formación naranja, respecto a las elecciones europeas de 2014 y en las autonómicas y locales de 2015, fuera, incontestablemente, positivo, por su crecimiento electoral, los resultados volvían a poner de manifiesto que el giro a la derecha no daba los réditos esperados. Ciudadanos continuaba estancado en la misma casilla de “partido bisagra”. Por tanto, los que, dentro del partido, se mostraban críticos o escépticos con la estrategia de Rivera por los elevados costes que ésta implica, disponían ya de la evidencia de los (decepcionantes) resultados electorales. A ello se sumaban, después, las tensiones generadas dentro del partido y las presiones externas, por la aplicación de la “fórmula andaluza”, de pactos a dos con el PP, apoyados por Vox, para formar gobiernos locales y autonómicos en toda España, mientras Rivera se reafirmaba en su “cordón sanitario” al sanchismo. Todo ello creaba el caldo de cultivo perfecto para que terminara por estallar la crisis interna.

2) ¿Por qué Ciudadanos cambió de estrategia? Echemos la vista atrás, y situémonos en el inicio de 2018, cuando los vientos soplaban a favor de Ciudadanos. Algunos sondeos (aquí y aquí) les otorgan la condición de partido potencialmente más votado, por delante del PP y del PSOE. En ese momento, Ciudadanos atraía, con éxito, a antiguos votantes del PP, del PSOE y a abstencionistas. Albert Rivera se erigía como el líder político mejor valorado. Y resultaba muy creíble que esta formación pudiese ser la primera fuerza política a nivel nacional, como ya había ocurrido en las elecciones catalanas de diciembre de 2017. Durante casi seis meses, Ciudadanos, y particularmente Albert Rivera, “saborearon” el éxito de quién se ve, y es percibido por los otros, como claro ganador.

Pero de forma inesperada se produce un cambio de guion: Pedro Sánchez presenta, a finales de mayo de 2018, una moción de censura contra Mariano Rajoy, como respuesta a la sentencia de la Audiencia Nacional que dio por acreditada la existencia de una caja B en el PP. Contra todo pronóstico, y el apoyo, entre otras, de las fuerzas independentistas catalanas, la moción de censura prospera y Sánchez se convierte en Presidente del Gobierno. Las piezas del tablero político se mueven, y Rivera queda descolocado primero y eclipsado, después. Los socialistas se ponen a la cabeza de la encuestas y Sánchez se convierte en el líder mejor valorado. Para Rivera, lo primero es pedir insistentemente que Sánchez convoque de forma inmediata elecciones. Sin embargo, éste no lo hace. Lo segundo, encontrar una línea de oposición que desgaste, y por la vía rápida, a Sánchez. El objetivo de Albert Rivera es recuperar el cetro (arrebatado) de ser el líder del partido potencialmente más votado. Y encuentra en el respaldo a Sánchez de las fuerzas independentistas catalanas, y demás partidos denostados por Ciudadanos, un nuevo eje discursivo: Sánchez se mantiene en el poder con socios peligrosos, ha dejado de ser una fuerza constitucionalista y pondrá en peligro la unidad de España. En este planteamiento, coincide con el nuevo PP liderado por Pablo Casado. Si bien, con la dureza de ambos y la agitación de la bandera de España, Vox encuentra su ventana de oportunidad para “reaparecer”, después del fracaso electoral cosechado en las generales de 2015 y de 2016, cuando este partido se quedó por debajo de los 60.000 votos (0,2% del voto).

A finales de 2018, se celebran las elecciones andaluzas y Albert Rivera parece ver legitimada su estrategia, pues se impone la idea de que, en Andalucía, a los socialistas les ha pasado factura tener a los independentistas catalanes como “aliados” del gobierno de Sánchez. Ciudadanos se coaliga para gobernar con el PP en esta Comunidad, con el apoyo externo de Vox. Frente a la incomodidad de aparecer vinculado a la ultraderecha, Ciudadanos insiste en que, como partido regeneracionista, las cerca de cuatro décadas en el poder de los socialistas andaluces justifican la necesidad de un cambio de gobierno. Rivera se reafirma, así, en que el camino para recuperar su posición central en el tablero de ámbito nacional es posicionarse en el bloque de la derecha y buscar la polarización con Sánchez, aunque eso se le aleje del centro.

3) ¿Cómo percibe ideológicamente el electorado a Ciudadanos? No sólo los críticos con Albert Rivera consideran que Ciudadanos ha girado a la derecha. De acuerdo con los datos del CIS, también lo percibe así el conjunto del electorado.

Primeramente, encontramos que cuando Ciudadanos irrumpe en la arena nacional lo hace siendo percibido, por el conjunto del electorado, como un partido centrista (ubicado en una posición media de 5,54 en una escala de 1 a la 10, donde 1 es el punto que está más a la izquierda y 10, el que se sitúa más a la derecha). Pero con el paso del tiempo, Ciudadanos, a ojos del electorado, se va desplazando a la derecha. Así, entre la segunda mitad de 2015 y la primera de 2018, la formación naranja es colocada, por el electorado, en la franja del 6 al 7.

Si bien, el punto de inflexión llegaría en la segunda mitad de 2018, coincidiendo con el cambio de estrategia de Ciudadanos. En julio del pasado año, los electores percibieron un marcado deslizamiento a la derecha de esta formación, y, desde entonces, sitúan a Ciudadanos en la franja ideológica superior o próxima al 7 (ver gráfico). Este desplazamiento ha alejado a los naranjas de la posición que, en términos de autoubicación, ocupa el conjunto del electorado, situado en el centro izquierda (con una media ideológica de 4,5). Y, por el contrario, Ciudadanos se ha acercado a la posición que, según los electores, ocupan el PP (8) y Vox (9,4) en la escala ideológica.

No obstante, hay que tener en cuenta que la percepción de Ciudadanos como un partido más escorado a la derecha no le impidió crecer potencialmente en voto y llegar a su punto álgido en el primer semestre de 2018. Algo que hace conveniente distinguir el tipo de derechización con el que se asocia a esta formación. Es posible que, en un primer momento, los electores vincularan el desplazamiento a la derecha de Ciudadanos por los temas tratados (la unidad de España), por el apoyo dado por esta formación a Rajoy para gobernar y por el cambio de su definición ideológica en 2017, pasando de considerarse un partido de ideario socialdemócrata a definirse como un partido liberal. Pero, desde julio de 2018, esa derechización puede estar ligada sobre todo a la forma de hacer política (radicalización, agresividad, rigidez, falta de coherencia), así como a la imagen de proximidad de Ciudadanos con Vox.

4) ¿Cuál es hoy el nivel de popularidad de Albert Rivera? Uno de los principales retos a los que se enfrenta la dirección de Ciudadanos es a la pérdida de imagen de su líder. Algo que, por otra parte, también contribuye a explicar que haya sido ahora, cuando voces ligadas al sector moderado del partido han mostrado públicamente su malestar con la estrategia seguida por Rivera. El barómetro de mayo, realizado por el CIS después de las elecciones generales, reflejaba que el perfil agresivo utilizado por Rivera durante la campaña electoral no había sido bien valorado por la opinión pública. Por primera vez, el líder naranja se veía relegado al tercer puesto (con una puntuación de 4 sobre 10) en el ranking de valoración, siendo aventajado por Pablo Iglesias (4,2) y quedando a mayor distancia de Pedro Sánchez (5,1). Tampoco, entre sus votantes, puede presumir Rivera de contar con una gran valoración, pues, tras las elecciones generales, recibía de éstos una puntuación media de 6,5 sobre 10.

5) ¿Está en sintonía Ciudadanos con sus votantes? La formación naranja siempre se ha definido como una opción centrista. En su expansión electoral ha apelado a los votantes que se consideran de centro. En abril de 2018, cuando Ciudadanos disfrutaba de buenas perspectivas demoscópicas, parecía tener un gran predicamento entre el electorado de centro derecha y el electorado de centro izquierda. Pero la formación naranja ha perdido, con su estrategia de posicionamiento en el bloque de la derecha, conexión con el electorado de centro izquierda, en el que se ubica el 21% del conjunto de votantes. De acuerdo con los datos del CIS, Ciudadanos ha pasado de ser la opción de voto preferida de los electores de centro izquierda, a ver cómo el PSOE ha ganado terreno y le disputa, ahora, este segmento de forma competitiva. Además, Pedro Sánchez (con un 4,8 sobre 10) es mejor valorado por estos votantes, que Albert Rivera (4,2).

El avance del PSOE en el segmento de centro izquierda puede ser uno de los principales indicadores que pondrían de manifiesto las limitaciones de la estrategia de Rivera. Paradójicamente, la confrontación política buscada por Rivera, denunciando el radicalismo de Sánchez, no les ha impedido a los socialistas crecer por el centro.

Por otro lado, Ciudadanos se enfrenta a difíciles equilibrios si atendemos a la posición y preferencias que tienen los electores que declaran haberles votado en las pasadas elecciones generales. Los votantes de Ciudadanos se identifican de forma predominante (casi 1 de cada 4) con la etiqueta ideológica de “liberal”. Y un significativo 10% se considera progresista. Cabe pensar que estos electores son sensibles a las críticas sobre la aproximación de Ciudadanos a un partido como Vox que es antiliberal y reaccionario. Asimismo, y pese a haber apoyado a una formación cuyo líder había repetido hasta la saciedad, antes de las elecciones, que no pactaría, en ningún caso, con los socialistas para formar gobierno, estos electores se manifestaban, a los pocos días de haberse celebrado las elecciones generales y de acuerdo con los datos del CIS, abrumadoramente a favor de un pacto PSOE-Ciudadanos.

Teniendo en cuenta todos estos elementos, no parece que Rivera, a pesar de haber ganado el pulso al sector crítico en forma de cierre de filas, no vaya a tener que enfrentarse a nuevos capítulos de desavenencias internas y, por extensión, de cuestionamiento de su liderazgo. De momento, las cartas de unos y otros han quedado al descubierto. Pero la partida no ha acabado.

Primero, fueron los desencuentros y posterior ruptura de la dirección de Ciudadanos con Manuel Valls, por las divergentes posiciones mantenidas sobre la política de alianzas. Luego, los reproches del entorno de Emmanuel Macron, por la alargada sombra de la ultraderecha española en los pactos de gobierno alcanzados, a nivel local y autonómico, por Ciudadanos con el PP. Después, Albert Rivera se enfrentaba, por su acercamiento a Vox y su rechazo a facilitar la investidura de Sánchez, a los duros mensajes lanzados por algunos de los que son considerados fundadores de Ciudadanos (aquí y aquí). Mensajes que se unían a los que ya había lanzado previamente el sector empresarial, partidario de un pacto PSOE-Ciudadanos. Y, finalmente, llegaban las dimisiones de destacados miembros del partido, como Toni Roldán, que justificaban su adiós por el desacuerdo con el giro a la derecha dado por esta formación. Inevitable que, con el episodio de deserciones y después de tres semanas de notorias y públicas desavenencias, acabara imponiéndose la percepción de crisis interna en Ciudadanos. Una crisis que, por el momento, se ha saldado con la victoria de los “riveristas”, frente a los críticos. Y sobre la que cabe plantear algunas preguntas:

1) ¿Por qué ha estallado una crisis en un partido en expansión electoral? Lo habitual es que los partidos afronten crisis internas cuando pierden apoyo electoral. Y, aparentemente, la formación naranja se halla en un ciclo electoral positivo, pues en las pasadas elecciones generales sumó 25 nuevos escaños y en las elecciones europeas, autonómicas y locales ha visto también acrecentada su base de apoyos y poder. Pero, precisamente, es en los resultados electorales, y más, en concreto, en la frustración de expectativas, donde debemos buscar el origen de esta crisis.