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CRÓNICA

Ante la amenaza de la desinformación, un poco de placebo

17 de julio de 2024 22:46 h

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La verdad y la mentira. Los hechos y las falsedades. El periodismo y la desinformación. El Congreso tenía ante sí el miércoles la tarea de plantearse asuntos que han estado relacionados con la democracia desde hace no menos de un siglo, tirando por lo bajo, aunque de repente la gente habla de ellos en Europa como si fueran un problema nuevo. Si alguien cree que el debate adquirió tintes filosóficos sobre el futuro de la democracia ya puede relajarse. Fue el típico pleno en el que los dos principales partidos se sacudieron de lo lindo con innumerables golpes bajos, mientras los demás grupos se preguntaban para qué les habían convocado con esas propuestas sobre la mesa. Que no eran para lanzar cohetes.

Pedro Sánchez apareció en el hemiciclo con un plan que parece difícil que esté a la altura de la crisis causada por la desinformación descrita por él. Afirmó que estamos en toda Europa en una etapa de “erosión democrática” en la que mucha gente, en especial los jóvenes, está perdiendo la fe en la democracia. ¿Porque la prosperidad que cada generación promete a la siguiente parece ahora una quimera? ¿Porque en vivienda y sanidad los derechos que reconoce la Constitución no se plasman en la realidad? No, porque se cuentan muchas mentiras, como si la gente le hubiera cogido el gusto a mentir cuando le pusieron un teléfono móvil en la mano.

El presidente había prometido un paquete de medidas de regeneración democrática con el que cortar de raíz la corriente de bulos que circula por la sociedad. La derecha llevaba semanas emitiendo gritos de furia afirmando que lo que pretende el Gobierno es amenazar con cerrar medios de comunicación críticos. Para entendernos, lo que ha hecho Miguel Ángel Rodríguez siempre que ha estado en los despachos del poder. Sánchez prometió aumentar la transparencia en la Administración e imponer medidas en ese sentido en los medios privados en relación a la identificación de sus propietarios y su financiación (que es algo que los lectores de este diario ya conocen sobre su medio).

Había dado antes unas cifras alarmantes. “El 90% de los españoles se ven expuestos a noticias falsas que no pueden discernir”, dijo. “Los bulos han hecho que el 34% de los ciudadanos tema que alguien ocupe su casa, cuando este problema afecta a menos del 0,06% de las viviendas de nuestro país”. “El consumo reiterado de noticias falsas está ligado al ascenso de la extrema derecha”.

Podría haber dado más ejemplos, en especial ligados a webs ultras, pero la incógnita era otra. Si el problema es tan grave y los riesgos tan altos, ¿cómo puede creer que unas medidas tan poco llamativas vayan a limpiar el panorama mediático de tanta manipulación? Sánchez había presentado la desinformación como un oso grizzly de más de dos metros de altura con unas fauces espeluznantes y luego proponía enfrentarse a él con una raqueta en la mano. Es poco probable que el oso se sienta intimidado.

Las medidas están sacadas de un plan de acción por la democracia aprobado por la Comisión Europea y ratificado por todos en el Parlamento Europeo, menos por la extrema derecha. No es una directiva que haya que adaptar en España. Se puede aplicar desde ya mismo sin ninguna votación. Y eso era todo. De ahí que Gabriel Rufián se preguntara: “No ha anunciado nada que sea iniciativa de su Gobierno. Entonces, ¿qué ha venido a hacer aquí después de tres meses y cinco días de reflexión?”.

Aitor Esteban jugó el papel del viejo sabio (en realidad, no es tan viejo) que le dice al joven padawan que tenga cuidado con lo que desea de forma tan ferviente. Sobre cualquier cuestión relacionada con la libertad de expresión, “habrá que hilar fino o mejor no hilar nada”.

Siempre se ha dicho que la mejor ley de prensa es la que no existe. Es un lugar común, pero también proviene de una idea muy real. Si dejas que gobiernos y parlamentos empiecen a legislar sobre periodismo y libertad de expresión, te puedes encontrar con sorpresas negativas. También en las democracias liberales.

Es una buena sugerencia plantear a la gente qué les parecería si nuevas leyes o normas contra la desinformación fueran aplicadas por un Gobierno del otro lado de su espectro ideológico. Si comienzan a ponerse nerviosos, igual no era una buena idea.

Puestos a hablar de transparencia, Esteban tenía una propuesta. “Se lo dejo a huevo, con perdón. Ley de secretos oficiales”. Esa misma ley que lleva varias legislaturas sin aprobarse por el escaso interés del PSOE y el PP.

Al Partido Popular le dio igual haber votado a favor de esas propuestas en Estrasburgo. Alberto Núñez Feijóo lo llamó “una milonga”. Tampoco propuso nada diferente. Su objetivo era continuar la estrategia de los últimos meses, centrada en Begoña Gómez. “La única razón por la que tiene lugar este debate es porque la mujer del presidente está siendo investigada y porque su hermano está en sede judicial por cinco presuntos delitos”, dijo.

El líder del PP es muy creativo en terminología judicial. Ya dijo que Gómez estaba “en el banquillo” sólo porque el juez Peinado la había llamado a declarar como imputada. Ahora se inventó que el hermano de Sánchez está “en sede judicial”, como si viviera en un juzgado. De momento, sólo hay abiertas unas diligencias contra él a causa de una denuncia de Manos Limpias, de esas que se hacen con un corta y pega.

Una foto reveló que Feijóo traía preparada la réplica en papel encabezada por las palabras en mayúsculas: “INICIO RÉPLICA: TONO DURO”. No fuera que se le pasara por alto. En realidad, lo de siempre. Begoña de primero, segundo y postre. El PP no cambia de menú del día en el Parlamento.

Sánchez le respondió con el historial de Feijóo como presidente de la Xunta y su control absoluto de los medios. Como muestra: “320 viernes negros con el personal de la radiotelevisión gallega denunciando la manipulación”. Al principio, los escaños del PP se quedaron mudos. Sólo se oía a Rafael Hernando diciendo en voz alta: “¿Y de Begoña, qué?”. Luego patinó al decir que el PP había ordenado el secuestro del libro 'Fariña', que revelaba sus contactos con el narcotráfico. La incautación del libro fue ordenada por una jueza a petición de un exalcalde del PP y duró cinco meses.

Feijóo tuvo su golpe de efecto al enseñar un pendrive que contenía, o eso dijo él, 300.000 artículos con todo lo publicado sobre el Gobierno, y se preguntó por qué no se ha querellado. Claro que si lo hubiera hecho, el PP se habría lanzado sobre él. Y no necesitan mucho para dar ese salto. Una orden ministerial de 2020 para crear una comisión dedicada a luchar contra la desinformación que viene del exterior, siguiendo las órdenes de la Comisión Europea, fue convertida por el PP de Pablo Casado en un “Ministerio de la Verdad” orweliano para controlar a los medios. El Mundo, ABC y La Razón se unieron encantados a la fiesta.

Era un puro delirio, pero ahí se vio que no necesitas “seudomedios digitales” de la esquina ultra para generar desinformación o manipular la realidad.

No tuvo muy buena pinta que Sánchez aprovechara el pleno para anunciar una ayuda de 100 millones de euros de los fondos europeos a los medios de comunicación para fomentar su “digitalización”. Como ejemplo de su destino, dio la creación de bases de datos y las medidas de ciberseguridad. Era una pastilla gigantesca que se podría sospechar que servirá para endulzar sus relaciones con los medios. Mal día para este detalle millonario.

La desinformación es un problema real. El cinismo o furia que provoca en la opinión pública, también. Las herramientas legales para combatirla son escasas. Es difícil ilegalizar la mentira en los medios cuando tampoco se puede ilegalizar en la sociedad. Algunos dirán que forma parte de la naturaleza humana. Queda mejor explicado por Aitor Esteban: “La democracia lo es porque permite la libertad de expresión incluso de quien la ataca”.

No hay que olvidar que esos bulos tienen un público favorable porque a mucha gente le gusta que le digan que tiene razón. En una viñeta del argentino Daniel Paz cuando una chica le dice a su padre que la noticia que está leyendo es falsa, este responde: “Pero, ¿cómo va a ser falsa si dice justo lo que yo pienso?”. No se ha explicado mejor.

Queremos escuchar la verdad y que la verdad nos dé la razón. Pocos aceptan que todo a la vez no puede ser.